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M.J. Carmona
Domingo, 6 de abril 2025
Lara Ruiz (Luxemburgo, 1987) entiende el arte como un espacio expandido donde el estudio es la calle, el museo y, sobre todo, el encuentro con otros adquiere un significado compartido. Explora la interacción entre la creación artística y el público de una forma profundamente conectada con el entorno.
Con una formación en Bellas Artes y una trayectoria consolidada en diversos contextos culturales de España y del extranjero, su trabajo ha trascendido los límites del taller tradicional para convertirse en una experiencia colectiva que promueve el diálogo y la implicación activa de quienes participan.
Desde su estudio en Salamanca —al que llama su «nave nodriza»— proyecta intervenciones que se despliegan en ciudades como Cáceres, Madrid o, próximamente, Luxemburgo. Un punto de partida que no busca anclarse, sino reinventarse. Su obra va más allá de lo visual: está concebida para activar el entorno y abrir nuevas vías de reflexión y acción, donde cada individuo se convierte en parte esencial del proceso creativo.
Aunque Lara Ruiz comenzó su carrera siguiendo el canon del artista de estudio, pronto sintió que ese espacio era insuficiente. «El único lugar de trabajo no podía ser el taller», confiesa. «Me di cuenta de que necesitaba otras habilidades, las llamadas soft skills, para poder trabajar con el público, generar vínculos y comprobar si el impacto del arte puede ser constatable».
«Mi trabajo siempre ha estado ligado a lo participativo. Me interesa saber cómo la práctica artística afecta a los demás, cómo transforma su forma de mirar los lugares o las relaciones. Para mí, el arte no se limita a lo que ocurre entre cuatro paredes, también se construye en la calle, en los museos y, sobre todo, en el contacto directo con la gente», comenta Lara Ruiz.
La artista defiende una visión del arte profundamente democrática: que cualquier persona tenga derecho y acceso a crear. «Si solo los artistas producimos, el arte se convierte en una especie de lengua muerta», afirma. «Por eso me interesa tanto crear lenguajes accesibles: con color, forma, materiales cotidianos. Que cualquiera los entienda, los use, los transforme».
En 'La Forma Común', Lara llevó a cabo un taller digital durante la pandemia, utilizando las redes sociales para conectarse con sus seguidores. A través de dibujos colaborativos, los participantes unieron sus trazos y crearon una pieza colectiva que luego fue expuesta en el Palacio de Moctezuma en Cáceres, permitiendo que cada uno dejara su huella en la obra final.
Uno de sus proyectos más representativos es 'Terreno Modular', una propuesta que explora el suelo como elemento cargado de historia y de identidad cultural. Nació a partir de la historia de la Plaza de los Bandos, un lugar intervenido muchas veces, que ha dado lugar a una especie de 'patchwork' urbano. En este proyecto, recolecta fragmentos de pavimentos de distintas partes del mundo y los intercambia, reflejando la diversidad y la interconexión entre culturas.
Este trabajo no solo investiga el valor del terreno como base física, sino también como metáfora de las relaciones sociales y políticas que se configuran en cada lugar. «El suelo es lo que pisamos todos, un soporte común que refleja la historia y las fronteras. Es precisamente desde ahí donde reflexiono sobre la desigualdad, sobre cómo algunos barrios adquirieron más valor que otros y, por supuesto, sobre el arraigo cultural», explica.
El proyecto continuó con 'Futuro Portátil', una línea de investigación donde se vincula con el arte participativo y su posible efecto transformador. A través del 'frotagge' invita a los participantes a registrar el suelo de las ciudades: «Quiero saber si al involucrarse en un proceso creativo las personas realmente toman conciencia de que pueden transformar lo que las rodea».
En mayo viajará a Luxemburgo para continuar con 'Common Scenery', en el Museo Casino Forum d'Art Contemporain de la ciudad. A través de una invitación generará un archivo de suelos del mundo, que será reproducidos con el objetivo de crear un terreno simbólico. «Es una especie de torre de Babel construida desde abajo y, además, en una ciudad como Luxemburgo, donde el 70% de la población es migrante, adquiere un significado aún mayor».
Su activismo no grita: se instala con firmeza. «Me interesa más una resistencia visual desde la calma», dice con convicción. «El hecho de que una obra ocupe espacio con volumen, que esté ahí sin imponerse, ya genera una sensación de seguridad». Esa misma seguridad la ha encontrado en la red de mujeres artistas que la han acompañado desde el inicio. «La sororidad me ha sostenido. Las ayudas más importantes me han llegado de otras mujeres», reconoce. «Hay un punto reivindicativo en mi trabajo, pero no se hace desde el impacto agresivo, sino desde la ocupación tranquila del espacio». Defiende una mayor visibilidad femenina en el arte y la necesidad de actuar desde lo colectivo: «Muchas veces no lo haces solo por ti, sino por el contexto, porque sabes que puede beneficiar a otras».
Como representación artística de esta filosofía encontramos 'CDC Matadero' -Construir, Deconstruir, Construir- (Gabinete de Dibujos, en colaboración con MOLECOR Smart Water), donde traza líneas tridimensionales en el aire, jugando con el concepto de sostenibilidad tanto material como social. «Usamos tuberías de aguas grises -agua reutilizable- que se identifican bajo el suelo con el color morado. Tiene una lectura medioambiental pero también social: cómo habitamos los lugares, cómo compartimos lo común». Además, la pieza estuvo presente durante el 8M de 2025 en la plaza, agregando una capa más de sentido. «Queríamos una escultura que no bloquease el paso, que no fuese un obstáculo sino un lugar en el que estar», explica. «Hubo niños que inventaron juegos con ella y personas que pensaban que llevaban ahí mucho más tiempo».
Lara Ruiz conoce bien las dificultades del arte emergente en la ciudad. «Cuando terminé Bellas Artes, vivió la sequía cultural. No había espacios donde mostrar el trabajo», recuerda. Por eso, junto a otros artistas, impulsó iniciativas autogestionadas y defendió la necesidad de crear desde abajo, desde el contexto.
Desde entonces ha sido testigo de la transformación de la escena cultural en Salamanca. Cree que el arte debe ser sostenible y no estar marcado por las modas, además de accesible y capaz de conectarse con públicos diversos. «El tejido artístico no debe seguir tendencias, sino mostrar diversidad. Las experiencias compartidas, las fórmulas híbridas, los espacios que combinan varios oficios han mostrado una técnica de supervivencia... todo eso ha permitido mantener viva la cultura emergente y contemporánea».
Cree que Salamanca necesita entornos colaborativos donde se den encuentros reales entre creadores, lugares donde compartir vulnerabilidad, herramientas y conocimiento. En definitiva, plataformas para el apoyo mutuo. «Nos enseñan a ser individuales, pero voy comprobando que cuanto más muestro mis debilidades, más fuerte me siento. Esa es la paradoja».
Con proyectos que siguen creciendo y tomando nuevas formas, Lara Ruiz continúa explorando vías de conexión en un mundo donde el arte y la cultura son herramientas poderosas para la transformación, la participación y la reflexión. Una cultura que, como sus baldosas, es capaz de unir fragmentos diversos en un mismo suelo compartido.
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