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Hace más de veinticinco años, mucho, muchísimo antes que Nebulossa, Samantha Jones ya había resignificado la palabra 'zorra'. De hecho, solo hilando algunas de sus frases de 'Sexo en Nueva York' se podría escribir una letra infinitamente superior. Porque Samantha era mucho más que una zorra de postal.
Siendo la mayor del grupo de pijas neoyorquinas, era la única que no tenía ningún interés en el amor romántico, en encontrar a un compañero o en conservarlo: «No entiendo por qué las mujeres están tan obsesionadas con casarse. Nosotras somos solteras y fantásticas». Y lo puso en práctica haciendo lo mismo que han hecho los hombres desde siempre: disfrutar del placer sexual sin la más mínima culpa ni vergüenza, sin miedo al juicio social y sin tener que dar explicaciones a nadie. ¿Ellos nos cosifican? Pues Samantha hace lo propio. No necesita su validación, ni su consejo, ni su protección, solo que le proporcionen placer. La cama de Samantha es un campo de goce y experimentación donde cabe cualquier tipo de hombre (un anciano, uno tan bajito que se compraba la ropa en la sección infantil de Bloomingdale's, un tipo con un pene descomunal y otro con uno diminuto) y hasta Sonia Braga. Y si no, ella misma se basta y se sobra: antes de colgarle el teléfono a Charlotte, le suelta «Me estoy masturbando, eso es lo que haré hoy todo el día».
Pero el personaje de Samantha va mucho más allá de sus relaciones sexuales. Ella es dueña de su vida, es una profesional de éxito que gana un pastizal y se lo gasta en lo que quiere y como quiere. Compite, en ambición y dinero, en la misma liga que los hombres, tanto que podría hacer suya la respuesta que Cher le dio a su madre cuando esta le dijo que se casara con un hombre rico: «Mamá, yo soy un hombre rico».
Samantha, además, es directa, inteligente, deslenguada, sarcástica y de respuesta rápida: aunque es absolutamente leal a sus amigas, no tiene reparos en decirles lo que piensa; dice 'polla' y 'follar' con todas las letras y es uno de los primeros personajes femeninos en hacerse una prueba de VIH, en hablar sin tapujos sobre la masturbación o el paso del tiempo en las mujeres (descacharrante aquel capítulo en el que le aparece la primera cana en el vello púbico). Y afronta la vida con humor, sin tomarse nada demasiado en serio, ni siquiera a sí misma.
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Todo eso se traduce en autoestima, en amor propio y en una sola frase: «Te quiero, Richard, pero me quiero más a mí». Porque, aunque a Samantha le rompan el corazón alguna que otra vez, ella sigue teniendo muy claro quién es y lo que quiere. Por eso es la verdadera jefaza de 'Sexo en Nueva York', y si hace veinticinco años queríamos ser Carrie Bradshaw, con el tiempo nos dimos cuenta de que la verdaderamente libre de aquella pandilla era Samantha. De ahí la decepción general por su no aparición en 'And just like that', ya que su intervención en la segunda temporada de la serie fue un visto y no visto. Pero a Samantha no le hace falta reverdecer laureles. Ella sigue sirviendo.
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