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salvador arroyo
Domingo, 24 de abril 2022, 00:19
«Lo que se celebra es un referéndum por o contra Europa». A nadie se le escapa que esta advertencia de Emmanuel Macron, repetida hasta la saciedad en campaña, no es banal. Tamizado el oportunismo implícito de todo mensaje lanzado en refriega electoral, la UEtiene ... claro que el que es uno de sus líderes más europeístas no habla por hablar. Macron cree en Europa, se viene postulando para coger el trono de Angela Merkel y, de manera explícita, la está liderando ya desde enero con Francia en la presidencia rotatoria del ConsejoEuropeo –algo que no sucedía en catorce años– y un ambicioso plan de trabajo que busca ahondar en la soberanía internacional del bloque. Así que no hay duda;una eventual llegada hoy al Eliseo de su rival, la ultraderechista Marine Le Pen, enfrentaría al proyecto común a una nueva crisis de identidad.
Una suerte de 'tsunami' en un momento crítico: con una guerra en su descansillo inducida por un líder autócrata imprevisible. Que no sólo ha frustrado la hoja de ruta de la recuperación económica postcovid; también ha colocado al bloque ante el bochorno de una absoluta dependencia energética que le está obligando a reinventarse contrarreloj. Y ante la incertidumbre reforzada de que las tradicionales divergencias internas (Veintisiete sensibilidades distintas)generen nuevas zozobras.
No es que preocupe un 'Frexit' (un nuevo escenario de escisión). Eso no está encima de la mesa. Lo que inquieta es otra estrategia, la del 'caballo de Troya':entrar para dinamitar la UE tal y como la conocemos. Es la táctica por la que vienen apostando desde hace años las distintas corrientes de extrema derecha ante, al menos, tres evidencias:el 'portazo' per sé resta votos; el proceso de salida es sumamente complejo; y hay riesgo de caos y congelación real fuera del mercado común. Lecciones aprendidas del 'Brexit'.
Elecciones presidenciales
Así que Le Pen –a diferencia de lo que sí hizo en 2017– ha desterrado de su programa electoral la ruptura (y con ella la idea de sacar a Francia del euro). Se ha empachado de moderación y su discurso dulcificado, unido al agotamiento doméstico que genera la figura de Macron, la ha permitido recortar distancias como nunca –las encuestas dan la victoria al actual presidente sí, pero con un 56% de los votos frente al 44% de la ultraderechista–. El corto margen transmite inseguridad;hay miedo al terremoto.
Porque la dialéctica de Le Pen es para opositores y analistas solo un fino envoltorio que ni atenúa su euroescepticismo declarado ni el objetivo que persigue: cimentar una pertenencia a la carta. En esta campaña no ha utilizado el término 'destruir' (si lo hizo hace cinco años). Ha hablado eufemísticamente de 'cambiar', 'reformar' «la UE por dentro». Lo que se traduce en debilitar la cohesión y, en consecuencia, mermar su peso internacional. Un plan que, aunque le requeriría conseguir una mayoría parlamentaria en las elecciones que el país celebrará en junio, ya augura tinieblas.
Por partes. Francia no esReino Unido. Es un socio de histórica convicción europeísta. Impulsor del proyecto común desde 1958 y miembro fundador de lo que se acabó convirtiendo en la Unión Europea actual. Desde marzo de 1995 está en el Espacio Schengen y en el euro desde su entreno el 1 de enero de 1999. La segunda potencia económica de Europa y, con Alemania, el pilar del proyecto.
Contribuyente neto de vital importancia para la UE. El gasto que destina al presupuesto general –fijado por la regla de equidad en base a sus recursos– supera los 20.000 millones de euros, lo que supone el 0,85% de su economía. Recibe 14.778 millones , un 0,61% de su peso. Es, además, uno de los países con mayor representación en la Eurocámara y está lanzado a desarrollar una cooperación más estrecha con Berlín, al igual que con los socios «con capacidad y voluntad para avanzar en el reto europeo», se subraya desde París.
En el terreno de la eficacia, Macron (y por extensión Francia) desempeñó un papel fundamental en la consecución del Fondo de Recuperación; la movilización de los 750.000 millones de euros anticovid (con la mayor emisión de deuda conjunta de la historia) que, unidos al billón del Presupuesto plurianual (2021-2027), se ha convertido en un verdadero ejercicio de solidaridad hacia una mayor integración. ¿La UE ha salido de la conocida espiral de crisis existenciales?
Sin 'frexit' La estrategia del 'caballo de Troya': dinamitar desde dentro. La ultraderechista habla de «reformar»
Nuevas zozobras Las ya conocidas divergencias internas se verían recrudecidas con la líder 'ultra' en el Eliseo
Seguidismo A priori sólo Hungría y Polonia, en permanente conflicto con Bruselas, le darían la bienvenida
A medias. La guerra de Ucrania ha desplegado una misma corriente de unidad –salvo muy contadas excepciones, léase Hungría– sin precedentes. Hasta que la estrategia del aislamiento a Rusia y la andana de sanciones ha exigido avanzar hasta la casilla del veto al petróleo y al gas. Aquí Alemania (que cubre el 45% de sus necesidades con la provisión de Gazprom) está tirando del freno de mano. Y París presiona en la dirección contraria, pero con mucha diplomacia para no resquebrajar el eje franco-alemán. En todo caso, choque de sensibilidades. Que parece haberse resuelto, por cierto, con una solución salomónica anunciada el viernes:que cada Estado marque sus tiempos al veto.
Distinto de lo que se advierte si Le Pen llegase al Eliseo. Eso sí sería otra crisis existencial. La líder de Rassemblement National (Agrupación Nacional) «quiere reducir drásticamente el poder de decisión de la UE, controlar quién puede viajar libremente dentro del territorio comunitario y retirarse de algunos de los acuerdos comerciales y energéticos de la Unión. Podría vetar nuevas sanciones contra Rusia y oponerse a cualquier otro apoyo militar a Ucrania», explica Georgina Wright, directora del programa Europa del grupo de reflexión del Instituto Montaigne de París. «Es difícil ver cómo la UE podría adoptar estas reformas sin desintegrarse gradualmente. Un 'Frexit', pero a diferencia del Brexit, una retirada lenta y desordenada», añade.
A partir de ahí surgen infinidad de incógnitas: ¿Cuántas veces ejercería Francia su derecho a veto? ¿Rompería con la inercia europea de buscar consensos? ¿Mantendría el mismo esfuerzo contributivo? Un puñado de dudas de las muchas que planean en Bruselas, corazón comunitario, y que sistemáticamente es foco de los ataques de los políticos de extrema derecha (aquello de 'acabar' con los burócratas de Bruselas) a los que se culpa de los mil males.
E, incluso, de estrategias de 'cloaca'. Recientemente la propia Le Pen –que fue eurodiputada–, ha juzgado así las conclusiones de un informe de la unidad antifraude europea (OLAF), que la acusa de malversar fondos y la requiere devolver 137.000 euros. «Estoy acostumbrada a las trampas de la Unión Europea, a sus golpes bajos», reaccionó tras negar la inculpación.
1958 Desde ese año, Francia esá implicada en el proyecto de construcción de Europa. Se gestó la Comunidad Económica Europea, que establecía una cooperación estrecha con otros cinco países: Alemania, Bélgica, Italia, Luxemburgo y Países Bajos.
El hito del Fondo de Recuperación El papel de FRancia fue decisivo en la mayor emisión de deuda conjunta en su historia para financiar los 750.000 millones de euros anticovid. París y Berlín posibilitaron una formulación que incluye la entrega de subvenciones directas y no solo préstamos a bajo interés.
20.000 millones de euros anuales convierten al país galo en el segundo contribuyente neto, después de Alemania. Esto significa que aporta más a los presupuestos plurianuales (a siete años) de lo que recibe.
La onda expansiva de un Francia empujada por la derecha reaccionaria sería bienvenida en, al menos, dos gobiernos con los que Le Pen sintoniza: Hungría y Polonia; Viktor Orban y Mateusz Morawiecki. Conoce a ambos líderes y mantiene con ellos una buena relación. Y secunda su idea de imponer la primacía del derecho nacional sobre el comunitario, uno de los principios fundamentales del ordenamiento jurídico de la UE.
Socios incómodos, baluartes de esa alianza política centroeuropea (con República Checa y Eslovaquia) conocida como el Grupo de Visegrado, Hungría y Polonia tienen un sinfín de expedientes abiertos con Bruselas. Y se enfrentan a un bloqueo de facto de las transferencias del Fondo de Recuperación por sus derivas autoritarias (independencia judicial, derechos fundamentales...).
Si ya se han caracterizado por poner palos en la rueda en muchas cumbres –amagaron con bloquear la luz verde a los pagos del Plan de Recuperación porque quedaban condicionados al respeto al Estado de Derecho). Con una Francia 'ultra' tendrían un aliado. O quizás no. La guerra en Ucrania ha abierto una brecha entre esos dos socios tradicionales –Budapest sintoniza con Putin, Varsovia no–. Yluego está la derivada puramente económica. Ambos son receptores netos de fondos europeos. ¿Ysi Le Pen cumpliera con su amenaza de aportar menos? Eso ya no sería tan conveniente. En todo caso, toca contener la respiración.
«El presidente de la República Francesa y el Gobierno francés llevan cuatro años edificando una soberanía europea real, es decir, una capacidad de existir en el mundo actual defendiendo los valores y los intereses de Europa». Esta es una de las frases con mayor carga de profundidad que se recogen en el programa de la presidencia francesa de la UniónEuropea; que arrancó poniendo el foco en la defensa conjunta, la transición medioambiental y una Rusia que, por entonces (en enero) aún no había sorprendido al mundo con su embestida sobre Ucrania.
La invasión ha reforzado la persecución del principal logro que Macron se marcó para los seis meses de liderazgo francés del Consejo Europeo. Desde su llegada al Eliseo en 2017, el francés ha insistido continuamente en la necesidad de que la UElevante una arquitectura de seguridad renovada que, sin colisionar con la OTAN, sea propia de Europa.
Sin mirar a Washington
Es lo que se ha definido como «autonomía estratégica», lo que en una lectura clara significa ser un ente con personalidad propia que no tenga porqué atender a los caprichos de Washington. Que ya obligó a hacer un papelón a la UEcon la caótica retirada de Afganistán en agosto del pasado año.
Con esa premisa, la UE trabaja desde hace tiempo en la 'brújula estratégica' para desarrollar esa defensa común que, por el momento, se ha concretado en un incremento de la capacidad militar con la posibilidad de crear una fuerza que permita desplegar hasta cinco mil efectivos europeos de forma rápida en los próximos tres años. De momento no se habla de ejército europeo per sé. Aunque puede ser su semilla.
Junto con Francia y Alemania, Bélgica, Dinamarca, España, Estonia, Finlandia, Países Bajos, Portugal e incluso Reino Unido se han sumado a la iniciativa abanderada por el Eliseo de mejorar la capacidad de los europeos «para llevar a cabo operaciones y misiones militares de manera conjunta en un contexto multilateral».
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