Una amante de los perros para sujetar Cs

Suárez empezó en política hace ocho años al entrar en la primera lista de Cs a las municipales. Albert Rivera había decidido ampliar miras y, con la cooperación de partidos menores, ir a por el poder local. En Salamanca lo hizo con un partido provincialista, pero Suárez entró al partido atraída por el mensaje de centro.

En Cs, hizo piña con Fernando Castaño, Álex González, la recordada Tina Martín y los asesores que formaron, casi desde el primer día, un grupo de trabajo compacto, pétreo, casi impenetrable, pero que funcionaba. Al menos, funcionó hasta que ha acabado por disolverse de forma amarga por discrepancias en los últimos meses.

Ha sido Suárez una discrepante más en su partido, no por conflictividad, sino por convicción. En su primera legislatura su disconformidad con determinadas decisiones la llevó a reducir su presencia municipal y, aunque siguió haciendo su labor de concejala, buscó trabajo.

Se opuso a los mandatos de Pablo Yáñez, al enjuague de la candidatura de Silvia Clemente que acabó en pucherazo, a la llegada de un secretario provincial discordante, incluso a la manera en la que Francisco Igea se relacionaba con ellos cuando era vicepresidente de la Junta... A pesar de ello, sus detractores dentro de lo que queda de Cs le achacan no haberse implicado en el partido, pero ella nunca ha entendido de consignas.

En todas estas guerras tuvo a su lado a sus fieles Juanjo Sánchez y Fernando Castaño, de los que ahora está distanciada. No siempre ha optado por ponerse en frente de lo que tocara, pero no le ha importado. El declive de Cs, cosas de la vida, puede convertirla en la que cierre por ahora la historia de su partido en la capital. Mientras llega, insiste en que se valore el trabajo hecho: los concejales de Cs estuvieron al pie del cañón en el ayuntamiento cuando todo eran sombras y el Covid nos tenía contra las cuerdas.

Soltera, psicóloga y profesional independiente, acaba de cumplir 50 años y ha trabajo en el mundo privado toda su vida hasta que llegó al ayuntamiento. A nivel personal, sus rizos pelirrojos avisan de su llegada (siempre rápida) mucho antes de que llegue; pizpireta fuera de cámaras, más ortodoxa firme delante de ellas. Es conocido su amor por los animales, especialmente los perros: en el consistorio, y ella lo sabe, se le atribuye en broma una concejalía de canes. Si el 28M las cosas se tuercen, tendrá que despedirse del edificio de la Plaza Mayor. Confiesa que estará donde le pongan, pero que una despedida, tal y como están las cosas, sería incluso un alivio.