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Carlos Benito
Miércoles, 31 de enero 2024, 19:00
Bastan tres o cuatro kilos para dar al traste con el escrupuloso equilibrio que una pareja ha mantenido durante años. Nos referimos, claro, a la llegada de un bebé, que, más allá de las celebraciones y el gozoso descubrimiento de una nueva felicidad, pone a ... prueba la solidez del vínculo entre los padres y también sus intenciones: una cosa es proponerse una crianza paritaria y otra llevarla realmente a cabo, porque todo el mundo sabe (aunque a veces se lo oculte a sí mismo) que la madre suele asumir una carga más pesada que el padre.
La psicóloga clínica estadounidense Darcy Lockman comprobó en carne propia cómo tantas relaciones heterosexuales de firmes convicciones progresistas se vuelven más tradicionales y «perpetúan las viejas normas» en cuanto aparecen los niños, así que se propuso analizar a fondo este fenómeno en el libro 'Toda la rabia', recién editado en España por Capitán Swing.
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Hay cientos de estudios que avalan esa percepción. Por ejemplo, uno realizado en 2015 por 'Newsweek' descubrió que, en parejas paritarias donde cada miembro realizaba quince horas semanales de tareas domésticas antes de procrear, las mujeres añadían después otras veintidós para el cuidado de los niños, mientras que los hombres solo sumaban catorce y, además, se quitaban de encima cinco de las que dedicaban antes al cuidado de la casa. Otro más reciente, de Pew Research, concluyó que, en parejas donde ambos trabajan fuera de casa, la mujer asume el 65% del cuidado de los hijos. Y hay otra investigación, muy curiosa, que demuestra que el padre pasa mucho más tiempo solo en una habitación de la casa que la madre. «Son más bien las vidas de las mujeres y no las de los hombres las que difieren según estén criando o no hijos», concluye Lockman, que describe rasgos como estos que vamos a repasar. A ver si nos reconocemos en alguno.
Son dos: por un lado, está el supuesto instinto maternal, una herencia de millones de años que empujaría a la mujer a estar más atenta a las necesidades del pequeño; por otro, la lactancia, que crea una inercia de atención materna que se prolonga después del destete. Pero, precisamente, estas disculpas de apariencia científica niegan lo que la moderna neurociencia identifica como más humano: nuestra plasticidad cerebral: «Los cerebros no están programados, sino que se reconfiguran constantemente en respuesta a la experiencia en tiempo real», apunta la autora. Con disposición y práctica cotidiana, el padre también consigue esa dinámica de cuidados. Pero, claro, hay que proponérselo.
Darcy Lockman
Psicóloga y autora de 'Toda la rabia'
He aquí tres elementos reveladores que todos podemos analizar en nuestros propios hogares. ¿Quién prepara las maletas de los niños? ¿Quién atiende los whatsapps del colegio, del equipo o de las fiestas de cumpleaños? Y, sobre todo, ¿quién asume los llamados 'cuidados urgentes', es decir, se ausenta del trabajo en caso de enfermedad del crío? Es algo que se lleva diciendo desde hace décadas pero no cambia: «Los hombres 'aceptan' la responsabilidad del cuidado de los hijos cuando no están trabajando, pero las mujeres 'adaptan' su trabajo a los horarios de sus maridos y a las necesidades de sus hijos. En la mayoría de los casos, la mujer sigue siendo el progenitor por defecto». Hasta las mujeres con cónyuges mejor dispuestos suelen quejarse de que la 'carga mental' de criar a los hijos (llevar cuenta de sus horarios, sus compromisos, sus necesidades...) la acarrean ellas.
Hay situaciones cotidianas tan extendidas que hasta tienen su nombre técnico. Por ejemplo, la 'adhesión a estándares inferiores', que es el caso de esos maridos que dicen tener umbrales diferentes en cuestiones como la limpieza del hogar: «A mí me parece que está ordenado: si tú crees que no, ordena». Está también la 'resistencia pasiva': el padre que se presta a cumplir alguna tarea (por ejemplo, acostar a los peques), pero la va demorando tanto que al final es la madre quien pone manos a la obra. Tampoco es difícil encontrar casos de 'incompetencia estratégica', que consiste en no esmerarse en hacer las cosas mejor para ver si, con suerte, te relevan de la encomienda: ese padre que, sí, se ocupa de hacer la cena a los críos, pero siempre acaba echando a la sartén unas salchichas de sobre. No falta el 'sexismo benevolente', el halago de 'qué buena madre eres' para compensar el escaqueo. Y hay que citar, mirando desde el otro lado, el 'control materno', que se refiere a aquellas madres que levantan una valla alrededor de la prole y rechazan que el padre se encargue de los cuidados, por considerarlo «incompetente» de partida. «La creencia generalizada de que la madre sabe lo que hace debe reescribirse para que la equidad de género en la familia se enraíce», escribe la psicóloga.
Aunque los hombres que creen hacer las cosas bien no suelen (vale, no solemos) estar haciéndolas tan bien en realidad, nadie puede poner en duda que hemos mejorado en paridad durante las últimas décadas. Pero en ese avance se interpone ahora un obstáculo inesperado: los «nuevos niveles de competitividad» entre las madres jóvenes, promovidos en buena medida por las redes sociales. Es la «presión de ser percibida como una mamá alfa» y demostrar con imágenes una entrega intensiva y abnegada. «Para evitar la evaluación negativa, actuamos de común acuerdo con estereotipos raramente cuestionados». La psicóloga apunta que, para algunas mujeres, resulta difícil renunciar a ese rol prestigioso de pilar principal de la familia, aunque les esté pasando factura en el día a día.
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