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«Aire, sol, descanso y buena alimentación». Así se ha curado la tuberculosis desde hace 2.000 años, cuando Plinio introdujo por primera vez (en el siglo I) la idea de un clima benigno como clave para el tratamiento de una de las enfermedades más terribles del ser humano. Conocida como tisis o peste blanca, era mortal hasta que empezó a tratarse así, y esa receta para su curación sigue siendo válida y una máxima que se conoce bien en el Hospital de Los Montalvos de Salamanca, donde todavía hoy se atiende a enfermos en lo que fue el mayor sanatorio tuberculoso de España.
El lugar tiene algo de clínica de retiro, en grandes dimensiones, pero es uno de los sitios más desconocidos de la sanidad española. Cuando se cruzan las puertas de su amplia finca la sensación es que se entra en un lugar lleno de historia, un puente entre la antigua medicina y el concepto de sanidad pública actual, con elementos del pasado y del presente. Una idea que sobrevive en un entorno único en pleno campo charro, un lugar idóneo que este 2023 cumple 75 años desde que empezó a funcionar y que sigue curando pacientes.
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La idea de levantar un sanatorio tuberculoso en Salamanca arranca en los años '30 del siglo pasado. Por entonces, la tuberculosis estaba entre las principales preocupaciones sanitarias en Europa. Conocida desde la antigua Grecia, es una enfermedad tan antigua como el hombre, de hecho es una de las primeras dolencias humanas de las que se tiene constancia. En 1650 era la principal causa de muerte en las ciudades europeas y norteamericanas, en forma de epidemia que se prolongó durante 200 años.
A principios del siglo XX, se crea en Berlín la Oficina Central para la Prevención de la Tuberculosis y hasta la I Guerra Mundial se celebraron de forma regular conferencias internacionales para abordarla. La respuesta fue la creación de grandes sanatorios por toda Europa y España iba a tener los suyos. En 1930 se conocen en la prensa local de la provincia las primeras negociaciones para levantar un sanatorio tuberculoso en Salamanca. El encargado del impulso fue un protohombre de la sociedad salmantina, Filiberto Villalobos, entonces diputado provincial y más adelante ministro.
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Tras recorrer media provincia, se elige un lugar en la sierra de Tonda, en Salvatierra de Tormes, pero la inestabilidad política del momento impide ejecutar los planes iniciales: no será la primera vez que la política marque el destino del sanatorio. El antiguo Hospital Provincial, ahora sede de la residencia asistida de la Diputación, tenía una sala de tuberculosos que era insuficiente. Villalobos siguió peleando, pero la situación política seguía siendo complicada y obliga a buscar un nuevo emplazamiento. Ahí es donde aparece la finca de Montalvo de Villaflores, en Carrascal de Barregas.
En abril de 1935, con Villalobos ya ministro, se consigue la cesión de la finca. Es un lugar idóneo. Tiene 135.000 metros cuadrados, está poblada de encinas que le dan un toque muy salmantino y goza de los beneficiosos vientos del norte. Allí se iba a hacer el que ha sido el sanatorio tuberculoso más grande de España. El proyecto se encarga a Rafael Bergamín que traza un edificio racionalista, uno de los primeros en Salamanca.
El pabellón principal es una construcción enorme dividida en cuatro segmentos que articulan cuerpos semicirculares, a modo de torreta, desde donde se vigilaba a los enfermos. Las terrazas están diseñadas en forma de 'brisoleil', de tal forma que cada habitación tenga sol y no le alcancen las lluvias, para que se pueda estar siempre en el exterior. El planteamiento es soberbio: el edificio está premiado y goza de protección arquitectónica e histórica.
Bergamín no pudo terminar el encargo: era republicano y en 1938 se exilió a Venezuela, donde su obra es muy estudiada. Toma su relevo el arquitecto salmantino Genaro de No, que añade una capilla al cuerpo principal (no se contemplaba en el proyecto de Bergamín), coronada por una imponente cruz ahora desaparecida. Visto desde arriba, es como un avión, mientras que su vista lateral recuerda más a un barco: sus terrazas se asemejan a las cubiertas de un crucero a los que, paradojas, le une el concepto de descanso. Cosas del destino, el mismo De No hizo un mural gigante para la capilla del antiguo Clínico que ahora, tras su derribo, se está instalando en el refectorio de Los Montalvos.
Este es el diseño que ha perdurado hasta nuestros días, aunque su característica más peculiar está en su entorno. La enorme finca fue completada con numerosas instalaciones auxiliares para hacer del lugar un complejo autárquico, con capacidad de autoabastecerse y cubrir sus necesidades sin depender del exterior.
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Dentro de su vallado cuenta con su propio sondeo, hacia 1950 fue construido un horno para hacer pan, tres años después unas pocilgas y en 1962 unos gallineros. Todas estas instalaciones se clausuraron en el año 1974, pero hasta entonces el hospital contaba con su propia piara de cerdos y aves. También tiene un cementerio que impresiona: ahora forma parte de una ruta senderista y está cerrado, pero sobre la pradera asoman todavía las lápidas.
La idea es que no hiciera falta salir mucho, aunque la realidad es que la mala fama de la enfermedad alejaba las visitas. Las monjas mercedarias se hicieron cargo de la gestión y en los mejores tiempos llegaron a vivir allí hasta 300 personas. Los pacientes podían pasar 6 ó 7 meses allí porque los tratamientos eran prolongados. Cuentan que no resultaba fácil encontrar personal para trabajar, así que al cabo de poco tiempo todo eran caras conocidas. Aquello acababa siendo una gran familia, con fiestas (la patrona es la Virgen de la Merced, el 24 de septiembre) y todo tipo de actividades.
Como lugar de curación, el Hospital de Los Montalvos ha tenido altibajos. Si su creación fue dificultosa, su vida posterior no ha sido más fácil. Poco a poco, la tuberculosis ha ido erradicándose y eso ha afectado a su actividad: sigue siendo un edificio enorme, dotado con 601 camas originalmente. El ala que acoge las antiguas habitaciones está prácticamente desmantelada, pero en el recinto quedan muchos vestigios de su origen, como los antiguos edificios anexos, fotos en una vitrina, instrumental o la sala de rayos.
Adscrito a los diferentes organismos sanitarios (Patronato Nacional Antituberculoso; Patronato Nacional Antituberculoso y de las Enfermedades del Tórax; Administración Institucional de la Sanidad Nacional), durante un breve tiempo pasó a depender del Instituto de Salud Carlos III antes de ser de la Comunidad Autónoma de Castilla y León en 1987, con las primeras transferencias de competencias estatales a las comunidades.
Pasó de ser un centro únicamente dedicado a las enfermedades pulmonares y se convirtió en un lugar para diversas patologías. Tuvo incluso actividad quirúrgica, pero su función principal languidecía. En los '90 estuvo a punto de cerrar. Tenía entonces 15 pacientes, dos con tuberculosis. Su salvación fue la Unidad del Dolor, abierta en 1993, materia en la que fue un lugar pionero y sigue siendo hospital de referencia en Castilla y León. Ese fue su resurgimiento.
Sus últimos años han sido positivos. Ha empezado a albergar nuevos servicios. Según los datos del complejo hospitalario de Salamanca, cada año se trata todavía en Los Montalvos a 20 pacientes de tuberculosis. La cifra se ha ido recuperando tras los años del Covid, en los que tuvo un papel importante: acogió enfermos de coronavirus que no necesitaban respiradores, pero que todavía daban positivo. Aquejados del virus respiratorio, se beneficiaron de la misma receta con la que durante 75 años se han curado aquí pacientes de lo que fue epidemia durante dos siglos: baños de sol, aire, descanso y buenos alimentos. Un edén en Salamanca donde, 2.000 años después de descubierta su cura, todavía se trata la tisis.
Fotos históricas Santiago Lorenzo, autor del libro 'Hospital Los Montalvos: guia para una visita'
Documentación Diego Matos, comunicación del CAUSA
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María Díaz y Álex Sánchez
Almudena Santos y Leticia Aróstegui
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