En su cabeza estaba montar una ferretería. Menos mal que el ajetreo que se empezaba a formar en los años ochenta en Gran Vía le convenció para cambiar los tornillos por los cafés. El Cafetín Scherzo nace en 1985 en el corazón de Salamanca, en concreto, en la vena que empezaba a palpitar con fuerza motivados por la movida salmantina. Ahí estaba José, un joven que nada tenía que ver con la hostelería y que convirtió ese local en una referencia en la capital. «Los primeros dos años me costó mucho, estuvimos a punto de cerrar», recuerda José.
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A pesar de que la zona empezaba a ganar ambiente, el resto de bares ya afianzados eran una dura competencia. «La gente bajaba hasta El Moderno, no llegaba hasta aquí», explica José. Sin embargo, el despegue llegó de una manera arriesgada: al todo o nada. Y lo consiguieron todo. ¿Quién se iba a atrever a priorizar el café en un bar nocturno, joven y de copas? «Un amigo mío me dijo que en Almería se estaba poniendo de moda el café bombón, y a Salamanca aún no había llegado«, explica José.
Bares con historia
Y efectivamente, esa decisión hizo que cuarenta años después aún siga siendo una referencia en la hostelería salmantina. «Si hoy estamos aquí es, sin duda, por el café», comenta. Con esa apuesta aparentemente descabellada consiguió crear una clientela fija que hizo del café del Scherzo su rutina. El ambiente no acompañaba, tampoco la decoración ni el horario -abrían por la tarde hasta altas horas de la madrugada- pero no había excusa para dejar de saborear ese café.
Sin embargo, llegó un momento en el que la prioridad de José es que todo eso sí comenzara a ir a favor de la corriente en la que derivaba el Scherzo. «Ya estaba cansado de trabajar en la noche, a mí cada vez me entusiasmaba más el tema del café y abrieron aquí los Juzgados», explica. Todos los astros comenzaron a alinearse para pasar del Scherzo al Cafetín. «Empecé con los planos para tener una idea de la decoración que quería y a principios del 2000 lo convertí en una cafetería», comenta.
Para el bar fue un antes y un después. Nadie diría que es el mismo local tras la reforma, ni siquiera los clientes más habituales. «Tenía unos que venían bastante, les taparon los ojos al entrar y alucinaban», recuerda José entre risas. No tenía nada que ver con lo que fue, sin embargo, seguía siendo el que era. Seguía José, seguían los cafés, seguía la confianza detrás de la barra y seguía siendo el Scherzo cada vez más Cafetín. «A la gente le encantó y lo agradecí muchísimo», explica.
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Lo hizo aún más suyo, si cabe. Adornó las paredes con fotografías en blanco y negro de sus familiares, con el tiempo colocó unas vitrinas con juguetes de hojalata y tiene un lugar privilegiado para los regalos que le hacen los clientes, que ya son amigos. Echa la vista atrás y es precisamente con lo que se queda, «con el cariño de la gente que me ha acompañado durante todos esos años». José se jubiló hace dos años y dejó el relevo a Ana, decidida a conservar esos amigos-clientes que el fundador cosechó.
Ahora, como propietaria del negocio. Pero el Cafetín Scherzo es mucho más. Es la cafetería a la que venía con sus padres cuando era niña. Y más allá de una oportunidad laboral, lo vio como un imán a los recuerdos. «Yo le tengo muchísimo cariño a este bar, ya había trabajado en la hostelería pero cuando me enteré de que José se jubilaba me lancé a cogerlo», explica. Sobre sus espaldas pesaba la presión de continuar el legado de un bar emblemático en Salamanca. «Él ha dado el mil por mil, hay que seguir a la altura», comenta Ana.
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La mejor señal para ver que sigue a la altura es que nadie notó el cambio. Nadie notó en la dinámica del bar que ya no estaba José y estaba Ana. «Él me ha ayudado y me ha enseñado mucho del tema del café, me ha metido ese gusanillo», explica. Así continúa pasando hojas de calendario el Cafetín Scherzo: como si los años no pasarán por él.
Han sido casi cuarenta años detrás de la barra del Cafetín Scherzo. Miles de recuerdos, muchos buenos y otros no tanto. Anécdotas que se agolpan en el recuerdo y que desatan una carcajada. Y esta es una de esas. «Entró una chica al servicio y, como estaba ocupado el de mujeres, se metió en el de hombres con tan mala suerte que el pestillo se estropeó y no podía salir», recuerda José. Escucharon cómo aporreaba la puerta: «¡Sacadme de aquí», gritaba. Su pareja trataba de tranquilizarla desde el otro lado de la puerta pero «era imposible», explica.
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Llamaron a un cerrajero de urgencias y cuando consiguieron liberarla, la chica salió corriendo del bar. «Nunca la he vuelto a ver por aquí», comenta entre risas José. Será la única persona que tenga un mal recuerdo del emblemático Cafetín Scherzo.
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