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José Manuel García
Bares con historia

El bar de Salamanca que se convirtió en el refugio de los estudiantes forasteros

La Baviera nació en 1964 y cuatro hermanos cambiaron el rumbo de sus vidas para continuar el legado que inauguró su padre

Laura Linacero

Salamanca

Sábado, 28 de diciembre 2024, 12:15

Cómo se dice adiós a algo que has visto nacer. Eso se preguntó el fundador de Baviera que abrió sus puertas hace sesenta años. Y cómo se dice adiós a algo que has visto crecer. Esa fue la pregunta de sus hijos que, siempre desde la barrera, habían visto el trajín de este bar emblemático de la ciudad. Y entre estas dos cuestiones encontraron la respuesta: no decir adiós a algo que no quieres ver morir. Así, aquellos niños que en algún momento vieron a su padre tras la barra se convirtieron en adultos que servían las cañas a los mismos clientes.

«Cuando se jubiló mi padre solo uno de cuatro hermanos estaba en el bar, el resto nos dedicábamos a otra cosa», explica Marga, una de las hijas que empezó en la hostelería «sin saber freír un huevo frito». Sus conocimientos del sector se basaban en haber visto a su padre en el bar «para darle un achuchón y poco más» explica. Él nunca quiso que sus hijos pasaran su infancia en el bar y les alejó del negocio sin saber que, años después, serían ellos quien tomarían las riendas.

Y ese momento llegó cuando tomar una decisión era inevitable: o continuar o cerrarlo. «A mi padre le daba mucha pena dejarlo y hablamos los hermanos para cogerlo. Yo me pedí una excedencia para ver qué tal», explica Marga. Y ya hace veinticino años desde esa decisión. Eso sí, no fue algo repentino. «Yo quería aprender pero no quería que me enseñara mi padre, porque un padre es un padre, así que estuve trabajando seis meses en un bar de día y otros seis meses en uno de noche», comenta. Esa iniciativa ya dice mucho de cómo trabajan en el Baviera: hagan lo que hagan procurar hacerlo bien y con cariño.

Un cariño que dan y que reciben. Precisamente ese aprecio mutuo es lo que les empuja a seguir. «Yo fui consciente de lo que significa el Baviera para Salamanca cuando hicimos la primera reforma. Me encontraba a gente por la calle y todo el mundo me contaba alguna anécdota que había vivido allí», recuerda Marga. Y es que es un bar histórico que aguarda demasiadas historias.

Entre lo de antes, lo de ahora y lo de siempre

«Lo piensas un poco y te das cuenta de que la primera conversación de algunas personas somos nosotros», reflexiona Marga. Y para algunos quizás la única del día. Ese café que hace conectar al cliente y al camarero porque, como explica Marga, «nosotros les conocemos a ellos pero ellos también nos conocen a nosotros». Son muchos años de rutinas que empiezan o acaban en el Baviera. «Te perdonan muchas cosas y nosotros a ellos, también», sonríe emocionada.

«Te perdonan muchas cosas y nosotros a ellos, también»

Y ese es el gran reto de la segunda generación: hacer que este bar siga siendo un hábito y un descubrimiento. «Siempre hemos sido una familia muy unida y trabajamos como si fuera el primer día», apunta. Convencidos que el cambio de rumbo que dio sus vidas cuando se presento el Baviera como el futuro, merece la pena. «Llevamos casi el mismo tiempo nosotros en el Baviera que mi padre», analiza. Y así se da cuenta de que es ya un sueño compartido y que ya hay generaciones que sólo conocen a esos cuatro hermanos, y «un equipo humano maravilloso», detrás de la barra.

Ya no es como antes aunque siga compartiendo clientes que tenía su padre. La inmediatez, el individualismo y la competencia han desvirtuado algunos de los valores de la hostelería de entonces. Pero el Baviera, consciente de esto, no se somete. «Hay que seguir trabajando por los mismos intereses que entonces y con la familiaridad que nos transmitió mi padre», añade. Bonita herencia.

  1. La anécdota estrella de Baviera

    El padre adoptivo en nochebuena

Para muestra, un botón. Esa familiaridad de la que ahora presume la segunda generación del Baviera la han mamado desde que son pequeños, cuando su padre invitaba a cenar en Nochebuena a aquellos estudiantes que, por una razón u otra, no podían volver a sus casas. «Mi padre no dejaba que pasaran la Navidad solos, entonces les invitaba a casa. Yo he cenado muchos años en Nochebuena con estudiantes que porque no había transporte o no tenían dinero, se quedaban en Salamanca», explica Marga.

Esa niña no sabía que ese gesto, normalizado en su familia, les moldearía como trabajadores en el futuro. «Ahora me doy cuenta de que no cualquiera hace eso, que para esos chicos el Baviera era su refugio y que esas cosas ya no pasan», lamenta. Los tiempos han cambiado pero a pesar de ser otro contexto, si se diera la ocasión, Marga tampoco permitiría que nadie pasara solo las Navidades. Igual que tampoco permite que el primer café de la mañana o la primera conversación no acabe con una sonrisa. «Al final haber vivido eso te hace poner el corazón en lo que haces», asegura.

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