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Una serie de acción absolutamente canónica. 'La paradoja del asesino' tiene todos los elementos que han caracterizado el género toda la vida, sin demasiada influencia del mundo actual y sus debates. Polis, ladrones, asesinos, motos, sicarios, dinero. Y como todo viaje del héroe, nuestro protagonista ... Lee Tang (le vimos en la oscarizada 'Parásitos') empieza con la vida más anodina posible. Es un joven cajero de supermercado, acostumbrado a que le traten bastante mal, sin éxito tampoco en las relaciones sociales y menos aún amorosas. Por supuesto, su vida se pondrá patas arriba a partir de un día, el día en el que mata violentamente a un borracho por la calle que se había puesto violento contra él.
Arranca ahí una parte paranoica de psycho-thriller: dios mío, me van a pillar, tengo alucinaciones viendo al muerto, todo el mundo lo sabrá, etcétera. El muerto resultó ser un criminal internacional, y Lee Tang tiene un imán para detectar la maldad. La serie usa un montaje casi estroboscópico para intentar transmitirnos esa angustia. Pero según la historia se abre a más personajes, todo esto se pierde y vamos a una secuenciación mucho más clásica: Cuando hay cuatro o cinco tramas a la vez, no se puede liar tanto al personal. Lástima que ninguna de ellas sea la del único personaje femenino mínimamente prometedor.
Aparecen dos protagonistas más y un malo malísimo. Uno es el clásico policía atormentado, inteligente pero callado y odioso en el trato. Quiere ser Rust Cohle en 'True Detective', y dentro de lo que cabe lo consigue en parte, siendo desde luego el personaje con más posibilidades de ganar interés en la serie (porque, como siempre, es el más cercano a la realidad). Otro es Roh Bin, un hacker aficionado a los superhéroes y los detectives, que intentará que Lee Tang sea su Batman. Es decir, intentará señalarle a gente que «debe morir». Casi nada. El malo malísimo será el anterior Batman, que se ha desmadrado y va matando a cualquiera que robe un mechero. Fuertes convicciones morales en este sádico que acaba siendo bastante carismático.
Con estos mimbres transcurre la serie a lo largo de ocho horas, y en cierto modo consigue ir mejorando y ganando interés. Los últimos episodios parecen otro mundo si lo comparamos con el inicio, así que sí se logra hacer un viaje de la vida de barrio sin emoción a las entrañas del crimen organizado, la corrupción policial y la brutalidad humana en general (esto no quiere decir que empaticemos con nadie que sufra, ojo). Suponemos que la paradoja a la que alude el título es esa de matar o no matar a quien «se lo merece», tema explorado en otras producciones de éxito como 'Dexter'. No se le da demasiado espacio a la idea, radical y loca, de que hacer algo horrible no signifique que debas morir. El policía, además, se ve en la delicada tesitura de explicarle a estos jóvenes vigilantes que no deben andar matando por ahí, por mucho que le convenga casi todo lo que hacen. Quién vigila a los vigilantes, y todo ese rollo. En Corea del Sur hay pena de muerte, aunque llevan sin aplicarla desde finales de los años noventa.
Otro tema interesante es que se explota un poco el modelo «chico perdedor a quien nadie hace caso se vuelve un implacable criminal», retórica un poco de mass-shooter que también hemos visto en más sitios. Todo, las tramas, las reacciones, los cliffhangers, y hasta las frases, las hemos visto ya en otras películas y series. Y no pasa nada, de alguna manera hay que generar la zona de confort audiovisual. La serie nació de un webtoon, una especie de cómic digital autoproducido que fue ganando éxito en internet. Ahora parece que está funcionando muy bien en Netflix. Es normal: cumple exactamente lo que promete.
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