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Pedro Sánchez seguirá al frente del Gobierno. Tras cinco días de reclusión, junto a su familia, en el Palacio de la Moncloa, para decidir sobre su futuro, el jefe del Ejecutivo ha anunciado finalmente que se queda para dar la batalla contra aquellos que, dice, ... han pretendido quebrarlo para obtener con ataques personales, bulos y mentiras lo que no lograron en las urnas. «He decidido seguir con más fuerza si cabe al frente de la presidencia del Gobierno de España. Esta decisión no supone un punto y seguido, es un punto y aparte, se lo garantizo. Por eso -ha esgrimido-, asumo ante ustedes mi compromiso de trabajar sin descanso, con firmeza y con serenidad por la regeneración pendiente de nuestra democracia y por el avance y la consolidación de derechos y de libertades».
La decisión supone un inmenso alivio, fundamentalmente, para su partido que, desde el pasado miércoles y hasta esta misma mañana, había vivido con verdadera angustia la posibilidad de que hoy su líder anunciara la dimisión sin tiempo de preparar una salida ordenada, pero también para sus socios de coalición. Porque, hasta que, tras el señalamiento judicial a su mujer, Begoña Gómez, hizo pública la carta en la que trasladó su intención de tomarse un tiempo para «reflexionar», el mensaje era otro, el de que al PP se le iba a hacer la legislatura muy larga porque él tenía intención de aguantar hasta el final. Lo dijo tras el batacazo de las gallegas, lo dijo después del estallido del 'caso Koldo' y cada vez que alguien ponía en duda que Junts fuera a seguir apoyándolo una vez obtenida la amnistía y tras las catalanas. Todas esas cuestiones que se consideraban determinantes para la estabilidad de la legislatura, han cobrado, sin embargo, una dimensión menor estos días.
El PSOE, conmocionado y unido, reclamó el sábado a su líder en un comité federal excepcional, convertido una explosión de emotividad de dirigentes y militantes en las calles, que no tirara la toalla, que no diera a la oposición el gusto de entregar su cabeza. «Merece la pena que ganen los buenos» llegó a esgrimir la que, para buena parte de los socialistas, estaba llamada a ser su sucesora natural más allá del primer momento de interinidad que sí o sí le habría correspondido, María Jesús Montero. También este domingo, personalidades del mundo de la cultura y los líderes de los sindicatos mayoritarios le dieron apoyo, y en torno a 5.000 personas se congregaron a las puertas del Congreso en solidaridad con él bajo el lema «Por amor a la democracia».
El presidente del Gobierno ha agradecido todas esas manifestaciones e incluso ha asegurado que han «influido decisivamente» en su elección final, anunciada a través de señal televisiva a las 11:00 horas en una intervención a la que no ha sido convocada la prensa, después de una breve visita al Palacio de la Zarzuela para informar al Rey. No habrá cuestión de confianza, como se especuló durante las jornadas de apagón informativo. Tampoco una convocatoria electoral en cuanto sea posible. Sánchez simplemente seguirá gobernando, pero lo hará después de haber logrado, en buena medida, cambiar el marco de la conversación pública a apenas de dos semanas para los determinantes comicios catalanes.
En su formación y en Moncloa- adonde el propio núcleo duro del Gobierno y el PSOE, María Jesús Montero, Félix Bolaños y Santos Cerdán, fueron llamados solo unos minutos antes de que se produjera la declaración institucional para recibir de primera mano la noticia-, insisten en que nada de lo ocurrido ha sido fruto de una estrategia política. En todo caso, es obvio que el episodio ha provocado una suerte de reagrupamiento de la izquierda en torno a un mismo mensaje. Y, si se dan por buenos los resultados de la encuesta 'flash' que el CIS, dirigido por el socialista José Félix Tezanos, lanzó este mediodía, también para mejorar considerablemente las perspectivas electorales de su partido.
Sánchez -que esta noche tiene ofrecerá, además, una entrevista en TVE1- ya argumentó en la misiva que hace cinco largos días escribió en solitario, sin consultar ni a su núcleo duro que sus dudas nacían de una manera de hacer política que achacó a poderes fácticos que se oponen a su proyecto progresista. Lo hizo el mismo día en el que se conoció que que un juez había abierto diligencias previas en torno a su mujer, Begoña Díaz, sobre una denuncia del pseudosindicato Manos Limpias, liderado por el ultraderechista Miguel Bernad. Las últimas elecciones generales, las del 23 de julio pasado, fueron planteadas por su partido como una batalla contra la «ola reaccionaria» que recorría el mundo y ese es el combate que ahora él se propone volver a encarnar, otra vez como 'ave fénix', pero después de haber expuesto, por primera vez, una debilidad, la aflicción de su familia.
«Mi mujer y yo sabemos que esta campaña de descrédito no parará. Llevamos 10 años sufriéndola. Es grave, pero no es lo más relevante. Podemos con ella», ha afirmado, antes de hacer un llamamiento público. «Solo hay una manera de revertir esta situación. Que la mayoría social, como ha hecho estos cinco días, se movilice en una apuesta decidida por la dignidad y el sentido común, poniendo freno a la política de la vergüenza que llevamos demasiado tiempo sufriendo. Porque esto no va del destino de un dirigente particular, eso es lo de menos- ha aducido-. Se trata de decidir qué tipo de sociedad queremos ser y creo que nuestro país necesita hacer esta reflexión colectiva».
Cuáles son los planes del presidente y la agenda legislativa que pretende impulsar es aún una incógnita. En todo caso, tendrá que llevarla adelante con unos socios de legislatura -Junts, ERC, EH-Bildu, Podemos... - que, en buena medida, esta semana, con su discurso, se han sentido legitimados en su denuncia de una supuesta persecución del Estado profundo. «Mostremos al mundo cómo se defiende a la democracia. Pongamos fin a este fango de la única manera posible, mediante el rechazo colectivo, sereno, democrático, más allá de las siglas y de las ideologías que yo -ha remachado en su comparecencia- me comprometo a liderar con firmeza como presidente del Gobierno de España».
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