mercedes gallego
Nueva York
Jueves, 11 de agosto 2022
Donald Trump tiene ratas en casa. Así es como la mafia habla de los chivatos que les traicionan. Los aproximadamente 30 agentes del FBI que el lunes pasaron el día registrando la mansión de Mar-a-Lago sabían dónde buscar. De las 126 habitaciones que tiene ... la propiedad de 5.810 m2, solo inspeccionaron tres: el dormitorio, la oficina y el trastero del sótano. Según la revista 'Newsweek' y el 'Wall Street Journal', un informante había dicho al FBI que en la mansión quedaban más documentos clasificados de los que admitía su equipo legal.
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Tal ha sido la campaña de difamación que ha sufrido el FBI esta semana como consecuencia de la operación en casa de Trump, que el fiscal general Merrick Garland ha salido este jueves a hacerle frente. «No me quedaré callado mientras se ataca injustamente la integridad de los hombre y mujeres del FBI y los fiscales del Departamento de Justicia», dijo en un excepcional comunicado ante las cámaras. «Son entregados patriotas dedicados y que sirven al país día tras día». Garland, considerado un juez cauto y justo, que sigue la ley al pie de la letra, dijo haber aprobado personalmente la operación. Para defender al Ministerio de Justicia de la campaña de difamación que emana de los círculos de Trump y ha disparado el número de amenazas contra el FBI, el fiscal general ha pedido al juez federal Bruce Reinhart que levante parcialmente el secreto de sumario para mostrar al público las pruebas en las que se sustentaba la orden de registro.
Los Archivos Nacionales y el FBI llevaban año y medio negociando con los abogados de Trump la devolución total de todo el material que se llevó en su atribulada salida de la Casa Blanca. En justicia, no fue él quien embaló. Trump no pensaba dejar el poder. Fueron sus ayudantes los que apresuraron la mudanza en las últimas horas. Tanto, que no hubo transición con su sucesor. Ni siquiera el paseo habitual que da la primera dama a su sustituta para enseñarle los entresijos de la mansión presidencial, presentarle al personal y darle sus mejores consejos. Tampoco es que Joe y Jill Biden los necesitaran. Como vicepresidente y segunda dama, habían vivido al otro lado de la calle y visitado frecuentemente a los Obama.
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Trump se fue dando un portazo y con el ceño fruncido, pero sabía lo que se llevaba. En enero pasado 15 cajas fueron devueltas a los archivos nacionales al cabo de un año, pero el lunes los agentes del FBI recuperaron otras 10 o 15 cajas, según la fuente, a lo largo de una meticulosa búsqueda que empezó a las 9 am y terminó a las 7 pm. No entraron con pistolas ni con las camisetas del FBI, sino que fueron instruidos para que resultara lo más discreta posible. La operación había sido cuidadosamente planeada para no coincidir en la propiedad con el expresidente, que se encontraba ese día en Nueva York preparándose para testificar ante la fiscal general Letitia James. Fue su hijo Eric el que recibió la primera llamada sobre la presencia del FBI en la propiedad, algo sin precedentes en la historia de Estados Unidos y, a su juicio, «innecesario». Los abogados de Trump habían accedido a reforzar el candado del trastero donde se guardaban la mayoría de los documentos solicitados, junto a camisetas y zapatillas de golf, a petición del jefe de Contrainteligencia, Jay Bratt, que había visitado el sótano de Mar-a-Lago el pasado 3 de junio.
«No queríamos que lo convirtiera en un circo mediático», dijo una fuente del FBI a la revista 'Newsweek'. El magnate, ofuscado y sin acceso a Twitter, tardó en reaccionar, pero acabó difundiendo el registro en un comunicado de prensa. Desde entonces, lo ha utilizado para aumentar su campaña de recaudación de fondos con fines aún sin especificar que se presumen electorales. «¡Drena el pantano!», pedían al día siguiente los seguidores que se manifestaron frente a su propiedad para mostrarle su apoyo.
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El 80% de los republicanos encuestados por el Instituto Trafalgar dicen sentirse más motivados para votar después de esa redada que, paradójicamente, ha aumentado su poder dentro del partido. El martes, Trump volvió a apuntarse otro ramillete de victorias indirectas en las primarias del partido, distribuidas a lo largo y ancho del país. A simple vista parecen demasiado locales como para extender conclusiones, pero basta arañar un poco para entender por qué la formación conservadora de Ronald Reagan y George Bush se ha plegado ante él. Trump no solo obtuvo más votos en su campaña de reelección, sino que parece más fuerte que nunca. Desde luego, más fuerte que los candidatos tradicionales del partido.
El martes, la ultraconservadora Rebecca Kleefish, que fuera lugarteniente del gobernador y estaba apoyada por el vicepresidente Mike Pence y por el aparato local del Partido Republicano, perdió las primarias frente al trumpista Tim Michels, un ejecutivo de la construcción que había recibido un espaldarazo del expresidente. Su derrota produjo un escalofrío en Washington, donde los republicanos que guardaban silencio tras la operación del FBI se han apresurado a criticarla y secundar las acusaciones de que se trata de una campaña de acoso y derribo contra el exmandatario, originada en la Casa Blanca para impedir que vuelva a presentarse a las elecciones. La Casa Blanca guarda silencio y cree que no sería apropiado hacer ningún comentario al respecto. De hecho, asegura que Biden se enteró de ello por los medios de comunicación.
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Los seguidores de Trump llegan aún más lejos y acusan al Ministerio de Justicia de utilizar el registro para «plantar» pruebas en la mansión con las que enjuiciarle. Argumentan como prueba que el FBI pidió que se apagaran las cámaras de seguridad para proteger la identidad de los agentes que participaban en la operación. El equipo legal del mandatario no ha hecho pública la copia de la orden de registro ni del inventario de lo que se llevó el FBI, ambas en su poder, con la excusa de que las pruebas presentadas ante el juez federal de Palm Beach que autorizó el registro se encuentran selladas bajo secreto de sumario. Sus abogados debaten ir a los tribunales para pedir que se levante esa excepción, que no afecta a los documentos que recibieron.
Un hombre armado que intentó entrar este jueves en las oficinas del FBI en Cincinnati, en el norte de Estados Unidos, fue abatido por la policía después de varias horas de enfrentamiento.
El incidente se produjo en medio de una gran indignación en los círculos conservadores por el allanamiento llevado a cabo por el FBI el lunes en la mansión del expresidente Donald Trump en Florida. Se desconoce si los dos hechos guardan relación.
El Buró Federal de Investigaciones (FBI, policía federal) informó que en la madrugada del jueves una persona armada intentó traspasar la zona de control de seguridad en su oficina de la ciudad de Cincinnati, en el estado de Ohio.
«Después de la activación de la alarma y la respuesta de agentes especiales armados del FBI, el individuo huyó», señaló el FBI en un comunicado.
La prensa local asegura que el hombre llevaba puesto un chaleco antibalas, disparó con una pistola de clavos y blandió un rifle de tipo AR-15 antes de darse a la fuga en un automóvil.
La policía persiguió el coche, informó un portavoz policial.
«Una vez que el vehículo se detuvo, se produjo un tiroteo entre los oficiales en la escena y el sospechoso», dijo.
El hombre se refugió en un maizal, donde fue rodeado por fuerzas de seguridad que intentaron sin éxito negociar con él para que se entregara a las autoridades, dijo un portavoz de la policía de Ohio.
Después de que el sospechoso, de 42 años, levantó un arma hacia la policía, los agentes le dispararon y «murió como consecuencia de sus heridas en el lugar», añadió.
El director del FBI, Christopher Wray, denunció el miércoles amenazas contra el FBI tras el allanamiento de la residencia de Trump en Mar-a-Lago, Florida, las que calificó de «lamentables y peligrosas».
«La violencia contra las fuerzas del orden no es la respuesta», insistió.
Son ya tanto demócratas como republicanos los que piden que el cauto fiscal general Merrick Garland haga algún tipo de declaración que explique la decisión inusitada de registrar la casa de un ex presidente, pero Trump no tiene prisa en aclararlo, porque paradójicamente su poder aumenta a medida que sus problemas judiciales. Las bases están convencidas de que es una víctima del sistema, que se revuelve desde las entrañas de Washington DC contra un candidato que no sigue las reglas tradicionales de la política.
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Este jueves se supo que en el estado de Washington el trumpista Joe Kent derrotó al diputado Jaime Herrera, sobre el que Trump había puesto la diana como revancha por haber votado en favor de inhabilitarle tras la insurrección del 6 de enero. De los 10 republicanos que votaron por su 'impeachment', solo sobreviven dos, y una de ellos, la diputada Liz Cheney, que tiene un papel prominente al frente de la comisión bipartidista que investiga el asalto al Capitolio, tendrá que medirse con un trumpista en las primarias del martes que viene. La hija del exvicepresidente de Bush dice estar preparada para su derrota y dispuesta a continuar la lucha contra Trump. Tres de los diez congresistas que le plantaron cara en su segundo impeachment han perdido las primarias y otros cuatro han preferido renunciar al cargo.
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