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El hombre que sobrevivió a un gulag gracias al ajedrez
Cuentos, jaques y leyendas

El hombre que sobrevivió a un gulag gracias al ajedrez

El disidente soviético Natan Sharansky pasó nueve años en una cárcel siberiana acusado de alta traición, bajo pena de muerte. Jugar en su mente al ajedrez fue la clave de su resistencia

Manuel Azuaga Herrera

Domingo, 31 de diciembre 2023, 02:37

Ginebra. 1985. El presidente estadounidense Ronald Reagan y el líder del Partido Comunista de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, recién llegado al Kremlin, se reunieron en la ciudad suiza. El objetivo pasaba por darle un giro de 180 grados a las tensas relaciones que aún sostenían los dos bloques en el tablero internacional. «El mundo nos está mirando», le dijo Gorbachov a Reagan. La Cumbre de Ginebra supuso el principio del fin de la Guerra Fría y, a los efectos, el comienzo de la perestroika y su política aperturista, la glásnost.

En aquel célebre encuentro, hubo dos detalles que pasaron por alto. Uno es una discreta coincidencia: la cita se celebró el 19 de noviembre, una fecha sagrada en la historia del noble juego, pues ese mismo día nació, en 1888, el genio cubano José Raúl Capablanca. El segundo detalle sí tiene su peso, tanto que se ha transformado en el latido de este relato. Les cuento: el presidente Reagan instó en privado a Gorbachov a que pusiera en libertad, como gesto de buena voluntad, al activista judío Natan Sharansky, quien había sido un niño prodigio del ajedrez en la década de los 50. En 1977, Sharansky fue encarcelado en la prisión de Lefortovo, una especie de Guantánamo soviético, acusado de trabajar para la CIA y de alta traición a la patria.

La cuestión judía

En 1967, tras la Guerra de los Seis Días entre Israel y una coalición árabe liderada por Egipto, muchos judíos solicitaron el visado para abandonar la Unión Soviética. Dado que a la inmensa mayoría de ellos se les denegó este permiso, se acuñó el término «refúsenik» para referirse a los ciudadanos a los que se les negaba cualquier posibilidad de salir de la URSS.

A Natan Sharansky se le negó una visa de salida a Israel en 1973. En cambio, a su esposa, Avital, sí le concedieron la venia administrativa. Este episodio empujó a Sharansky a convertirse en portavoz del Grupo Moscú Helsinki, organización que velaba por el cumplimiento de los derechos humanos en territorio soviético. Así las cosas, el nombre de Natan Sharansky asomó en el centro de la diana política de los agentes de la KGB.

No en vano, el director de la KGB, Yuri Andropov, creía que «la lucha por los derechos humanos era parte de un amplio complot imperialista para socavar los cimientos del Estado soviético». El 15 de marzo de 1977, en un apartamento de la calle Gorky del centro de Moscú, Sharansky conversaba con dos periodistas estadounidenses sobre la reciente liberación de Mijaíl Stern, un doctor al que habían acusado de envenenar a niños no judíos. Pocos minutos después de las seis de la tarde, ocho policías secretos irrumpieron en el apartamento de la calle Gorky y detuvieron a Sharansky. A empujones, lo metieron en un coche y se dirigieron a la prisión de Lefortovo. Los delitos por los que se arrestó a Sharansky estaban castigados con la pena de muerte.

Muchos años después de aquel episodio, el propio Sharansky recordó la escena con ironía: «Siempre fui una persona ambiciosa. Con cinco, seis o siete años, yo quería ser el número uno del mundo en ajedrez. Cuando comprendí que no iba a serlo, pasé a las matemáticas. Luego, cuando supe que tampoco sería el número uno en matemáticas, me puse a ver qué más podría ser. Y pensé que podría ser un gran preso político. Así fue como terminé en una prisión».

Miles de partidas mentales

Natan aprendió a jugar al ajedrez con su padre, Boris, un tipo culto, periodista, con quien había repasado los textos clásicos de Homero y Virgilio. Muy pronto, el ajedrez se convirtió en la mayor pasión de Sharansky. «Me encantaba la forma en la que el juego me daba poder sobre los adultos», reconoció. «Al poco tiempo, ya le ganaba a mi hermano mayor, Leonid, así que comencé a buscar rivales fuera de casa». Con 14 años, Sharansky se proclamó campeón de ajedrez de Donetsk, su ciudad natal.

El chico destacaba, sobre todo, por su prodigiosa habilidad para jugar partidas a la ciega. En aquel momento, Natan creía que aquella destreza era tan vistosa como inútil. Sin embargo, durante los años de prisión, le salvó la vida. En la celda, tenía prohibido leer o escribir, pero en su mente jugó «miles de partidas», confesó Natan. «Y las gané todas».

Tras 18 meses de juicio, Sharansky fue condenado a 13 años de trabajos forzados. Pasó nueve años en Perm-36, un gulag de mala muerte en el que sufrió un severo régimen de aislamiento. Durante más de 400 días, lo encerraron en celdas de castigo. En su libro autobiográfico 'Fear no evil' (1989), Sharansky cuenta los detalles de su cautiverio y cómo sobrevivió a la tortura de los interrogatorios.

Es una lectura estremecedora. En un pasaje, escribe: «En la mesa de mi celda, comencé a analizar una variante de la defensa francesa, mi apertura de ajedrez favorita. Su característica distintiva es que las negras abren con el peón de rey, pero avanzan sólo una casilla en lugar de las dos habituales, por lo que ceden el centro e invitan a su rival a montar un rápido ataque. Pero, aunque las negras están expuestas a una fuerte presión durante los primeros movimientos, eventualmente tienen los recursos para armar un contraataque exitoso. Si pueden resistir el ataque inicial de las blancas, las perspectivas de las negras son excelentes». Sharansky, en la oscura soledad de su celda, hizo suya la teoría: «Si soy capaz de aguantar…», pensó.

Ajedrez contra la KGB

Cinco años antes de su encierro, Natan era un ejemplar estudiante en el Instituto de Física y Tecnología de Moscú. Allí escribió una tesis titulada 'Simulación del proceso de toma de decisiones en situaciones de conflicto con base en los finales de ajedrez'. Para la comisión examinadora, este trabajo constituía el primer programa del mundo capaz de jugar un final. Sin duda, exageraban.

Lo que no imaginaba Sharansky era que aquel modelo le ayudaría a adoptar «un enfoque similar en el juego que estaba a punto de lidiar contra la KGB». En sus propias palabras: «Me sentí como un ajedrecista que se enfrenta a un oponente mucho más débil. Ellos hicieron exactamente lo que se suponía que debían hacer, y yo conocía de antemano todos sus movimientos: sus amenazas y advertencias, sus intentos de chantaje, sus halagos y sus promesas». Así superó Sharansky sus ciento veinticinco interrogatorios.

El 11 de febrero de 1986, Natan Sharansky se convirtió en el primer prisionero político liberado por Mijaíl Gorbachov. Sharansky fue intercambiado por espías soviéticos en el puente de Glienicker Brucke, en Berlín, el 'Puente de los Espías' que inspiró la película homónima de Steven Spielberg. Numerosos medios gráficos de todo el mundo cubrieron el intercambio. Hay una imagen icónica, un retrato que simboliza un nuevo tiempo en el que vemos a Sharansky escoltado por el embajador estadounidense en Alemania, Richard Burt. Lo primero que hizo Sharansky fue viajar a Israel para encontrarse con su esposa, Avital, quien no había dejado de luchar ni un solo día en el frente diplomático para lograr la liberación de su marido. Se cuenta que Sharansky, nada más verla, pronunció: «Perdón por llegar tarde».

Kaspárov y el caballo de 'h1'

En octubre de 1994, Gari Kaspárov ofreció una exhibición de partidas simultáneas en Tel Aviv. Natan Sharansky era uno de los veinte rivales del Ogro de Bakú. Logró hacer tablas. Aún hoy, Kaspárov recuerda aquel encuentro con algo de decepción: «Honestamente, no sé cómo empaté esa partida». Dos años más tarde, en Jerusalén, en otra exhibición de simultáneas, Sharansky puso el dedo en la llaga y derrotó a Kaspárov.

Por aquel entonces, Natan era Ministro de Comercio e Industria de Israel en el primer gobierno de Benjamin Netanyahu, figura política con la que fraguó una estrecha relación de amistad. He estado revisando la partida entre Kaspárov y Sharansky. Es muy instructiva. Kaspárov fue claro: «Cometí un grave error y Sharansky me castigó». Pero hay algo más. Sharansky jugó con negras su apertura favorita: la defensa francesa. Es en ese detalle donde habita el secreto.

Kaspárov y Sharansky se hicieron buenos amigos, dentro y fuera del tablero. En 2006, cuando Natan publicó su libro 'The Case For Democracy', le regaló un ejemplar al excampeón del mundo con la siguiente dedicatoria: «Al disidente Kaspárov, del ajedrecista Sharansky». En 2018, en el exclusivo restaurante Cipriani 25 Broadway de Nueva York, se celebró un acto de despedida a Sharansky como presidente saliente de la Agencia Judía. Al encuentro acudieron personalidades ilustres como George W. Bush; el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y Gari Kaspárov. Como regalo, Kaspárov le pidió al compositor de ajedrez ucraniano Eduard Eilazian que le diseñara un problema en homenaje a la vida de Sharansky.

En una mesa del restaurante, sobre un tablero, Kaspárov le mostró a su amigo Natan la posición. Juegan blancas. Un caballo en la esquina de 'h1' representa a Sharansky en su celda de aislamiento. He pasado días enteros analizando el problema, sin éxito. El caballo no puede saltar a 'f2' o a 'g3' porque en ambas casillas hay peones blancos. Es frustrante. Ni siquiera los módulos informáticos más potentes son capaces de dar con la solución. Sin embargo, la hay. Hoy he dado con ella. Existe una combinación oculta, ganadora, en la que Sharansky, es decir, el caballo blanco de 'h1', se libera y ayuda al resto de piezas a dar jaque mate al rey enemigo. Es una secuencia preciosa. Imposible, compleja y preciosa. Como la vida misma de Sharansky.

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