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Los adornos que ponemos en Navidad tienen su historia. No están elegidos al azar, son símbolo de algún acontecimiento del pasado. Los vemos en escaparates, en los comercios, en los edificios y los colocamos en nuestras casas sin conocer muy bien su significado. Algunos de los 'imprescindibles' son las setas rojas con lunares blancos, los renos voladores que cuelgan de las ramas del abeto, la flor de Pascua, el muérdago... ¿Quieres conocer su significado? ç
La seta roja con lunares blancos ('Amanita muscaria') es una famosa especie psicotrópica utilizada en rituales mágicos desde hace siglos. «Está unida al origen de la leyenda de Papá Noel y explica también la escena de los renos voladores en un trineo cargado de juguetes», relata Sergio Fuentes, profesor de la Universidad de Salamanca.
«En Siberia, desde hace cientos de años, son muy comunes tanto las granjas de renos como la 'Amanita muscaria'. A los renos les atrae esta seta, que les resulta muy sabrosa y, tras comerla experimentan estados alterados», añade. Las tribus siberianas sabían que, una vez filtrada la toxina de la seta, podían beber la orina del comensal y disfrutar de unas alucinaciones menos perjudiciales. En este caso, el pis provenía de los renos que comían la también conocida como seta 'matamoscas'. De ese modo, «no tardaron en surgir historias acerca de renos voladores, muy probablemente debido a las alucinaciones de quienes bebían estas micciones adulteradas».
Hay más historias que relacionan la Navidad con esta particular seta alucinógena. «Una de ellas recuerda que este hongo se desarrolla gracias a la asociación con árboles como pinos o abetos, entre otros», apunta el docente. Por ello, no es raro verla dibujada en las típicas estampas navideñas bajo estos árboles. «Sin mencionar que uno de sus sobrenombres, 'seta de los enanitos', le hace verdadera justicia, ya que suele ir acompañada de gnomos y otros seres de fantasía como los 'nisse', que, según el folklore nórdico, son unos seres mitológicos con aspecto de enanitos, asociados al solsticio de invierno y la época navideña».
El uso de árboles de hoja perenne para simbolizar la vida eterna ya era una costumbre de los antiguos egipcios, chinos y hebreos. «La capacidad del acebo ('Ilex aquifolium') de mantenerse vigoroso a pesar del frío, la lluvia y la nieve, junto a su magnífica combinación de colores rojo y verde, ha hecho que el ser humano considere esta especie como un símbolo de fortaleza y eternidad desde tiempos remotos», destaca la bióloga Fátima Aguilera. Después, el cristianismo lo adoptó como uno de los más característicos símbolos navideños por su representación de la vida eterna.
Este árbol navideño pasó del ámbito religioso a las casas. En el siglo XII comenzó la costumbre de celebrar la fiesta el 24 de diciembre con una representación teatral, el Mystery Play, que se convirtió en una de las obras medievales navideñas más populares. «El elemento principal de esa versión de nuestros autos sacramentales era un 'árbol del paraíso', un abeto del que colgaban manzanas, que simbolizaba el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal del Jardín del Edén. Cuando los vientos puritanos suprimieron esas obras religiosas en los siglos XVI y XVII, los fieles trasladaron los árboles del Paraíso desde el escenario a sus hogares», detalla el catedrático Manuel Peinado.
El muérdago colgado a la entrada de las casas en Nochebuena es otro de los elementos de la decoración navideña más habituales. La tradición surgió hace siglos en los países escandinavos –a esta planta se le atribuían poderes mágicos y curativos– y con el paso del tiempo se ha extendido por toda Europa. Hoy en día este adorno se coloca para rendir homenaje al solsticio de invierno y para atraer la buena suerte y la salud a los hogares. Este rito navideño dice que cuando el muérdago se corta, ya no debe tocar el suelo.
Ni son verdaderas flores –porque ese color rojo intenso lo dan las hojas–, ni florecen en Pascua. Se extendieron como iconos navideños por todo el mundo a partir de mediados del siglo pasado. «Desde tiempos inmemoriales, las flores de Pascua eran conocidas por los aztecas. Simbolizaban la pureza y la resurrección y, por ello, se colocaban en los altares dedicados a los guerreros que morían en batalla y renacían en un paraíso celestial», añade el catedrático.
Ese valor que se daba a esta planta fue el motivo por el que unos padres franciscanos que se asentaron el siglo XVII en Taxco comenzaron a usarlas para adornar su iglesia durante la Navidad. «Allí las vio Joel Robert Poinsett, el primer embajador de Estados Unidos en México. Tras volver a su país en 1829, se llevó en su valija algunos esquejes y comenzó a cultivarlas en su plantación de Carolina del Sur. Desde allí regalaba durante las navidades ejemplares floridos entre todos sus amigos», relata Peinado.
Pero los responsables de la revolución comercial de las poinsettias –el nombre con el que se conocen en el mundo anglosajón en honor de su 'descubridor'– es la familia Ecke. «Estos floricultores californianos convirtieron unas plantas que pocos estadounidenses habían tenido en sus manos en un elemento decorativo imprescindible desde Acción de Gracias a Año Nuevo», completa. Un rito navideño que se ha consolidado en los hogares de buena parte de Europa.
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