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Muchas veces miramos a nuestros padres con la intención de 'descubrir' por dónde van a ir los tiros para nosotros. Qué enfermedades tienen, cómo evoluciona su cuerpo... Al final, somos conscientes de que todo está en los genes y de que hay (¿muchas?) papeletas de ... que nuestros organismos se parezcan y presenten los mismos problemas. Y una de las situaciones que nos preocupan es ver que nuestros padres tienen sobrepeso o son obesos y notar que nosotros también empezamos a engordar. Algunos (los más pesimistas, deterministas o derrotistas, que cada cual elija el adjetivo que quiera) se agarrarán a que no pueden hacer nada, ya que los genes les han predestinado a ello. ¿En qué medida tienen razón?
Julio Rodríguez, doctor en Medicina Molecular, biólogo y adjunto del laboratorio de diagnóstico genético de la Fundación Pública Galega de Medicina Xenómica, pone las cosas en su sitio. «Como todo rasgo, la obesidad tiene un componente genético», sentencia.Todas nuestras características lo tienen en mayor o menor medida. «Por ejemplo, el color de ojos tiene un gran componente genético y muy poco ambiental y la inteligencia, aunque tiene un componente hereditario, presenta un gran componente ambiental», apunta. ¿Y la obesidad? ¿Qué parte es pura herencia y qué parte es 'culpa' de factores externos?
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Tal y como explica Rodríguez, si por una mala lotería genética hemos heredado el rasgo de la obesidad a través de un solo gen (pero muy dominante y con mucha prevalencia) es muy difícil que nos libremos de ser obesos y ya desde una edad temprana se empezará a manifestar el problema. «En este caso podemos hablar casi de determinismo», indica Rodríguez. Afortunadamente, son casos raros, tal y como matiza el experto. Según algunos estudios, sólo un 6% de las obesidades se deben a este fenómeno.
En la mayor parte de las personas que sufren obesidad se ha producido una 'alianza' «formada por muchos genes con miles de variantes genéticas comunes». Cada una aporta su pequeña 'carga' individual... y sumadas todas ellas «determinarán una posibilidad mayor o menor de ser obeso». Es decir, nos dan un índice de probabilidad (índice poligénico) de ser obeso. Así, habrá gente que tenga muchas 'papeletas' y otros que solo presenten una ligera tendencia.Luego, nuestro estilo de vida hace el resto con esas cartas que nos han tocado.
La batalla por el control del peso –tanto si la predisposición a engordar la ha causado un solo gen (monogénica) como si ha sido una combinación de muchas variantes (poligénica)– se va a librar, principalmente, en cerebro. En todos los casos, «hay genes implicados en el control de impulsos, en la sensación de saciedad y en el comportamiento mediado por el apetito, entre otros». Es más, «alguno de estos genes se expresan únicamente en el cerebro o en el sistema nervioso central». Es decir, no es que sea algo 'físico' lo que nos lleva a ganar kilos inexorablemente.
En un reciente trabajo sobre este tema, Ruth J. F. Loos y Giles S. H. YeoSe, dos científicos expertos en genética de la obesidad, determinaron que, de cada diez individuos con un índice poligénico para obesidad alto, cuatro desarrollarán obesidad y seis no (es decir, el 40% frente al 60%). Por otra parte, según el estudio, de 100 individuos con un índice poligénico para obesidad bajo, 19 de ellos sí serán obesos y 81 no. «Es decir, que en los seis individuos del primer grupo y los 19 del segundo, el ambiente ha sido más decisivo que la genética», recalca Rodríguez.
Los científicos han descubierto más de mil variantes genéticas que influyen en la diferencia de peso entre unas personas y otras. La confluencia de todas ellas y su consecuencia (engordar) no suele hacerse evidente en los primeros años de vida, sino más tarde, cuando nuestros malos hábitos alimenticios terminan el trabajo. De hecho, en la escalada de obesidad a nivel mundial, no tienen la 'culpa' los genes, sino la alimentación (ya que la aparición de variaciones genéticas de una generación a otra es imperceptible). Un descubrimiento al respecto: el consumo de alimentos fritos junto con la predisposición hereditaria tiene mucho que ver con que se hayan disparado los casos.
A pesar de que las causas de la obesidad son múltiples y complejas, una verdad muy simple es que los genes predisponen a ingerir más calorías –recordemos que el cerebro 'obeso' es muy traidor– y a gastar menos energía (la fórmula matemática básica del engorde). El cuerpo nos empuja a todos a comer alimentos grasos y con azúcar. Evolutivamente, esto era útil para la supervivencia porque nuestros ancestros no tenían la comida garantizada y por eso preferían los alimentos calóricos. Y esta preferencia se ha mantenido más fuerte en algunas personas.
«Hay quien, genéticamente, presenta más dificultades para resistir los mecanismos de recompensa que nos proporcionan estos alimentos», señala Salvador Macip, médico, investigador y director de los Estudios de Ciencias de la Salud de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Claro, tienen más papeletas para ser gordos. Y, si además la genética también les ha dotado de un metabolismo lento –en este punto hay notables diferencias de una persona a otra– y gastan menos calorías que el resto..., la lucha contra los kilos de más va a ser dura: habrá que inclinar la balanza aumentando el gasto calórico y restringiendo las calorías. Las personas con un metabolismo lento no pueden cambiarlo, aclara Macip, pero sí es cierto que la actividad física y el aumento del tejido muscular lo aceleran.
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