Una muchedumbre de 50.000 personas ha dado su último adiós este jueves al papa emérito, Benedicto XVI, en la misa de exequias celebrada por el papa Francisco en la basílica de San Pedro. Además de los fieles y de los dirigentes de la Curia, ... mandatarios políticos e institucionales de más de una veintena de países, así como representantes del islam, el judaísmo y el patriarcado ruso, han asistido a las exequias de quien lideró el catolicismo, en un funeral que sin ser formalmente de Estado ha adquirido su repercusión y boato.
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España ha estado representada en la ceremonia de proyección global por la reina Sofía; el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, responsable en el Gobierno de las relaciones con la Iglesia; el presidente de la Conferencia Episcopal Española, Juan José Omella; y la embajadora de España ante la Santa Sede, Isabel Celaá. Bolaños ha elogiado el legado de Benedicto XVI poniendo de relieve su «vocación intelectual» y su «ejemplo de valentía, generosidad y discreción», las virtudes que considerado distintivas de los ocho años en que rigió los destinos de la Iglesia. El ministro ha engrosado sus alabanzas con la «dedicación absoluta» y la entrega exhibidas por Joseph Ratzinger subrayando que fue este «mismo compromiso» es el que «le hizo renunciar al pontificado cuando sintió que ya no tenía fuerzas para continuar con su misión. Fue una decisión valiente, generosa, insólita en 600 años y llevada a cabo con discreción», ha cerrado el titular de Presidencia, quien ha querido añadir a sus condolencias el recordatorio de que el Gobierno siempre busca «espacios de entendimiento» y de acuerdo con la Iglesia por el bien común.
Junto a la reina Sofía, han hecho también acto de presencia en la plaza de San Pedro Felipe y Matilde de Bélgica. Los monarcas que viajaron hasta Roma para despedir a Benedicto XVI iban vestidos de luto riguroso y han ocupado los asientos reservados en primera fila de las exequias, al lado del altar derecho del altar y a los pies de la basílica. Al no tratarse de un funeral de Estado como tal, las autoridades que se han personado en la Santa Sede lo han hecho a título personal. Únicamente revestían carácter oficial las representaciones de Italia y Alemania, este último el país natal del papa emérito. La delegación germana estaba encabezada por su presidente, Frank-Walter Steinmeier, y la italiana por su homólogo, Sergio Mattarella. No ha habido, sin embargo, representación institucional de la Unión Europea.
La ceremonia ha permitido ver a la reina Sofía y a Felipe de Bélgica entablando una breve conversación antes del inicio de la misa, durante el rezo del rosario. Ambos se hallaban cerca de Matilde de Bélgica, el presidente portugués, Marcelo Rebelo de Sousa, y el lituano Gitanas Nauseda. Mattarella ha compartido acto con buena parte del recientemente constituido Gobierno italiano comandadado por Giorgia Meloni. La primera ministra ha coincidido en el sepelio con su predecesor en el cargo y expresidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi. En representación de Francia figuraban el titular de Interior, Gérald Darmanin, mientras que la emisaria del Reino Unido ha sido la secretaria de Estado de Educación, Gillian Keegan.
Entre los asistentes sobresalían también mandatarios de países del este de Europa, como los presidentes del Polonia, Andrzej Duda; de Eslovenia, Natasa Pirc Musar; o de Hungría, Katalin Novak. El primer ministro húngaro, Viktor Orban, se desplazó el martes a Roma para visitar la capilla ardiente, donde los restos del papa emérito permanecieron expuestos para recibir el adiós de los fieles durante tres días. En estas tres jornadas, el secretario personal de Ratzinger, Georg Ganswein, no se separó de sus restos mortales, al igual que las cuatro laicas que lo cuidaron en su retiro desde que renunció a seguir desempeñando el Pontificado.
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Si la despedida a Benedicto XVI ha concitado a una amplia representación política, teñida de pluralidad ideológica, uno de los detalles más relevantes de este adiós ha sido el arropamiento protagonizado por miembros de otras confesiones religiosas. La ceremonia se ha nutrido así con las figuras del metropolita Antonij de Volokolamsk, del Patriarcado ortodoxo de Rusia; el vicepresidente de la Comunidad Religiosa Islámica Italiana (Coreis), Yahya Pallavicini; y un representante de la comunidad judía de Roma. Pese a su apuesta por el diálogo interreligioso, Benedicto XVI tuvo encontronazos con el mundo musulmán, sobre todo cuando presentó a Mahoma, en su famoso discurso en la Universidad de Ratisbona, como un profeta violento. Su alocución causó irritación en el islamismo suní, que consideró las palabras de Ratzinger una «injerencia inaceptable». Ello no ha impedido que hoy que la comunidad islámica se haya sumado a la misa por el alma y en recuerdo de un papa católico imborrable ya en la Historia de la Iglesia.
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