«Si alguien quiere chantajearme con la publicidad, con dinero, que se joda». Ante el silencio de la audiencia y el estupor de quien le entrevista, que solo es capaz de pronunciar un tímido 'pero', el polémico magnate Elon Musk repite, más lentamente y enfatizando ... cada sílaba: «Que-se-jo-da. ¿Está claro? Espero que sí. Hola, Bob», saluda con la mano, en referencia a Bob Iger, consejero delegado de Disney.
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Sin duda, el propietario de Twitter -rebautizada como X- no quiso ayer, durante un evento organizado por The New York Times, que queden dudas de a qué se refiere: su contundente mensaje va dirigido a los anunciantes que, como Disney, Coca Cola, Apple, IBM y otras grandes compañías han decidido boicotear su red social retirando los anuncios que publicaban en ella. Es una forma de castigar a Musk por los controvertidos comentarios antisemitas que vertió en su propia red el 15 de noviembre, cuando se mostró de acuerdo con un usuario que defiende la teoría del 'gran reemplazo', la conspiración de los judíos y de la izquierda para diluir a la población blanca en un océano de inmigrantes de otras razas.
El empresario se disculpó, visitó posteriormente los kibbutz israelíes que habían sido atacados por Hamás el pasado 7 de octubre en un viaje en el que recibió tratamiento de jefe de Estado, e incluso retransmitió en directo la conversación que mantuvo con Benjamin Netanyahu. «Que hayas venido hasta aquí demuestra el esfuerzo que estás haciendo por un futuro mejor», le dijo el líder hebreo. Pero a pesar de este gesto la polémica no cesa, y Musk reconoce que el boicot puede acabar matando a X. «Si acaba desapareciendo, será por esta razón», afirmó desafiante.
Lo cierto es que Musk está harto de las consecuencias que él mismo provoca con sus salidas de tono, que no son pocas. El fundador de gigantes tecnológicos como Tesla o SpaceX no solo tiene problemas por su poco ortodoxa forma de gestionar los negocios, también es presa de su incontinencia verbal. Lo comenzó a demostrar en plena pandemia, cuando primero llamó idiotas a quienes estaban preocupados por el covid y después vaticinó que Estados Unidos se libraría del virus antes de abril de 2020.
A esto se suman comentarios mucho más graves que se enmarcan en el contexto de diferentes teorías conspiranoicas y corrientes cercanas a la ultraderecha: por ejemplo, dio alas a los antivacunas, arremetió contra el colectivo LGTBI, y se mostró contrario a la sindicación de sus trabajadores. A todo esto hay que añadir ataques 'ad hominem' dirigidos contra Bill Gates, Bernie Sanders o la senadora Elizabeth Warren. Vamos, que Musk es un tipo que sabe hacer amigos.
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Por si fuese poco, a pesar de que prometió que haría una limpieza a fondo, Twitter continúa siendo un pozo de odio sin fondo. La última que lo ha denunciado ha sido la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, que el pasado lunes publicó en Le Monde las razones que la han llevado a abandonar la red social, donde aún cuenta con 1,5 millones de seguidores.
«Twitter, muy lejos de ser el formidable medio que en sus inicios hizo accesible la información al mayor número posible de personas, se ha convertido en los últimos años en una impresionante herramienta para destruir nuestras democracias», tuiteó Hidalgo en su último mensaje, en el que incidía en la proliferación de todo tipo de mensajes «de odio, acoso, antisemitismo, o racismo» en una red que sirve para lanzar «viciosos ataques» contra quienes buscan un debate sosegado y que se convierte en pieza clave de la manipulación informativa y la desinformación. «No nos engañemos. Este es un proyecto político para echar la democracia y sus valores a un lado en favor de poderosos intereses privados», sentenció la alcaldesa antes de definir Twitter como «una gigantesca cloaca global». A ver cuánto tarda Musk en dedicarle uno de sus comentarios halagadores.
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