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Los padres han puesto encima de la mesa el debate sobre los móviles en la adolescencia y los expertos tratan de responder a una preocupación que se ha extendido a toda la sociedad. Ante las dudas, las preguntas se acumulan: ¿Hay que prohibir el uso ... de estos dispositivos hasta los 16 años? ¿Aportan algún tipo de beneficio educativo? ¿Qué papel juegan los colegios? ¿Las leyes educativas tienen algo que decir? A estas cuestiones, y a otras del mismo tenor, trataron de responder este lunes algunos de los especialistas españoles más destacados en educación y tecnología durante la mesa redonda 'Niños y pantallas: ¿Qué estamos haciendo?', organizada por CEUTalks.
La investigadora en Teoría Educativa Catherine L'Ecuyer, el fundador de Desconect@, Marc Masip; la autora de 'Cosiendo la brecha digital', María Zalbidea; y la directora general de FAD Juventud, Beatriz Martín, participantes en el encuentro, coincidieron en un punto clave: los adolescentes tienen que tener límites en el uso de sus teléfonos. «No dejar que los dispositivos entren en las habitaciones y establecer controles parentales y sobre los contenidos, porque no puede haber barra libre», son algunos de estos límites que señaló Martín, que no se muestra partidaria de una prohibición total «porque no funciona», sino de la «educación».
Una postura más restrictiva tiene Catherine L'Ecuyer, que considera que los móviles aportan pocos beneficios educativos. «Quizá lo hagan en una mente madura, pero en mentes que no lo están, fomentan una actitud pasiva», resalta. En la misma línea se pronuncia Marc Masip, responsable de un proyecto pionero que trabaja con jóvenes enganchados a internet y a las redes sociales. «A mí me encanta prohibir. Debe prohibirse la pornografía o los vídeos de chicas de 15 años que enseñan a otras a vomitar o autolesionarse», apunta Masip, que pone como ejemplo la legislación sobre el tabaco o el alcohol. «Igual que no se deja fumar o beber a las puertas del colegio, urge que ahora el Estado ponga límites a las tecnológicas», agregó. Y una conclusión es que «los padres están pidiendo ayuda a gritos, pero también los hijos», corroboró María Zalbidea.
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