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El 18 de agosto de 2024 Mocejón (Toledo) cambió. Cambió, quizá, para siempre, eso solo el tiempo lo dirá. Ese domingo de agosto, la tranquilidad del «pueblo en el que nunca pasa nada», como repiten una y otra vez los vecinos, se quebraba por el ulular de la sirena de una ambulancia que circulaba por el Paseo de los Molinos hasta llegar al polideportivo del Ángel Tardío. Luego llegó un helicóptero medicalizado y, desde aquel momento, este pueblo de 5.000 habitantes cambió. ¿Para siempre? «Eso solo el tiempo lo dirá», repite un vecino.
«En este tipo de acontecimientos, la comunidad se ve profundamente afectada tanto en el presente como a futuro», señala Isabel Aranda, vocal del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid. La alegría de todos los veranos, las carreras de los más pequeños por las calles y las conversaciones nocturnas 'a la fresca' han desaparecido desde el tercer domingo de este agosto tras el asesinato del pequeño Mateo. En estos casos, la «identidad del pueblo cambia», explica Aranda.
Los carteles que anuncian las fiestas y corridas de toros en las localidades más cercanas contrastan con el crespón negro que preside la fachada del ayuntamiento. Las banderas, después de tres días de luto oficial, ya se izan hasta lo alto del mástil. Ondean con pesar movido por el cálido viento del estío castellanomanchego. Se mueven con tristeza, como el sentir general de sus vecinos.
La vida sigue en Mocejón, pero lo hace a otro ritmo y con otro sentir. Los corrillos entre los vecinos se suceden, pero pocas palabras se intercambian. «Lo siento, pero no queremos hablar. Bastante dolor tenemos», dicen. El silencio instalado desde el pasado domingo en las calles solo se rompe con los directos de televisión. Es en este momento en el que los mocejoneros se animan a compartir alguno de sus sentimientos. «Es muy duro, no nos lo explicamos», responde una mujer a la puerta de su casa. «Era de la edad de mi nieto», añade. «Hay que construir una narrativa del dolor, compartiéndolo, hablando de la experiencia, reforzando la solidaridad», destaca la vocal del Colegio de Psicólogos de Madrid.
Isabel Aranda
Vocal del Colegio de Psicólogos de Madrid
Poco se comparte. En uno de los cuatro bares del pueblo, las miradas solo se cruzan con las del resto cuando suena la puerta o en la televisión suenan tres palabras que despiertan del letargo a los parroquianos: «conectamos con Mocejón». «Mira Juan, mira», indica el camarero al propietario. El volumen sube, los ojos se abren y los vecinos buscan respuestas. Un minuto de conexión, el volumen baja y el silencio se instala de nuevo. «Vivir con esta tragedia implica pasar por un proceso de duelo individual y comunitario», advierte Aranda.
Los focos, las cámaras y los 'forasteros' se retiran. Apenas ha pasado una semana y «es muy pronto para cerrar la cicatriz», detalla la psicóloga. «Se complica por el hecho de que -el sospechoso de asesinato- sea un vecino», apostilla. «Aunque el shock inicial se ve mitigado por la temprana detención del asesino».
J. C. P, las iniciales del joven que asestó «una docena de puñaladas» -según palabras de la jueza instructora del caso- a Mateo en el polideportivo, ya se encuentra ingresado en la prisión de Ocaña I (Toledo) «desorientado y sin saber quién es» y a la espera de un informe forense que evalúe su discapacidad psíquica que determine su imputabilidad o no. De momento, se le acusa de asesinato. «Sabíamos que no estaba bien», coinciden varios mocejoneros.
Familia de Mateo en un comunicado
El lunes por la tarde, el alivio y la ira se entremezclaban en la calle Dalí del pequeño municipio toledano. Alivio porque el asesino o, al menos, el principal sospechoso está entre rejas. «Mi nieto no sale de casa, tengo miedo de que le pase algo», afirmaba un abuelo horas antes de la detención. E ira por ser alguien del pueblo, aunque se lo esperaban por cómo escapó. «Tiene que conocer la zona, tiene que ser de aquí», repetían los vecinos.
Lo era, pero por temporadas. Las que pasaba con su padre y su abuela. Ellos ahora sufren ser la familia de un presunto asesino y el señalamiento de unos pocos. «Pedimos tranquilidad y respeto. No queremos venganza», pidió la familia de Mateo en un comunicado. Un llamamiento al que también se sumó la delegada del Gobierno en Castilla-La Mancha, Milagros Tolón. «Me han rayado el coche y me han apedreado la ventana», denunció el progenitor de J. C. P. ante los medios de comunicación. «El hecho de que sea un vecino complica más el recuerdo y también dañará la convivencia con esa familia», comenta Aranda.
Un trayecto que Mocejón comienza a hacer a distintas velocidades, unos irán más rápido y otros más lento. «Realizar actos conmemorativos, rituales o vigilias en memoria de la víctima para honrar su muerte y que todos puedan unirse ante el duelo, ayuda», destaca la directora del Instituto de Psicología Psicode, Cecilia Martín. A las puertas del Ángel Tardío, donde Mateo dio sus últimos toques al balón, sus amigos han levantado un improvisado altar con velas y mensajes de recuerdo al pequeño: «Te vamos a echar mucho de menos».
Mocejón cambió el 18 de agosto, pasó del «aquí nunca pasa nada» al «¿por qué?» o «al podría haber sido mi hijo». «La historia de este asesinato cambiará la narrativa del pueblo, tiñendo de tristeza, dolor y pérdida los recuerdos. Nadie quiere que su pueblo sea recordado por un hecho así», explica Martín.
Para los mocejoneros, desde este verano, Mocejón ya no es solo un pueblo de Castilla-La Mancha, es el pueblo de Mateo.
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