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Josefa Castro, en su casa de Paiporta. Galindo

«Mis cuñados murieron en el piso de abajo y no pude hacer nada»

Josefa Castro relata con impotencia como el agua inundaba su casa en la localidad valenciana de Paiporta y atrapaba a la hermana de su esposo, Emilieta, y al marido de ésta

Juan Cano

Valencia

Martes, 5 de noviembre 2024, 01:32

Josefa Castro (80 años) pasa la tarde cosiendo delante de la tele. Acaba de ponerse un capítulo de 'Caso Abierto' cuando un ruido la saca de la trama y la empuja a la ventana. Era el martes de la fatídica DANA. Al asomarse, ve «la barrancá» que cruza Paiporta y corre a llamar a su cuñada Emilieta (80 años), que vive -vivía- en la planta de abajo junto a su marido, Salvador (81 años). «Lo intento por teléfono y, como no coge, empiezo a llamarla a gritos», reproduce ella.

Ni siquiera llueve, pero cuando Josefa vuelve a la ventana, sólo unos segundos después, el agua «ya salta» del cauce e invade la calle. «Vuelvo a llamarla por teléfono y sigue sin coger [más tarde se enteraría de que Emilieta estaba hablando por el móvil con una vecina]». Josefa se asoma al patio común, ese por donde cada mañana se daban los buenos días, o desde el que se avisaban de lo que iban a comer, y grita el nombre de Emilieta con todas sus fuerzas. Su cuñada no la oye. La única respuesta es el murmullo de la «barrancá», que sigue creciendo.

Josefa se casó en 1970 con Miguel, el hermano de Emilieta, que pasó por el altar al año siguiente con Salvador. «Mis suegros nos construyeron la vivienda ese año», recuerda la única superviviente de los cuatro (Miguel murió en 2015 a causa de un cáncer). Las dos parejas se instalaron en el número 13 del carrer de Sant Jordi. Josefa y Miguel, ocuparon la planta de arriba. Emilieta y Salvador, la de abajo. «Nos hemos llevado bien toda la vida. A mi cuñada la operaron muchas veces y siempre me tuvo a mí al pie de su cama en el hospital», añade.

Josefa Castro observa la limpieza en las calles.
Imagen principal - «Mis cuñados murieron en el piso de abajo y no pude hacer nada»
Imagen secundaria 1 - «Mis cuñados murieron en el piso de abajo y no pude hacer nada»
Imagen secundaria 2 - «Mis cuñados murieron en el piso de abajo y no pude hacer nada»

Josefa sigue buscándola, desesperada, por todas las zonas comunes. Hasta se plantea la posibilidad de que estuviesen fuera de casa, pero la idea se le quita pronto de la cabeza. «Ellos solían ir por las tardes a una nave donde tenían un perro -nadie ha vuelto a tener noticias de 'Maradona' y tampoco se le escucha ladrar-, pero no me cuadraba porque a mi cuñado lo habían intervenido de cataratas ese mismo día. Si no hubiese sido por la operación, igual habrían salido y estarían vivos».

A un niño le salvó un portal

Parecen minutos, pero la escena se desarrolla en segundos. Josefa vuelve corriendo a la ventana. Ve a un niño de unos 12 años al que ya le llega el agua por las rodillas. El crío remonta la calle y en lo que se tarda en parpadear le alcanza la cintura y lo arrastra. Unos vecinos le gritan que se agarre a una puerta, y él lo hace. Pero la corriente la arranca de cuajo del marco. «Creo que pudo meterse en un portal y que se ha salvado».

El «mar» de agua que Josefa veía desde su ventana entra ya en su casa, pese a la altura. Cuando suena la alerta en su móvil es «demasiado tarde», dice. La escalera se anega y los peldaños desaparecen bajo el lodo. Sólo quedan cuatro secos; después alcanzará su salón. «Pensaba en mis hijos, en que no los iba a ver más (tiene dos, él estaba de vacaciones en Canadá y ella vive en La Rioja). De noche, sola, sin luz, ni agua ni teléfono. Me vi muy mal».

El agua limpia anuncia que la «barrancá» está cesando. De Emilieta y Salvador nadie sabe nada. El matrimonio no tiene hijos, pero son muy queridos en el barrio y el nieto del vecino de enfrente, que ronda los 18, no deja de buscarlos. El agua en su casa ha llegado al techo. El chaval rompe una ventana y encuentra los cadáveres flotando en la cocina. «No dejo de penar que fallecieron en el piso de abajo y no pude hacer nada. No se merecían esa muerte», se lamenta Josefa, que se recrea en la última conversación que tuvo con ellos ese mismo mediodía. «Estuvimos bromeando porque Salvador estaba muy delgado. Y ahora fíjate».

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