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Un bombero revisa vehículos en un cruce en Alfafar. Txema Rodríguez
El bombero que etiqueta la tragedia en Alfafar

El bombero que etiqueta la tragedia en Alfafar

Los cuerpos de seguridad marcan con una R aquellos vehículos que han sido revisados. Buscan víctimas

María José Carchano

Valencia

Domingo, 3 de noviembre 2024, 08:10

Cuatro días después de la riada, Sedaví y Alfafar, dos de los escenarios cero de la catástrofe, siguen pareciéndose demasiado a la imagen con que amanecieron aquel miércoles que parece tan lejano. Son las doce del mediodía del sábado y en el cruce entre las calles Ausias March y Juan Puertes, un bombero está revisando si hay alguna persona dentro de los vehículos amontonados que obstaculizan cualquier paso, y que llegan al primer piso de las fincas contiguas. Lleva un spray en la mano, y va pintando una R en cada uno de los coches para que sus compañeros, si pasan por allí, sepan que ya están revisados. No se trata de ver si el vehículo está por reparar, sino que su labor es mucho más dura, la de averiguar si hay dentro alguna víctima. En una pequeña calle peatonal, paralela a la avenida de Madrid, hay acumulados unos sobre otros otra veintena de vehículos, que ni siquiera han empezado a revisar. «Aquí no ha venido nadie», asegura un vecino. La R marca la diferencia.

Es complicado caminar entre el lodo pegajoso y resbaladizo, las alcantarillas abiertas, la cantidad de voluntarios que caminan por las calles, los coches todavía por retirar y los vehículos pesados que intentan trabajar para despejar las calles de estos dos municipios, que crecieron tanto que un día se unieron definitivamente, y ahora también tienen que convivir con las mismas dificultades. No hay ningún bajo que se haya salvado de la destrucción, lo único que varía es la altura a la que llegó el agua, que ha quedado marcada en las paredes. Un metro, dos. Demasiado para poder salvar algo. Se nota el cansancio en los vecinos, agotados después de cuatro días en los que han trabajado sin descanso, durmiendo poco y mal.

Por la calle caminan una pareja de personas mayores, que se agarran uno a otro para no caerse. Van a buscar algo de comer, porque viven solos y no hay ningún comercio donde puedan comprar. Todo está destruido. «Quizás nos den algo en el Ayuntamiento». Al rato, despacito, vuelven cargados con unos bricks de leche y algo de comida. «De los mayores nadie se acuerda», lamenta la mujer, algo resignada. No han perdido su casa porque viven en un piso, pero todo a su alrededor parece haberse desmoronado.

Un árbol dentro de casa

En un bajo donde la fuerza del agua hundió la persiana, los propietarios han sacado todo lo que había dentro. «Hemos encontrado una moto que no es nuestra, pero también la rama de un árbol», se ríen, quizás porque hay un momento en que ya no les quedan lágrimas. Han perdido varios coches, pero pueden agradecer que están con vida.

Un poco más allá, un niño juega. Sus zapatos están llenos de barro, y lleva una camiseta en la que se puede leer Sedaví. Sobre una plataforma con ruedas, ha colocado la muñeca de su hermana, también manchada de barro, y con una cuerda intenta atar sus piernas como queriendo arrastrarla y salvarla. A su alrededor está lleno de personas que se afanan en limpiar y sacar trastos ya inservibles, mientras él parece haber normalizado lo que está ocurriendo. La vida se va abriendo paso, aunque las secuelas serán difíciles de superar.

Alfafar

Una persona llena de barro, a 2 de noviembre de 2024 EP

Alfafar

Varios coches amontonados, a 2 de noviembre de 2024

Alfafar

Varios policías, a 2 de noviembre de 2024, en Alfafar EP

Sedaví

Un voluntario camina junto a destrozos causados por la DANA Reuters

Sedaví

Un grupo de voluntarios trata de despejar una calle de los vehículos AFP

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Decenas de personas se concentran en la plaza Jaume I, donde hay mucha vida. También se teme que muerte. Mientras en el Ayuntamiento un puesto reparte comida y bebida, los bomberos forestales trabajan para extraer el agua del aparcamiento subterráneo, donde se teme que haya víctimas. La actividad es incesante, nadie está parado, porque no hay bajo que se haya salvado del fango.

Lágrimas de emoción

Un vecino no puede contener las lágrimas al relatar cómo estos últimos dos días varios grupos de jóvenes le han ayudado a vaciar su negocio, que no sabe si volverá a abrir porque ya no hay nada que vender. «Es que no los conozco de nada, y llevan horas sacando barro. Son gente maravillosa». La dueña de un negocio de fotografía abre por primera vez la persiana del local. Todavía no sabe qué se encontrará. Al momento sale abatida, porque lo único a lo que puede aferrarse es a las ganas de volver a empezar. De cero.

Hay fotografías por la calle, tiradas, como si fueran recuerdos de alguien que ya no está. La mayoría de la gente ha perdido todos sus recuerdos, también los álbumes antiguos. En un montón de trastos a las puertas de una casa libros empapados de barro forman una pila, y la dueña de la casa señala hacia el balcón de la andana, y dice: «sólo se ha salvado el cartel» donde se leen unos versos del poeta valenciano Vicent Andrés Estellés.

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