En un pequeño pueblo de la armuña salmantina, Tardáguila, acaeció en 1952 uno de los sucesos más terribles y brutales de la posguerra española; el conocido como «el crimen de la Ramona», un crimen pasional, olvidado y desconocido, incluso, para la mayoría de los salmantinos.
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Domingo Laso de Vega era de oficio labrador y propietario de numerosos bienes materiales, lo que le permitía vivir de forma tranquila dada su estabilidad económica.
Su mujer era Ramona Laso Laso, quien también era su prima carnal y con la que Domingo tenía una hija en común.
Lo cierto es que el matrimonio, cuyo lugar de residencia era el pueblo de Tardáguila a apenas veinte kilómetros de distancia de la capital charra y de donde Ramona era natural, fue algo acordado y producto de compromisos familiares que consiguieron que tanto Ramona como Domingo, contrajeran matrimonio en contra de su voluntad.
Su matrimonio gozaba de buena estabilidad económica y una adecuada convivencia hasta que, en 1951, Domingo se dio a la bebida y al juego perdiendo, como consecuencia, numerosos bienes y sentenciando la bancarrota del connubio.
Entró entonces un joven criado de labranza en el domicilio de los Laso- Laso, Lino Herrero, quien trajo consigo al matrimonio no solo su juventud, si no también el desequilibrio que acabaría sentenciando el asesinato de Domingo.
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Ramona, que se enamoró perdidamente del criado, aprovechaba la ausencia de Domingo para encandilar y seducir al joven criado.
Una noche, con la excusa de mostrarle unos moratones que decía tener en la pierna, Ramona consumó su amor con Lino en la cocina.
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Poco tiempo después de este hecho, la paciencia de Ramona conoció su fin el día en el que su marido vendió un pajar de su propiedad y, este suceso, junto a la relación secreta que mantenía con Lino, serían lo que determinaría a Ramona a llevar a cabo el cruento y sórdido asesinato.
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Los hechos tuvieron lugar la noche del 7 de abril de 1952.
Domingo cenó, como era habitual, junto a su esposa y su criado y, al terminar de comer, la víctima se quedó dormido en una silla.
Fue en ese momento cuando, uno de los dos amantes, armado con un hacha, le asestó un golpe mortal en la cabeza a la víctima, provocándole el estallido del cráneo y la pérdida de masa encefálica.
Acto seguido, ambos asesinos ocultaron el cadáver en la cuadra de los cerdos, confiando en que estos devorasen los restos mortales de Domingo y le hiciesen desaparecer para siempre.
Tras haber cometido el cruento crimen, Lino y Ramona trataron de engañar a todo el pueblo con el fin de justificar la ausencia de Domingo, asegurando que este se había marchado con una amante, a la que Ramona se refería como «la querida».
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Llegaron, incluso, a falsificar un telegrama supuestamente escrito por Domingo desde la capital española, donde aseguraba que emprendía su viaje con normalidad.
Cuando algún convecino del pueblo se encontraba con Ramona y le preguntaba por el paradero de Domingo, esta, se echaba a llorar desconsoladamente murmurando, con un hilo de voz «¡Ay lo que me hecho Domingo!¡Ay lo que me ha hecho!¡Que se ha marchado con la querida y cómo me ha dejado, Dios Mío!»
La gente que acudía a la casa de Ramona y Domingo, se quejaba del hedor que la envolvía , sin embargo, Ramona le restaba importancia asegurando que el desagradable y notorio olor a muerte provenía de una cabra que habían matado recientemente y cuyo pellejo, habían colgado en una de las estancias del domicilio.
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No creyéndose la historia brindada por los amantes y sospechando la tragedia, la familia de Domingo denunció la desaparición del mismo, lo que desembocaría en el hallazgo del cadáver de la víctima en la cuadra de los de los cerdos, en avanzado estado de descomposición.
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El 17 de mayo de 1955, tres años después del sórdido hallazgo, Ramona fue condenada por la Audiencia Provincial de Salamanca a la pena de muerte en garrote vil como autora de un delito de parricidio, considerándola el cerebro del plan. Sin embargo, Ramona no murió en garrote y fue condenada junto a su amante, Lino, a treinta años de cárcel y a pagar 50.000 pesetas a los herederos de la víctima.
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El espantoso crimen causó tal impacto, que en su honor se escribieron unas coplas que recorrieron todo el territorio español: «En el pueblo de Tardáguila ha ocurrido una desgracia que causa pena escucharla», rezaban.
Tanto Ramona como Lino murieron sumidos en el más absoluto olvido, en libertad.
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