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Corría 1896 y la noche del veintiuno de julio, en el pueblo salmantino de La Fuente de San Esteban, acaeció uno de los crímenes más sórdidos de la crónica negra charra. José Gago, quien por entonces era comerciante, contrajo una deuda que ascendía a la ... cifra de 8.986 pesetas con un amigo, José del Castillo, dependiente de una famosa tienda de la época.
La frágil situación económica de Gago le hacía imposible afrontar la deuda, lo que le llevó a planear el asesinato de José del Castillo con el objetivo de eliminar cualquier rastro del cuantioso adeudo.
Unos días antes de cometer el sórdido crimen, el asesino escribió una carta a su amigo explicándole que tanto su mujer como su suegra se encontraban fuera de la ciudad y que, por tanto, esa noche podía acudir a su casa para cobrar la deuda.
Es curioso cómo, algunos de los clientes de José testificaron en el juicio como este les había comentado que sintió miedo ante la extraña proposición de su amigo, puesto que conocía la delicada situación económica de Gago y sabía que este no estaba en condiciones de devolverle su dinero.
Sin embargo, como José acostumbraba a dormir en casa de su amigo cuando los negocios le llevaban al pueblo de este, accedió a acudir a la cita el veintiuno de julio sin saber que estaba dictando su propia sentencia de muerte.
El asesinato tuvo lugar en la tienda de Gago quien, armado con un hacha recién afilada, le asestó dos cortes mortales en el cráneo a José. Acto seguido, arrastró el cadáver desde la trastienda hasta el establo del domicilio y una vez allí, con el mismo arma con el que había llevado a cabo el asesinato, le amputó los pies, las manos y la cara con el objetivo de obstaculizar la identificación del cadáver en el caso de que alguien lo descubriese.
Inmediatamente después, despojó al cadáver de sus ropas e introdujo sus restos y pertenencias en un saco, no sin antes sustraer todo el dinero que la víctima guardaba en los bolsillos.
Para su suerte, Gago halló dos cartas escritas por del Castillo y en una de ellas añadió, como buenamente pudo: «Respecto a Gago se portó bien, me pagó a tocateja, vuélvele sus méritos y desde hoy es el primer amigo, considera mucho a Tomasa (quien era la mujer de Gago) y vuélvele sus muchos méritos al honrado señor Gago; el 21 estuve en su casa». La carta estaba escrita con fecha del 20 de julio de 1896, pero trató de modificarla torpemente haciendo del cero, un seis.
La noche del veintidós al veintitrés, Gago cargó al cadáver en un carro y, haciéndose con una mula del fallecido José, se dirigió al pueblo de Sepulcro-Hilario. En un paraje situado en medio de ambos pueblos, le cortó el cuello a la mula y arrojó la manta que le había servido como sudario.
El cadáver, por su parte, fue abandonado en el Monte de La Mesa, donde sería hallado cinco días después en estado de putrefacción, mutilado y desnudo. Gago se deshizo del saco en el que había ocultado las pertenencias de José así como sus miembros amputados, quemándolo en una choza abandonada de pastores situada en el mismo paraje donde se había deshecho del cadáver.
El día veinticuatro, armado con el saco calcinado, se desplazó hasta el domicilio de una conocida en Sepulcro-Hilario y lo escondió bajo su cama hasta el día siguiente, cuando acudió a por él.
La vista del juicio se celebró entre el once y el veintidós de marzo de 1898 y a lo largo de esta, las numerosas pruebas fueron desmontando la poco sólida coartada brindada por Gago sentenciando, finalmente, que la autoría del crimen le correspondía con totalidad. Gago fue condenado como autor de un delito de robo con motivo del cual resultó en homicidio.
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