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Un edificio enorme. Situado frente a una carnicería. Comparte plaza con el mercado de Abastos. Está abandonado y según entras un aroma que se podría asemejar al paso del tiempo te invade. Hogar de ancianos, residencia para monjas y escuela para centenares de niños y niñas, sus pasillos se mecen en la oscuridad, las telarañas habitan cada una de las estancias y de fondo se puede llegar a escuchar el timbre que anuncia el comienzo de las clases. Ahora solo silencio. A excepción de los martes.
Aurora tiene 80 años. Recorre los pasillos con nostalgia. «Aquí nos daban de merendar, aquí daba clase, esta era el aula de Sor Pilar...». De fondo, una habitación en la que los pupitres y las sillas están amontados contra la pared. Sin vida. Sin propósito. Abandonados. Silencio.
Los martes el ruido invade al antiguo colegio. El colegio de las monjas como es conocido por los vecinos de Vitigudino. Las mujeres encargadas de llevar el ropero acuden a su cita para organizar, ordenar y filtrar toda la ropa que les llega de unos para dársela a otros. Es un resquicio de esperanza. Un abrigo de segunda mano ante el frío de la falta de recursos económicos.
Según se entra al colegio por el lateral derecho, un montón de zapatos de bebé se agrupan en uno de los ventanales y según se entra en la primera habitación -como si de una tienda se tratase- hay un sinfín de camisetas y pantalones doblados, abrigos y camisas colgados, carritos de coche y hasta juguetes. En la siguiente estancia, más ropa, mantas y bolsas que todavía no han sido revisadas. Aurora, Ana, Maritere, Luisi y Loli -que creó el ropero, pero ya no puede dedicarse a ello- charlan. Cuatro personas, ocho manos que hacen una labor impagable.
«Recibimos la ropa, tanto de gente de Vitigudino como de los alrededores, se la damos a los que más lo necesitan aquí y si no, la empaquetamos en cajas y lo enviamos a Puente Ladrillo y de allí pasa a Uruguay. Nuestra labor es esa. El sábado pasado, por ejemplo, llegamos a enviar 80 cajas», explica Aurora. La ropa que no consideran apta, se recicla.
En concreto, el perfil de las personas que necesitan esa ayuda, son extranjeras. Gente que no tiene ropa de abrigo y necesitan chaquetas, mantas o colchas para el invierno y especialmente, gente joven con hijos. Mucha gente joven desempleada.
Cuando se les pregunta por su labor no son realmente conscientes de lo que llega a suponer, lo ven como algo normal, pero su 'normalidad' es una excepción de la provincia. Antes, recuerda Loli, no llegaban a dar abasto de la cantidad de gente que precisaba de su ayuda. Ahora hay más gente que dona de la que recoge. La desocupación de las casas y la mortalidad en los pueblos genera esa intención de dar «lo que sobra».
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