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El antiguo matadero de Las Casas del Conde es un edificio en proceso de metamorfosis. Por dentro ahora es un almacén municipal. Y por fuera, sus zigzagueantes paredes cobran vida con un mosaico de piezas cerámicas que indagan en la identidad del pueblo.
Platos, vasijas, animales, flores, botijos, incluso las iniciales del pueblo con la tipografía de AC/DC, se entrelazan en un juego tridimensional de formas y colores que invita a la contemplación. Cada pieza, con su textura y forma única, cuenta una historia, un proceso, una aportación a la vida del pueblo.
Todo comenzó cuando el alcalde del municipio le pidió a María Marlen que hiciera dos murales en el pueblo. Este tipo de obras cada vez son más habituales y muchas veces tienen una estética y una temática que no tiene nada que ver ni con la identidad del lugar ni con los propios vecinos. Y eso es algo que la joven artista quería evitar.
Desde el Ayuntamiento le dan libertad para crear lo que ella quiera y enseguida tiene una idea y acude a un compañero con el que comparte criterios y cuyos temas de estudio son complementarios.
Ella está graduada en Bellas Artes, con un Máster en producción artística y cursa el doctorado en Historia del Arte. Además, está especializada en temas de identidad y su complice en este proyecto es Mario Valle Bueno, también graduado en Bellas Artes, antropólogo y especializado en territorio y paisaje.
Ya habían pensado en experimentar con un mural cerámico y en hacer una obra colaborativa que sirviera para «hacer pueblo». Esta es la oportunidad perfecta para hacerlo.
Para empezar comienzan documentándose sobre la cerámica en la Sierra de Francia, buscan una base, pero no para anclarse en ella y sin pretender un enfoque etnográfico. Descubren que los pueblos más cercanos a las Casas del Conde en los que se trabajaba eran Tamames y Cespedosa, aunque también hubo un tejar en San Martín del Castañar y un alfarero que hacía pucheros y castañeros en Miranda.
Los artistas contactan también con el alfarero salmantino Gerardo Cambronero, profesor de cerámica en el barrio de la Vega y con gran experiencia en este ámbito.
Es entonces cuando deciden desarrollar tres talleres con los vecinos en los meses de noviembre y diciembre de 2024. Ellos quieren aprender en este proceso como mediadores, no como expertos ceramistas y que entre todos produzcan piezas para este original mural.
De este modo consiguen la participación de una treintena de personas, una cantidad bastante grande teniendo en cuenta que en invierno la población del pueblo es muy reducida. Al principio los participantes tenían miedo de no hacerlo bien, pero luego se fueron soltando y disfrutaron de la experiencia, según los artistas.
Pero hacen falta muchas piezas, así que muchas proceden de otros talleres de Gerardo, de su propia experimentación y de la colaboración de otros amigos artistas.
Buena parte de los elementos que conforman el mural tienen un inicio experimental, deformando piezas convencionales de barro cuando todavía están blandas, pintándolas, remodelándolas. Unas están hechas con torno y otras sin él. Empleando distintos sistemas de cocción.
Buscan el equilibrio entre una expresión tradicional y una contemporánea que dialoguen con el paisaje y la identidad del pueblo. El resultado son numerosos objetos de diferentes texturas, formas y colores que poco a poco María y Mario van pegando en las paredes. Entre ellos hay «una cabeza de oveja y un cuchillo, como recuerdo de que el edificio fue el matadero del pueblo», indican. Y como no desaprovechan nada, también hay restos de piezas rotas que se colocan en los huecos como relleno de lujo.
En este mural tan participativo la autoría de la obra queda muy difuminada. A estos dos jóvenes les encanta que esto sea así, porque «es lo que sucede en la artesanía y con la transmisión popular», afirman.
Este mes de marzo esperan terminar de cubrir todas las paredes, aunque reconocen que el plazo real es impredecible porque el proceso es complicado. Hacen las piezas, las cuecen, las colocan. También hay piezas cedidas. Y son tantísimas las que hacen falta para cubrir las paredes que no es tarea sencilla conseguirlas. Tan solo dejarán despejados los trozos de muro de piedra y el pollete que hay pegado a uno de ellos y que desean los vecinos puedan seguir utilizándolo para sentarse.
También las lluvias retrasan los avances en esta obra, que esperan que esté acompañada por un código QR en el que los visitantes puedan conocer toda la información sobre su creación y los nombres de cuantas personas han colaborado.
También han pensado en cómo será la inauguración: un acto performático, que contará con una exhibición de alfarería para que los asistentes vean cómo se tornea y en la que esperan que aporte su granito de arena Emilio, el escultor del pueblo.
De momento, los vecinos del pueblo están disfrutando de ver los avances en la obra. Cada día descubren una cosa entre los cientos de piezas que tiene. Además, están comprobando como las luces y sombras distintas de cada día, e incluso de los diferentes momentos del día, hacen que la obra se vea muy diferente.
El mural también puede disfrutarse con el oído, ya que el viento o la lluvia hacen que emita sonidos, desde los silbidos causados del primero al tintineo que consigue la segunda.
Al estar compuesta por piezas de barro la obra evoca la naturaleza y la orografía del pueblo hace que tenga muchos puntos de vista, dependiendo de la zona desde la que se observe. «Podría parecer la pared de una cueva» afirman sus creadores.
No sobran este tipo de propuestas, un puente entre arte, naturaleza y ruralidad, dejando de lado los tópicos e implicando a la gente de la zona y los oficios. Una conjunción mágica entre arte y artesanía para un disfrute multisensorial. Un mural que se siente, se escucha, se observa, se vive e invita a imaginar. Un legado para el futuro y un nuevo atractivo para Las Casas del Conde.
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