Nacido en la villa de Sahagún (León) en torno a 1430, Juan González del Castillo fue un sacerdote y eremita canonizado por la Iglesia Católica que realizó sus primeros estudios en el Monasterio de San Benito y que obtuvo la protección del obispo de Burgos, que terminó por convertirlo en secretario canónigo de la catedral.
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Llegó a Salamanca para hacerse fraile agustino en el convento de dicha Orden, y a partir de ese momento fue una figura indispensable en la historia de nuestra ciudad: en 1464 comenzó una guerra entre la familia Manzano y la familia Enríquez Monroy después de dos miembros de los Manzano asesinaran a Pedro y a Luis Enríquez tras una pequeña disputa y la madre de estos decidiera vengarse. Doña María la Brava dio comienzo a la Guerra de los Bandos y Salamanca quedaría separada en dos.
Ante tanta lucha y rivalidad, San Juan de Sahagún se vio en la obligación de intentar apaciguar la disputa y, a base de palabra y oración, logró que ambos bandos firmaran en la Casa de la Concordia un documento que aseguraba la paz. De esta manera, se dio por finalizada la lucha de los bandos y San Juan comenzó a ser considerado como el «Ángel de la Paz».
En torno al 11 de junio de 1479 y de forma violenta, San Juan de Sahagún fue hallado muerto. Sin embargo, aunque existen una gran cantidad de teorías que giran sobre este tema, se dice que la culpable de su fallecimiento fue la presunta amante del comendador de la ciudad y que tomó la decisión tras escucharlo hablar en la iglesia de San Blas. Aun así, se desconoce si fue envenenado o si fue violentamente apuñalado. Y aunque existen varias de sus reliquias en diferentes partes del mundo, sus restos descansan en la capilla de la Catedral Nueva de nuestra ciudad.
San Juan de Sahagún no solo consiguió transformar y poner paz en Salamanca cuando consiguió que las familias nobles firmaran el acta de concordia, ya que también se le atribuyen una serie de leyendas entre las que destacan la del Pozo Amarillo y la de la actual calle Tentenecio.
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Se cuenta que, a mediados del siglo XV, un niño se cayó a un pozo bastante profundo y que cuando San Juan de Sahagún lo encontró debido a los gritos de una madre que imploraba ayuda, decidió quitarse el cíngulo que llevaba atado a la cintura para lanzárselo y que así pudiera salir. Sin embargo, al ser demasiado corto, el clérigo comenzó a rezar y el nivel del agua del pozo subió hasta que el niño pudo salir y así salvar su vida.
Por otro lado, tenemos otra curiosa leyenda del siglo XVII que explica que un toro bravo se había escapado el mercado de ganados y, después de haber sembrado el pánico por toda la ciudad, llegó a la que en ese momento se conocía como la Calle de Santa Catalina y estuvo a punto de embestir a una madre que iba con su hijo. Fue en ese momento cuando apareció San Juan, quien puso su mano en la cabeza del animal y tras decirle «tente, necio», el toro se detuvo.
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No fue hasta el 13 de junio de 1601, 122 años después de su muerte, cuando el papa Clemente VIII beatificó a San Juan de Sahagún en Roma tras probar la existencia de uno de los milagros en los que había intervenido y después de la insistencia de los Reyes Católicos hacia Felipe III. Además, el 15 de julio de 1691 y tras haber probado la existencia de un segundo milagro, el papa Alejandro VIII llevó a cabo su canonización.
Desde el 12 de junio de 1869, momento en el que el papa Pío IX lo decide tras la insistencia del Ayuntamiento, se celebra cada año la festividad de San Juan de Sahagún «con rito doble de primera clase, con octava y bajo ambos preceptos de asistir al santo sacrificio de la misa y abstenerse de trabajar el día 12 de junio«, según cuenta Manuel Villar y Macías.
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