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«Más que una suerte, las altas capacidades son un pastelito envenenado». Hugo López de Juan, estudiante de la USAL, lo dice porque vive con ello y su experiencia tiene mucho que ver con la de otras muchas personas que, como él, navegan por la vida con un intelecto excepcional.
Desde la infancia, Hugo creció sintiéndose aislado de la gente de su entorno, no solo físicamente («aunque con el paso de los años me he hecho más sociable», afirma), sino también a nivel emocional. Considera que él entiende a los demás, pero los demás nunca llegan a entenderle a él, que tiene un sistema de valores y unas necesidades distintas a la mayoría.
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Jimena Olivar Gómez, también estudiante de la USAL, comparte esta sensación de incomprensión, viviendo las altas capacidades como una montaña rusa emocional, con altibajos constantes y una profunda sensación de soledad. «A un día feliz le sigue uno de bajonazo», resume Jimena, quien se siente desbordada por la situación.
El paso por el sistema educativo fue complicado para ambos. Hugo recuerda su infancia como «cuanto menos, curiosa». En segundo de Primaria ya le reconocieron las altas capacidades y le propusieron adelantarle un curso y darle una atención más personalizada, su familia decidió no aceptar esas medidas para evitar el estigma.
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Algunos docentes intentaron ayudarle, pero les faltaban herramientas y conocimientos para atender a un estudiante que supera la media. Otros, simplemente le ignoraron. Con sus compañeros, la experiencia fue similar: algunos intentaron acercarse, otros le rechazaron por ser diferente. «He tenido muy buenas y muy malas experiencias», resume Hugo.
Al llegar al Bachillerato cursó las modalidades LOMLOE y el internacional y para él supuso un paso adelante, porque la clase era más pequeña y los alumnos más parecidos a él.
Jimena, por su parte, vivió un auténtico calvario. A pesar de sus buenas notas, la presión de los profesores por «dar más» y la falta de comprensión sobre sus altas capacidades la llevaron a una autoexigencia desmedida y a la frustración. El diagnóstico tardío y la incredulidad del sistema educativo agravaron la situación, desembocando en acoso escolar y siete cambios de centro. «Al principio pensaba que era mi culpa, que tenía que camuflar mis altas capacidades», recuerda Jimena. «Pero a los 19 años te das cuenta de que el problema nunca has sido tú».
La falta de apoyo y la sensación de soledad llevaron a Jimena a una «depresión de caballo» a los 16 años. El último cambio de centro, en pleno segundo de Bachillerato, fue especialmente traumático. Un profesor de Matemáticas llegó a decirle que no se presentara a la EBAU porque no estaba preparada, minando su confianza y reforzando la idea de que era «menos de lo que era». Sin embargo, gracias al apoyo de su madre y del Servicio de Asuntos Sociales (SAS) de la USAL, Jimena logró superar la EBAU con éxito. Y en Matemáticas sacó 8,5.
El papel mediador del SAS entre los alumnos y los profesores de la USAL y su apoyo ha supuesto una gran ayuda para Hugo y Jimena. Hasta ahora no habían podido disfrutar de algo así y agradecen su papel.
Ambos estudiantes coinciden en la necesidad de desterrar los estereotipos sobre las altas capacidades. «No hay dos personas iguales», afirma Hugo, rechazando la idea de que son un colectivo homogéneo con las mismas características y necesidades.
Jimena considera muy dañina la creencia de que son personas que sacan notas excelentes, cuando en realidad existe un alto porcentaje de fracaso y abandono escolar entre personas con altas capacidades.
Para mejorar la situación, ambos proponen una mayor adaptación del entorno a las necesidades de las personas con altas capacidades. El sistema se ha centrado en la atención a las discapacidades. En ellas resulta más evidente lo que necesitan las personas que las tienen señala Hugo. Sin embargo, la superdotación intelectual ha sido dejada de lado durante mucho tiempo, como si no necesitase nada, y no hay demasiados conocimientos sobre cómo atenderles.
Es fundamental comprender lo que pasa dentro de la cabeza de una persona con altas capacidades, cómo funciona su cerebro, recalca Hugo. También piden que se les deje de ver como «raros» y que se preste atención a sus problemas de sociabilidad. «Lo que ha pasado Jimena no es vida», lamenta Hugo.
Ni Hugo ni Jimena consideran que adelantar cursos sea la solución ideal para estos escolares. Pueden ser muy inteligentes, pero no por eso tienen todos la madurez emocional necesaria para afrontar ese cambio. En ocasiones eso les lleva a incluso a repetir curso a volver a reencontrarse con unos antiguos compañeros, lo que puede empeorar la situación.
Jimena critica también el sistema de evaluación actual, basado en exámenes y memorización, y propone que se evalúe, por ejemplo, con trabajos, y que se haga un enriquecimiento curricular que beneficie a todos los estudiantes.
Ambos coinciden en la necesidad de visibilizar las altas capacidades para normalizarlas y alejarlas de tópicos. También consideran crucial el papel fundamental de las asociaciones de apoyo.
De hecho la Asociación Salmantina de Apoyo a las Altas Capacidades Atenea lleva desde 2015 informando y ayudando a las familias con su escuela de padres, ofreciendo actividades para estos chavales y reivindicando cambios en el sistema educativo para favorecer las necesidades de estas personas en su etapa escolar.
Ahora el Servicio de Asuntos Sociales de la USAL también se ha unido a ellas para visibilizar la situación de estas personas, sus necesidades y las fórmulas para hacerles el paso por el sistema más llevadero, además de especializar a los futuros profesionales (como educadores, psicólogos, entre otros) que tratarán con ellos en el futuro. Por ello el viernes desarrollaron una exitosa jornada que tiene visos de continuidad en el futuro.
Porque todas las personas son diferentes y merecen que sus particularidades sean atendidas. Ya se hace con otros colectivos de forma habitual y en este caso el desconocimiento y los estereotipos les no han ayudado: han llevado a que el imaginario colectivo confunda tener un cerebro brillante con ser un superhéroe, ignorando que, en esencia, son personas con sensibilidades y necesidades como cualquier otra.
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