La esencia de lo que fue y la construcción de lo que se pretende que sea (o vuelva a ser). Pizarrales y El Carmen, dos barrios hermanos que protagonizan la otra mirada número catorce, miran cómo se les maquilla su cara o se les ... dibuja un nuevo rostro, pero sin querer cambiar su identidad, la de la zona más reivindicativa y ejemplo histórico de la lucha vecinal por lo propio y lo común.
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Comenzamos nuestra mirada por la zona del parque de Valhondo, la zona más nueva del barrio, muestra de la expansión del mismo, y la parte más alta de la ciudad. Es decir, que empezamos donde todo acaba, en todos los sentidos, ya que allí se encuentran las últimas viviendas construidas y el tanatorio junto al cementerio. Desde allí podemos ver una panorámica de viviendas de planta baja a un lado y edificios más modernos al otro. Entre estos últimos, plazas engalanadas de baldosas y árboles y goteo de personas paseando a sus mascotas o las bolsas de la compra. En alguna pared, pintadas con toque romántico; en algunos balcones, colores futbolísticos.
Cruzamos la acera y pasamos de lo moderno a lo clásico. Estamos en los conocidos «Bloques de Nicar». Los jardines entre bloques, las esculturas y las fuentes con relieves fantasiosos y las escaleras que llevan al parque Villar y Macías. Un reguero de sal en las aceras, como si fuesen las miguitas de pan de los cuentos, nos lleva hasta edificios de ladrillo. Parece una pequeña villa, en la que un enorme bloque de piedra recuerda la fecha en la que se construyeron esas 452 viviendas «tipo social». Estamos en El Carmen, barrio que comparte zona, luchas y necesidades con Pizarrales. Un hombre subido a una escalera le pone colores verdes y azules a estas calles anaranjadas.
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Y ahora sí, Pizarrales. Valdría con subir la carretera de Ledesma por una acera y bajarla en sentido contrario por la otra para sacar toda una galería de gentes, negocios y detalles. Pararse en el deteriorado centro de salud, en el que se anuncian test de antígenos y la Marea Blanca, o subirse a las empinadas escaleras de la parroquia de Jesús Obrero. Pero todos los barrios que tienen avenidas amplias como esta padecen el mismo problema: la atención y la vida son absorbidas por dicha vía. Es por ello que merece la pena escarbar un poco en la superficie del barrio y pasar por calles como la de Ruiz Zorrilla o la trasera de la iglesia vieja. Es allí, delante de fachadas sin casa, de solares donde sólo se han construido montículos de arena, de céspedes convertidos en contenedores, donde se justifican todas las reivindicaciones por las que esta zona se caracterizó en su día y por las que quiere seguir caracterizándose.
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