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La otra mirada a Salamanca alcanza su particular mayoría de edad poniendo la atención y los sentidos en el, precisamente, mayor de los barrios, en extensión y población, de la capital del Tormes. Garrido, casi una ciudad dentro de la ciudad.
Realmente no tenemos muy ... claro dónde empieza o dónde acaba Garrido, si es que este barrio tiene un principio y un fin, o se extiende hasta donde lleguen sus gentes. Desde que cruzas el semáforo pasando la iglesia de María Auxiliadora, este famoso barrio ya te empieza a mostrar sus cartas en forma de personas en sus andares o a sus oficios, como el barrendero inmerso en una conversación para amenizar la espera del semáforo.
Garrido no esconde sus contrastes, sino que se construye con ellos. El contraste de una calle peatonal, tranquila, ocupada por vehículos de Correos, con las enormes letras verdes de El Corte Inglés asomando al fondo o la sombra de una grúa parada sobre la fachada de un edificio que ya tiene sus bastantes años en pie.
Garrido es su vida social y comercial. Las colas para comprar huevos, los carros de la compra llevados por parejas que, cogidas del brazo, aprovechan para pasear a lado de los jardines de Federico Anaya. O las parejas sin carro, por la zona de la Torrente Ballester, al lado de cuya escultura hay quien prefiere observar la vida pasar, al igual que el anciano que se sienta en el parque de Garrido a descansar mientras los niños juegan.
Garrido es deporte. En el pabellón de Würzburg, con las gestas que se viven dentro y lo que está pintado por fuera. Y la no poca cantidad de personas mayores que ocupan los parques biosaludables de alrededor, aprovechando el sol de la mañana para mantenerse en forma.
Garrido tiene un volcán. El recuperado banco de madera, ahora azul y rosa, situado en una colina que ofrece una panorámica única del barrio, adornada con las torres de la Catedral y la Clerecía rascando el cielo al fondo. Aunque hay quien prefiere mirar hacia el lado contrario y disfrutar, junto a la fiel compañía canina, de las enormes extensiones de campo que se alejan de la ciudad.
Garrido son sus interminables hileras de edificios, sus balcones a pie de calle, entre los cuales encuentras detalles que muestran lo que se espera de una barrio tan grande e importante, su rebeldía, representada en una portería pintada en una pared en la que se prohíbe dar balonazos o en la tarjeta amarilla de aviso de retirada de coche en la puerta de una cochera de color negro con letras rojas escrito: «No aparcar». Y es que Garrido no es un barrio para prohibir.
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