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Nada menos que dos décadas. Veinte son los años que ha cumplido este año el Mesón La Navilla asentado en la zona de pinchos más famosa de Salamanca: Van Dyck. «Cuando lo cogimos en su momento fue un poco arriesgado pero ha merecido la pena», comenta Alberto, dueño del establecimiento. Aunque ya había estado relacionado con la hostelería -trabajó en El Cervantes- el aterrizaje a esta mítica calle del tapeo de la capital en 2004 lo cambió todo. «Ha sido mucho sacrificio pero hemos crecido mucho y estamos muy contentos de estos años», asegura.
Y eso que no todo ha sido siempre de color de rosas. El momento más crudo para la hostelería ha sido, sin duda, la pandemia. Y en una zona donde los bares son los máximos protagonistas, el impacto es aún más evidente. «Hemos pasado por muchas cosas y la pandemia ha cambiado mucho el comportamiento de los clientes», añade. A pesar de que siempre se han mantenido fieles a la comida tradicional, aunque introduciendo a su oferta alguna novedad, se han tenido que adaptar a ese cambio de tendencia en el consumidor.
«La gente ahora gasta más, disfruta y comparte más. Después de la pandemia se ha notado esas ganas de salir más que aún se mantienen», asegura. Y ese tirón del ocio trata de explotarlo al máximo posible. Y como no podía ser de otra manera, es la oferta gastronómica quien dicta el éxito. «Además de pinchos, raciones, tenemos una carta bastante atrayente», asegura. No falla a su descripción: «Lugar acogedor que guarda tesoros gastronómicos y tradición en todos sus productos», y con ese emblema, se ha consolidad no sólo como uno de los locales más longevos de la zona sino también como uno de los más reconocidos.
Y es que destacar en una zona como Van Dyck, con tanta competencia hostelera, no es nada fácil. «Intentamos hacer cosas diferentes», asegura. Eso sí, lo que no falla es lo de siempre: el cocido de los viernes y el arroz con bogavante de los domingos. Y cómo no, como tapa estrella: las patatas meneás. «Las piden un montón», asegura. Y desde hace unos meses, la diferenciación con la oferta gastronómica es aún más valiosa puesto que el factor terraza ya ha igualado a todos los establecimientos de la zona.
«Yo tenía una licencia antigua y ya tenía terraza antes de la pandemia pero me alegro que se haya demostrado que es posible una convivencia de terrazas y aparcamiento», asegura Alberto, que lejos de ver competencia en esta reciente ordenanza, ve oportunidades. «Al haber más terrazas se atrae a más público y siempre he luchado por ello a pesar de que yo ya la tenía», insiste. Un recurso especialmente útil en verano donde los clientes prefieren tomar la consumición fuera del establecimiento. «Es una zona de pinchos mundialmente conocida, y sobre todo estos meses, ha dado mucha vida», concluye
Fue una época oscura pero de los años de pandemia La Navilla rescata una divertida anécdota. Los días en los que, por arte de magia, las copas de alcohol se llenaban de agua. «Entonces había que estar en las terrazas y venían un grupo de jóvenes que, lloviendo, se pedían copas que se llenaban del agua de la lluvia», recuerda Alberto. «No dejaban de pedirme copas y copas porque se las servía y se llenaban de agua», cuenta entre risas. Un vaivén de copas servidas llenas de alcohol y devueltas llenas de agua que se convirtió en un momento de humor entre tanto desconcierto.
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