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El día amanece helado. Eso no les desanima. Un grupo de personas trabaja el sábado por la mañana en lo alto del Volcán de Garrido. Unos limpian las basuras. Otros plantan árboles en las laderas y se ocupan de repintar el banco más famoso del barrio en Instagram.
También colocan grandes bloques de piedra de Villamayor a modo de asientos. Pintan pedruscos de escombros con pintura ecológica. Actúan incluso en el puente de la vía del tren: limpian el balasto en uno de los lados con la intención de hacer más accesible el Volcán para quienes se acercan a él desde el parque de Würzburg.
Los artífices de renovar el encanto de este sorprendente espacio son miembros de Los Tilos+, Garrido Contigo y alumnos de Animación Sociocultural del IES Fernando de Rojas. Tan solo algunos de los colectivos y personas implicados desde hace tres años en el proceso de revalorización del promontorio.
Todo comenzó de la reflexión y la sensibilidad de algunas de estas personas. Se fijaron en la geografía de la zona. Se dieron cuenta de que hay muchos lugares potencialmente interesantes que pasan inadvertidos a los ciudadanos.
Y se embarcaron en la aventura de dar visibilidad a este espacio que nació de la acumulación de escombros y restos de obras. ¿Quién podría pensar que un sitio así podía desprender tanto encanto?
Desde la cumbre de este inofensivo Volcán las vistas son un mosaico en suave transición. Por un lado, el paisaje urbano del barrio y el resto de la ciudad con su emblemática catedral. Por el otro, el paisaje agrario propio de esta provincia. Y por todas partes para los ojos entrenados en encontrarlo, el paisaje natural.
La biodiversidad del Volcán de Garrido es enorme y variada en función de las estaciones. Lo explica uno de los impulsores del proyecto, que como el resto, prefiere permanecer en el anonimato. Sabe que los ciudadanos estamos demasiado influenciados por la imagen de los jardines llenos de césped y plantas verdes. «Aquí no hay déficit de naturaleza, hay déficit en la forma de percibirla». Reivindica la belleza de los marrones y amarillos del verano y la necesidad de reeducarnos para valorar lo que tenemos cerca y no vemos.
No son pocos los jóvenes y adolescentes que también han aprendido a disfrutar de alguna de las caras del paisaje del Volcán. En concreto de sus puestas de sol. Con frecuencia forman parte de sus stories de Instagram. Se hacen selfies sentados sobre el banco de madera que fue colocado hace tiempo en otra intervención y que ahora están pintando.
En esta misma red social el Volcán de Garrido tiene su propio perfil. En él se explica que su intención es dar valor a este entorno tan próximo al barrio y tratar de que eso sirva de catalizador de otras intervenciones participativas, de colaboración y empoderamiento ciudadano. Invitan a la reflexión y la acción: «¿Qué papel tenemos en la planificación del espacio que habitamos?»
De esa pregunta surgen muchas más: ¿son necesarias obras faraónicas para que los vecinos tengan lo que necesitan? La conversación deriva hacia este asunto. «El Ayuntamiento aprovecha muchos fondos de Europa, y es positivo, pero lo que los barrios realmente necesitan es mucho más sencillo», detalla. Sin embargo, en las intervenciones habituales sale ganando la ingeniería civil y no ellos, lamenta. Con acciones de nulo o mínimo coste, lejos de las grandes inversiones en hormigón y asfalto se pueden conseguir grandes resultados. Ciudades para ser vividas. Lugares en los que jóvenes y adolescentes puedan tener su espacio.
Precisamente este sector de la población carece de ellos. Los parques y jardines se diseñan en formatos poco inclusivos. Se delimita hasta con vallas el sitio para los perros, para los niños, para los mayores. Todos juntos, pero separados. Aunque de la convivencia surjan conflictos, hay soluciones y otras perspectivas para no disgregar, señala.
La pandemia nos enseñó algo sobre esto. Cuando pudimos volver a salir, los ciudadanos hicimos un uso más natural de los espacios. Nos dimos cuenta de la importancia del entorno espacial y social en que vivimos. Compartimos los parques, las calles, nos mezclamos. Pero cuando reabrió la hostelería y volvimos a las rutinas anteriores fuimos perdiendo esta percepción.
Pasan las horas y se ven resultados. La pintura del banco está seca y lo vuelven a montar con su respaldo arreglado. Aunque el trabajo que realizan a veces es destruido, las personas que participan en este continuo proceso de dignificación siguen optando por crear. Creen firmemente en la importancia de la colaboración, la convivencia y la regeneración de espacios para la comunidad. Que sean los propios vecinos los que intervengan para moldear la ciudad y disfrutarla. Y poco a poco se va viendo que el entorno está menos deteriorado. Ya no es un espacio olvidado.
También creen en el valor pedagógico de lo que hacen. A fuerza de incidir las cosas cambian. Colabora más gente. El espacio mejora. Se valora el lugar y lo conseguido. Toda una inspiración. Como una cita de Marcel Proust que con mucho acierto muestran en Instagram: «El único verdadero ejercicio de descubrimiento consiste no en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos».
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