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Estamos tan acostumbrados al nombre de algunas calles que ni siquiera nos damos cuenta de su singularidad. Sin embargo, lo que para algunos pasa desapercibido para otros es un rasgo que llama la atención e incluso es digno de una fotografía. Algunos por graciosos, otros por la connotación que tienen, otros por el doble sentido. Hay algunos que esconden una curiosa historia detrás y hay otros que con su nombre ya dejan entrever el relato que les hizo merecedores de una calle. Con tantas excepciones y teniendo en cuenta que la capital tiene aproximadamente unas 1.500 calles, la diversidad está asegurada
Hay algunas calles que nada tiene que ver con lo que parecen indicar. En la calle Las Cañas, no hay un sólo bar y en la calle Amapolas, no hay ni una sola flor. En la calle Libreros, ha cerrado recientemente la última librería que quedaba. Estos son algunos de los ejemplos que demuestran que, en algunas ocasiones, los nombres no determinan la realidad.
Precisamente, en este doble sentido están los juegos de palabras que son, cuanto menos, divertidos. Hay vecinos que escriben en la dirección la calle Bientocadas y nada tiene que ver con una interpretación sexual sino todo lo contrario: un convento en lo que hoy es la Plaza del Campillo daba como resultado el desfile de unas religiosas que portaban la toca perfectamente colocada. De ahí ese peculiar nombre.
Esta misma tónica sigue también la calle Cabeza de Vaca, calle de la Buenamadre o calle de los Orejudos. Denominaciones cuyo significado no ha trascendido pero que llama la atención a aquellos que pasan por primera vez por esta zona y se quedan atónitos mirando la clásica placa azul que determina el nombre de la calle. Lo que está claro es que, en la mayoría de los casos, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Algunos de los nombres que definen las calles de Salamanca resultan más aleatorias y es complicado averiguar cuáles son las razones que llevarían a elegir esa denominación para representar una vía. Sin embargo, otras sí esconden una historia detrás que respaldan la elección. Es el caso, por ejemplo, de la calle de los Perdones. En la zona de las Carmelitas, entre la plaza de San Juan Bautista y la Ronda del Corpus, se encontraba la parroquia de San Juan de Barbalos donde predicó y se confesó Vicente Ferrer. Esto desató una masiva asistencia a la parroquia para hacer lo propio por lo que se improvisaron confesionarios en esta calle para cubrir la gran asistencia.
Otro ejemplo que tiene tras su nombre una historia es la calle del Pozo Amarillo. En este caso, la explicación es literal: había un pozo en esta vía que se caracterizaba por tener el agua de color amarillento, probablemente por la composición del subsuelo de la zona. Sin embargo, lo que ha trascendido más entre los salmantinos es el milagro que se cuenta que sucedió precisamente en ese pozo: la leyenda cuenta que Juan de Sahagún escuchó los gritos de una mujer que pedía auxilio después de que su hijo cayera al pozo. El clérigo intentó llegar hasta el pequeño lanzando su habitó pero no conseguía alcanzarlo. Comenzó a rezar y el agua subió el nivel hasta que el niño pudo llegar a él y salir al exterior.
La forma más sencilla de elegir un nombre es optar por una peculiaridad que lo caracterice. Con las calles, esta afirmación es igualmente válida. Por ello, algunas de las denominaciones que hoy aún persisten tienen que ver con la actividad que entonces se desarrollaba en ellas. La calle de la Asadería , entre la Gran Vía y la Plaza de San Cristóbal, recibe este nombre por la cantidad de hornos de asar que había en ella. La calle Tahonas Viejas tiene que ver con las actividades tradicionales de molienda que se llevaban a cabo allí así como la presencia de fábricas de pan artesanal. O la calle de Los Libreros, que aunque ahora es sólo un recuerdo, en su momento se nombró así por la tradición de venta de libros en la zona.
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