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Ropa que fue depositada en los contenedores de reciclaje de Por Siete en Salamanca protagoniza desde hace pocos días la exposición 'Reciclarte', en el centro municipal integrado El Charro. María Crisóstomo la ha transformado en piezas artísticas con una clara reivindicación ambiental.
Desde principios del siglo XX muchos artistas han hecho uso de residuos, objetos reciclados y otros materiales innobles en sus creaciones. ¿Quién no recuerda la Fuente, de Marcel Duchamp? Ese famoso urinario firmado con un pseudónimo. El dadaísmo fue precursor en convertir lo que muchos consideran basura en arte. También el cubismo. Picasso y otros artistas hacían collages con materiales reutilizados o ensamblaban objetos encontrados para darles otro significado.
Son muchas las corrientes y los creadores que desde entonces y de forma más o menos explícita han querido tomar distancia con respecto a la concepción tradicional de arte, con elementos ricos y con unos cánones estéticos concretos, ligados al modelo de una sociedad rendida al consumo. En la actualidad cada vez son más los proyectos artísticos que exploran sus posibilidades.
Hasta hace pocas fechas la sala de exposiciones de la Torre de los Anaya acogía la muestra 'Los Vellos de Punta', de Juan Claude Cubino, quien a lo largo de su trayectoria ha mostrado de forma exquisita cómo se puede hacer arte comprometido a través de materiales desechados. Ahora se prepara para llevar su exposición 'La Novia de la Vida' (con cajas de medicamentos y otros residuos farmacéuticos y sanitarios) a Madrid.
Y en el Da2 encontramos otros ejemplos de arte reciclado. Dentro de la exposición 'Trabajos del Máster de la Facultad de Bellas Artes de Salamanca' se muestran hasta final de mes obras con este tipo de materiales de distintos artistas, entre ellos Juan Álvarez Andrés.
Hablamos de esta forma de hacer arte con estos tres creadores de generaciones diferentes que, además de elevar los residuos a la categoría de arte, tienen en común el haberse formado en la Facultad de Bellas Artes de la USAL.
Cuando la presidenta de Porsiete, Pilar Rodríguez, le ofreció a la diseñadora, ilustradora y fotógrafa María Crisóstomo elaborar una exposición en la que la ropa desechada se convirtiera en arte, ella se sintió feliz de poder plasmar los valores que defiende en las colecciones de su marca, Crisálida, desde la que crea moda ética, con materiales naturales y elaborada en talleres en España.
Pero también se vio invadida por un enorme síndrome de la impostora porque el proyecto de 'Reciclarte: por un planeta limpio. Cuando la ropa se hace arte y se vuelve circular' era muy grande y no se había enfrentado antes a un reto como ese.
Reconoce que ha sido un año duro de trabajo. Ha bordado muchas de las prendas a mano, lo que le ha llevado mucha paciencia y entre 15 y 60 horas según la pieza. Había muchas otras prendas por incluir y hacerlo ha sido como ensamblar un puzzle. Además, no es lo mismo diseñar desde cero que intervenir en ropa ya fabricada y que quede bien, destaca.
La muestra consta de tres partes. El arte está presente en el primero, donde incorpora los estilos de artistas muy reconocidos a la ropa. Las mujeres protagonizan la segunda parte, porque el trabajo femenino en la moda y la costura siempre ha sido mayoritario aunque de forma anónima y desconocida casi siempre. Finalmente, los valores ambientales centran la última parte de la muestra, que es la que le da coherencia al conjunto, demostrando «que se pueden conseguir cosas preciosas con prendas que han sido tiradas en un contenedor y que no parece que puedan tener una segunda vida», destaca.
Para lograrlo ha contado con colaboradores y amigos como la fotógrafa Lur Barrios, para las cianotipias; Ora Labora Studio (que antes estaba instalada en Salamanca) para las serigrafías; Telocosemontse, para desmontar y montar prendas; y Juan y Tania, de la newsletter ambiental Planeta Mauna Loa, para las frases que aparecen en las camisetas, para las que se buscaban rigurosidad y precisión científica pero expresadas de forma cercana.
Además desde Porsiete ha habido mucha implicación en todo el proceso y han mantenido muchas reuniones en las que siempre se ha respetado la libertad artística de María Crisóstomo.
El resultado ha sido tan satisfactorio que desea volver a embarcarse en proyectos de este tipo para concienciar de que la industria de la moda es la segunda más contaminante del mundo y de que acumulamos demasiada ropa.
La cultura muchas veces supone una válvula de escape y un instrumento para dirimir injusticias, entender situaciones, denunciar la marginación, e incluso como autoayuda. Juan Claude Cubino lleva alrededor de tres décadas dando cuenta de ello a través de sus obras que rezuman valores sociales y compromiso. Lo hace de forma certera pero arrancando sonrisas y recuperando en muchas ocasiones objetos analógicos, en desuso, pasados de moda y otros residuos.
Ahora ha empezado a utilizar también «lo que la naturaleza desecha», desde plumas a hojas secas y otros restos.
Afirma que siempre aporta un enfoque ético y moral respecto a las personas. Sus exposiciones, trabajos con instituciones o voluntariados son de índole social y relacionados con la exclusión en múltiples manifestaciones, desde el consumo de drogas, centros penitenciarios, pobreza energética, derechos humanos, soledad y muchos más. Casi todos menos la violencia de género, de la que se ocupará próximamente.
Ha colaborado con organizaciones diversas, como el Comité Antisida, Gautena, la residencia de la tercera edad Belver, Cáritas, Proyecto Hombre, Centro reeducación Pi Gros, Manos Unidas, Fundación Diagrama, Fundación Alcántara, la Unesco, Secours Catholique, Collectif Sida 33, Amnistía Internacional, Institut des Afriques, distintos centros penitenciarios, la Organización de Naciones Unidas, y el Teléfono de la Esperanza.
Utiliza distintos procesos creativos y artísticos para poner de manifiesto que la sociedad desecha a sus miembros más vulnerables y si los cuidara funcionaría mucho mejor. Y lo hace incorporando objetos desechados que una vez cuidados y recuperados consiguen comunicar, como un poema visual de gran belleza, este mensaje.
Cuando hace talleres con algunas instituciones le gusta que los participantes sean conscientes de que las basuras que otras personas tiran son objetos que han sido excluidos, como sucede con los humanos. Pero una vez que han sido recogidos, limpiados, y se han incluido en un proyecto, con trabajo, se materializa una cosa muy diferente que al colocarla en sala, «deja de ser una mierda».
Como ejemplo de residuo que deja de serlo, ahora va a exponer en Madrid una obra elaborada con más de 8.000 cajas de medicamentos y otros productos de farmacia, con el título 'La novia de la vida'.
«Si no sabemos cuidarnos, tampoco sabemos cuidar el campo, las nubes, el agua. Falta educación en todo esto», reivindica. También resalta que en esta sociedad vamos demasiado deprisa y que deberíamos mirar, no tanto lo que compramos, sino lo que tiramos. «Nos estamos cargando todo el planeta para ir tan guapos por fuera como no somos por dentro, para aparentar lo que no somos».
En esta línea entiende que usar basuras en el arte permite fortalecer valores y mostrar «cómo se tira la producción excesiva del sistema capitalista, que daña el medio ambiente y luego nos culpa a nosotros».
Desde que terminó su TFG de Bellas Artes, Juan Álvarez Andrés siempre había estado interesado por la pintura y las composiciones que creaba al unirlas con objetos encontrados. Pero en el máster empezó a dejar la pintura de lado porque descubrió que «no hace falta una habilidad técnica ni nada para transmitir gusto estético o sensibilidad».
En esta búsqueda por iniciar otras prácticas artísticas comprendió que tanto en el arte como en la sociedad existen demasiadas «imposiciones reales enfocadas hacia el mismo lugar», unas estructuras de valor y unos sentidos y sinergias capitalistas que dirigen de forma encubierta hacia determinados valores estéticos.
Por eso este camino le llevó a poner el punto de mira en el lado contrario a través de los desechos, que son un antifetiche en la cultura del usar y tirar. A partir de ahí, las cosas pequeñas y que no sobresalen pueden ser recuperadas para darles otro significado, para vincular la práctica artística a la vida cotidiana.
Así, ya no solo empezó a incorporar elementos encontrados de forma puntual, o utilizar objetos desechados con valor estético. También los cartones sucios y otros desechos, que a primera vista carecen de todo valor, se pueden transformar en arte. De alguna forma esto permite «recuperar una relación sana entre sujeto y objeto. Ir a la parte primitivista, al origen sin imposición de ninguna forma. Al juego libre, la experimentación y el aprendizaje sin límites», detalla.
En su opinión, cada vez hay más trabajos en esta línea y supone una llamada de atención desde el arte que propone formas alternativas de aprendizaje y subvertir el actual sistema capitalista y consumista. Así se da una oportunidad para contemplar la situación desde otros puntos de vista, con una fuerza pedagógica importante.
Aunque con estas prácticas artísticas no se esté hablando a priori contenidos ambientales, Juan considera que «están implícitos y todas, en parte, hacen referencia al sistema y a la cantidad de desechos que genera. Hablando con ciertos códigos y materiales estás haciendo referencia a este campo y todo el que los usa de alguna forma lo está evidenciando», concluye.
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