Los botos camperos son santo y seña de la indumentaria salmantina tradicional, una prenda que tuvo un 'boom' en el que se vendieron por cientos y estuvieron de rabiosa moda, pero que ahora se enfrenta a un futuro lleno de incertidumbres. El retroceso en su ... uso, el alto precio de un produto 100% artesanal y las imitaciones se lo ponen difícil, pero lo que de verdad mantiene en riesgo su supervivencia es el paso del tiempo, concretamente, el que los artesanos y especialistas que han defendido el bastión durante décadas no tienen y que les empuja a la jubilación.
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Uno de los casos es el de la última tienda en Salamanca que se dedica a facturar botos camperos a medida. Es un clásico de la Rúa Mayor, la calle que une la Plaza Mayor con las catedrales, corredor básico para el comercio durante años y ahora parque temático del turismo. Allí está la guarnicionería Los Artesanos.
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Entrar en su pequeño interior es cruzar la puerta a una gran historia, pero los que quieran formar parte de ella van a tener ya pocas oportunidades. Después de más de 50 años allí, el cartel del 'Jubilación' anuncia el tiempo de descuento para el negocio. El último de una familia dedicada a la guarnicionería tradicional salmantina se jubila. Es el epílogo de una historia de casi 200 años.
La tienda lleva abierta 53 años en la Rúa Mayor de salamanca, pero esta no es más que una parte de su prolongada historia que antes discurrió durante 70 años en otro local, en la plaza del Corrillo. Mucho antes, en 1831, una familia inició el negocio en Mogarraz, en pleno corazón de la Sierra de Francia, y allí tiene sus raíces. Llegaron a tener dos centros de producción y las tiendas en Salamanca, pero todo eso se acaba.
Al frente de este último reducto está José María Maíllo Calama, la séptima generación de esta familia artesana. Decidido a jubilarse, todavía espera liquidar y no es fácil arrancarle unos minutos; por tres veces hubo que regresar para entrevistarse a pesar de que tiene siempre la puerta abierta.
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Nada más cruzar, nos invade el aroma a piel de primera, esencia de la guarnicionería artesana y salmantina. José María ha sido la persona que ha estado siempre detrás del pequeño mostrador y allí, en un reducido espacio, la defendido la tradición del boto salmantino. Lleva aquí desde el 19 de julio de 1970 y quiere jubilarse. Aunque no tiene fecha fija y espera sacar el stock pendiente, el cierre el inexorable.
«Ni hay gente que haya aprendido ni relevo, hay que trabajar mucho para sacar el sueldo», lamenta. Él mismo tiene hijos que no continuarán y aprendices que no cuajaron («se fueron a lo fácil, la tapa y el fili», una frase muy de Salamanca). El arte, con todo, no es sencillo.
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Un buen boto a medida puede llevar 16-18 horas de trabajo. Lo empieza él mismo seleccionando el modelo y tomando la medida. De un cajón sacar los 'moldes' en piel sobre los que se trabaja, ormas de cuero con forma de zapato o boto. Estos últimos los ha vendido a medio mundo como atestiguan los pedidos que aguardan en la trastienda. En las cajas, notas de las direcciones: Medellín, Brooklyn, Bélgica, América, Asia... «Los hemos vendido en el mundo entero», dice. Uno de los encargos más recientes, a una figura del toreo, Morante de la Puebla.
Los botos son algo casi imprescindible para los profesionales taurinos, pero hubo un tiempo en el que fueron la moda del momento. A finales de los '90 hubo un 'boom' del boto y José María llegó a hacer «500 pares al año». Este calzado tan campero causaba furor entre los jóvenes y casi no había salmantino que no saliera 'de fiesta' con sus botos.
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El calzado lo vale. Unos buenos botos a medida pueden ser casi indestructibles. José María confirma: «Tengo zapatos que a lo mejor tienen 150 años». Los que quieran unos, que no se despisten: pronto la tienda que lleva 50 años en el mismo lugar cerrará y será imposible hacerse unos a medida y como manda la tradición en Salamanca.
De la artesanía en botos sabe mucho Jesús González Escribano. Durante más de 40 años, primero con su maestro y después como artesano establecido por cuenta propia, ha fabricado a mano y a medida calzado campero para todas las figuras del toreo. Trabajo no le faltaba, pero ha dicho basta.
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La historia de este guarnicionero es la propia de la profesión. «Entré con trece años, he estado 44 trabajando y he tenido que cerrar por culpa del Covid», explica. Cada enero-febrero, un rosario de figuras llamaba para renovar calzado de campo. En su taller, Jesús tiene las medidas de todos, de El Viti a Robles, del Capea al Juli, de todos los que han pasado por la escuela taurina de Salamanca...
Cuando la pandemia nos encerró a todos, el mundo del toro también se paró y se rompieron las costumbres de sus profesionales. Aquello acabó con los ahorros de Jesús, siempre autónomo, y le obligó a buscar el sustento de otra manera. Cesó y sólo atiende las peticiones que, casi por favor, le siguen llegando, pero ya no tiene tiempo ni nadie que le de el relevo. «No tengo nadie que me sustituya aquí, hay que hacer muchas horas y vivirlo», dice.
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Los últimos botos en activo se los hizo a un diestro ya fallecido, Iván Fandiño, y en el mundillo es un profesional reconocido por su buen hacer. Su sistema ha sido siempre el mismo. Se toma la medida, se traslada a las piezas y, después, se manda al zapatero a poner el piso. Se autoimpuso la norma de guardar las medidas tres años: eso es lo que le queda a su arte.
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