...para sobrevivir a la resaca veraniega

Lo único… es que no veía rastro de nada que me recordase a la noche anterior. Estaba con la cara llena de arena, en una tumbona cutre con una pata rota. Desde mi ángulo de visión no atisbaba ni guitarras, ni hoguera, ni sombrillitas de cóctel por el suelo. Hacía tiempo que no despertaba tan solo. (2)

Conseguí erguirme y mirar en todas direcciones. Cualquiera diría que estaba en una isla desierta, pero a unos cientos de metros vi un chiringuito solitario. Todo temblaba: hay que empezar a controlar un poco más lo que tomamos por las noches. (3)

Pero a nadie le amarga una desconexión de la realidad. Un paréntesis, un viaje a un mundo de colores. Hay quien dice que no es más que huir, no asumir responsabilidades. Otros, que el mundo ya es impresionante tal cual es, y que no hace falta aderezarlo con nada. Yo, la verdad, no estoy seguro. (4)

Caminaba desde hace rato con la solana inclemente como compañera. Me había quemado la mitad de la cara en la tumbona, y la brisa ahora no era agradable. Viene la ola, se marcha la ola. Me encantaría recibir un mensaje, pensé, de esos embotellados, aunque temía lo que me pudieran decir. (5)

Todo mi cuerpo se quejó al sentarme en la banqueta de la barra. Iba tomando consciencia. Había una camarera joven. Estaba leyendo un libro enorme y solo me miró cuando me había decidido por una piña colada. Me giré a ver las olas y el sostenerse de las gaviotas en el viento. Cuando me volví, ahí estaba mi cóctel, pero a ella no la volveré a ver nunca. Fui recobrando cierta integridad. La ola viene, la resaca se la lleva, la ola viene, la resaca se va. (6)

En plena ensoñación, hipnotizado por las olas y el azúcar, noté una palmada en la espalda. Alguien tenía que habernos grabado: «¡Está aquí!»«¿Qué pasa, Blanco Herrera? ¡Creíamos que te habían abducido o algo!»«¡Dos caras! ¡Pídete otra!»«¿Tienes todos los órganos, nen?» Sí, quien tiene amigos, tiene tesoros. (7)