Relato sonoro | El tendero chetado

Juan no pasó de monaguillo y es emigrante, pero la querencia local por la chanza le ha elevado de categoría y le ha asimilado a paisano, y él ha juntado esas dos mentiras piadosas y las ha convertido en la marca de su supermercado rodante. Hoy es martes, así que tocan Tamujo, Villar de Oganza, Ovejo, Trasunto, Muelares (186 vecinos entre los cinco) y la cabecera de comarca, Cerril, donde para a mediodía con el suficiente retraso como para que su parroquia, cinco mujeres y Longinos, esté ya esperándole y le salude con reproches disfrazados de bromas y refranes.

«¿Me has traído lo mío?», vuelve a preguntarle Pilar, una semana más. «En la alacena secreta lo tengo, guardado como oro en paño», le contesta el falso monje guiñándole un ojo. La anciana se gira, dobla el papel con la lista, lo guarda y se vuelve al poyete de la plaza del Ayuntamiento. La espera devuelve su memoria al martes en que se atrevió a pedirle a Juan que por favor le buscara en la ciudad una bola de adorno de esas que si las agitas y les das la vuelta, parece que está nevando. Hace tres meses de aquel día, y muchos años de las primeras veces que imaginó un momento como este. Si pasas toda tu vida en un pueblo así, se convence la mujer, no es fácil cumplir algunas ilusiones infantiles.

El tendero atiende a todos con cariño zalamero, que aquí sobra soledad; y con calma, que aquí nadie tiene prisa; y cobra en metálico, que aquí no existen las tarjetas. Solo cuando ya nadie quiere nada más, ni siquiera apurar el rato de compañía, cierra su tienda ambulante, baja del remolque y llama a Pilar con la mano.

-Aquí lo tienes, reina.

-¿Qué te debo?, pregunta ella.

-Nada, mujer. Esto te lo regalo yo. ¿Ábrelo, no?

-Es que prefiero verlo en casa, Juan.

-Ya me dirás si te gusta.

-¿Cómo lo has conseguido?

- Ya sabes, linda. Las cosas del tendero chetado.