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Fuera del Radar T4

La bailarina de cristal

«Ese sonido me da mucho asco: es lo que yo oigo internamente cuando me rompo». Ana Garrido está decidida a convertirse en bailarina profesional incluso habiendo sido diagnosticada con osteogénesis imperfecta

Transcripción

LA BAILARINA DE CRISTAL

JOSÉ ÁNGEL ESTEBAN: Este sonido…

SONIDO CRUJIR DE DEDOS

JAE: Responde a ese gesto nervioso que algunas personas hacen y que consiste en hacer crujir los dedos. Es esto…

SONIDO CRUJIR DE DEDOS

JAE: No es malo y cuando se hace, se estimulan ciertas terminaciones nerviosas que generan una sensación placentera. Pero Ana Garrido no puede soportar ese ruido.

ANA GARRIDO: Ese sonido a mi me da mucho asco porque es lo que yo oigo internamente cuando me rompo.

JAE: Se rompe. Y ese clack es también la marca de una vida, de una forma de afrontar el sufrimiento y de cómo una pasión puede hacerte superar cualquier dolor.

AG: A lo largo de la vida he ido descubriendo que es mejor no ponerme límites.

JAE: Hay quienes encuentran esa pasión en su trabajo, otros en en el deporte, Ana dio con la suya cuando era tan solo una niña:

AG: Mi vocación hacia la danza es tremenda. No podría concebir un día sin bailar.

JAE: Hay pocas cosas que le importen más.

AG: Danza, danza y danza.

JAE: Pero la vida es como una clase de danza: está llena de acrobacias. Algunas muy peligrosas y la que a Ana le ha tocado hacer es un triple mortal.

AG: Cuando tenía nueve años, ya había tenido 21 fracturas. Eran demasiadas y fue cuando los médicos empezaron a sospechar. Tú tienes la enfermedad de los huesos de cristal. Osteogénesis imperfecta.

JAE: Un diagnóstico que no solo le afectó a ella sino a quienes estaban a su alrededor, como su madre, Cristina Aroz.

CRISTINA AROZ: Es duro, pues pasas muchos altibajos, muchos lloros, mucho miedo, mucha incertidumbre.

JAE: Pese a todo lo que le ha hecho sufrir la vida, Ana es todo alegría. Es positiva, sonriente, transmite luz. Es de esas personas que se restan importancia y que le quitan hierro a todo lo negativo que ocurre. Incluso si de ese 'algo' del que hay que sacar lo positivo es una enfermedad como la de los huesos de cristal, que se puso en su camino para intentar impedir que consiguiera su sueño: ser bailarina profesional.

AG: Muchos momentos. Pensé que era una meta demasiado arriesgada y demasiado alta para mí.

JAE: Una meta que si ya de por si es difícil, cuando tus huesos se empeñan en romperse es imposible… O casi…

AG: No creía que fuesen a ponerme esa barrera tan grande.

JAE: Y es duro. Muy duro.

CA: Cuando una niña de nueve años te dice: «Mamá, yo no sé lo que tengo pero si yo no puedo bailar, ¿para qué sirve vivir?» Eso para mí fue un mazazo horroroso.

CABECERA. FUERA DEL RADAR. EN ESTE EPISODIO: LA BAILARINA DE CRISTAL

JAE: Ana Garrido tiene ahora 23 años, unos ojos enormes, la piel morena; es esbelta y de movimientos delicados. No recuerda un solo momento en su vida en el que su pasión por la danza no estuviera presente. Era muy pequeña cuando se puso muy insistente con querer ir a clases de baile.

AG: En realidad se podía a partir de cinco años y yo tenía tres años, pero cada día iba a la academia a acompañar a mi hermana y lloraba en la puerta de la academia al director.

JAE: Incluso siendo tan pequeña, y probablemente sin ser consciente, valoró que aquello era una oportunidad.

AG: Yo sabía que estaba un poco en el punto de mira y que quería entrar en esa clase, así que mi comportamiento fue ejemplar. Me dejaron empezar a bailar con tres años.

NG: Y a partir de ese momento, todo giró en torno a la danza.

AG: La danza me da mucho más de lo que me quita.

JAE: En ese juego de sumas y restas algo iba a cambiar la ecuación… Sigue con la historia, Inés Martínez.

IM: La infancia de Ana transcurrió feliz entre juegos, colegio y, por supuesto, las clases de baile, pero según iban pasando los años, tanto ella como los que estaban a su alrededor empezaron a darse cuenta de que algo no marchaba bien.

AG: Era muy pequeña e intenté escaparme hacia la carretera y simplemente mi tío al darme la mano para intentar que no me fuera… tuve una luxación de hombro.

IM: Ana encadenaba una fractura con otra y nadie sabía por qué. Todo se achacaba a que era una niña muy movida.

AG: Había veces que miraba a mi madre llorando y le decía: «¿Pero por qué ahora?» Como diciendo: «Tengo el brazo roto, en serio necesito ahora el dedo de la otra mano también roto». Era como que no entendía los porqués y preguntaba mucho: «¿Y por qué a mí?»

IM: Las roturas de huesos empezaron a ser tantas y tan seguidas que la pequeña, muy harta, comenzó a ocultarlas.

CA: Entonces, sí que ya empezamos a darnos cuenta la pediatra, nosotros, que aquello ya empezaba a no ser normal cuando una niña de nueve años lleva dos dedos rotos de la mano y no nos lo dice para que no vayamos al médico, para que no le pongan la venda y para que la gente le vuelva a decir: «Otra vez».

IM: Tras muchas pruebas y más roturas por el camino, con nueve años llegó el diagnóstico.

AG: Ese médico desde que entré por la puerta me miró muy seriamente y me dijo: «Vamos a hacernos amigos tú y yo, porque esto que te voy a contar no te va a gustar nada».

IM: Tenía la enfermedad de los huesos de cristal.

AG: La biogénesis imperfecta es una enfermedad genética que afecta a los huesos. Se debe principalmente a que el colágeno es defectuoso.

IM: El médico no tenía duda.

AG: Empezó a decir: «Te estoy mirando porque hay síntomas que estoy corroborando al verte, por ejemplo las escleras de los ojos, es decir, lo blanco del ojo que lo tienes azulado, el cráneo con una forma más triangular y así sucesivamente».

IM: El mazazo fue tremendo.

AG: Una enfermedad de la cual se desconoce bastante el futuro. Lo que es un poco nuestra evolución, lo que nos va a deparar.

IM: Pero Ana, positiva por naturaleza y siento tan pequeña, lo único que veía era que ese día le iban a quitar la escayola que llevaba en la pierna y que iba a poder levantarse de la silla de ruedas.

AG: Cuando salimos de la consulta estaba hablando con mi madre y yo le decía: «Mamá, qué fuerte esto que nos ha dicho. Yo creo que no es verdad».

CA: Según salí del médico, mi obsesión era correr a llevarla al colegio, dejarla en un sitio donde estuviera segura y donde a mí me dejara tranquila para yo poder investigar.

IM: Su madre no lo vivió igual. Cristina era un mar de dudas… El médico les había aconsejado que en lugar de buscar ejemplos de casos, la mayoría más graves que los de Ana, se pusieran en contacto con alguna asociación.

CA: Fui a casa, me metí en mi ordenador y vi una asociación y un teléfono.

IM: A Cristina le dijeron que cogiera papel y boli, agua y un sitio cómodo.

CA: Allá había una psicóloga, al otro lado y durante dos horas y cuarto estuvieron hablando conmigo. Me dijeron lo que era la enfermedad, cómo había que tratarla, qué aspectos… bueno, todos los pasos que había que seguir.

IM: Para ella fue una luz en el camino.

CA: No es lo mismo que algo te caiga encima y no sepas cómo actuar, qué que algo te caiga encima y ya te vayan diciendo lo que hay que hacer.

IM: Una vez asumido el diagnóstico y el hecho de que la enfermedad no tiene cura, Ana y su familia siguieron mirando hacia adelante. A pesar de algunos consejos médicos. Consejos que Ana no aceptó.

AG: La primera recomendación de una de las especialistas fue que dejara la danza. Que me tenía que aficionar a los videojuegos, literalmente.

AG: Por supuesto que yo era una niña con nueve años, bastante cabezona y persistente, y cuando salí de esa consulta yo les dije: «Papá, mamá, yo quiero seguir bailando. No me puede decir esto porque hasta ahora he estado bastante bien».

IM: No terminaba de entender por qué no le dejaban bailar.

AG: Para mí fue un conflicto interno bastante fuerte el sentir que hay personas que están encaminando tu vida por temas de salud o lo que consideran mejor, pero tú, después de haber vivido nueve años sin saberlo, sientes que ese camino que te dicen no va a ser el más adecuado para ti.

IM: Ana estaba feliz y seguía bailando, pero las fracturas no paraban. Alguna muy grave.

CA: La más gorda que ha tenido ha sido en las vértebras de la espalda.

IM: Una acción de lo más inocente pero que para Ana tuvo consecuencias.

CA: Pasó corriendo por el pasillo, pisó una bolsita, una pequeña bolsa de plástico y voló literalmente porque iba corriendo, cayó de culo y se fracturó dos vértebras de la espalda. Entonces se hizo daño en la muñeca, en el cuello y se fracturó el coxis. Bueno, fue un verdadero desastre.

IM: Pero ni una fractura tan grave como aquella le hizo dejar la danza. Y, además, sacó una lección.

AG: Te puede pasar lo mismo quedándote en casa que montando en tirolinas, que me monté la semana pasada. Entonces, ya puestos en materia y en asunto, yo decido vivir la vida al máximo.

CA: Aquello me enseñó primero que por mucho que la tenga debajo de mis faldas, se me puede caer en el pasillo de casa. Y segundo, que las fracturas más gordas a veces son casuales.

IM: Aquella rotura fue la más complicada de curar, pero una de tantas.

AG: Hace tiempo que dejamos de contar, pero aproximadamente unas 40.

IM: Ana ha ido descubriendo que la danza no solo era algo que le hacía inmensamente feliz, sino que le sentaba bien a su cuerpo.

AG: Cuando me rompía, por ejemplo, un brazo y tenía que hacer reposo por el brazo, en seguida encadenaba otras fracturas. En realidad era porque perdía musculatura y mis huesos, al ser frágiles, estaban más desprotegidos.

IM: Comprendió que si quería seguir bailando, sus músculos debían ser muy fuertes. Mucho.

AG: Todos los días voy una hora a la piscina, hago mis ejercicios de rehabilitación y una hora y media al gimnasio.

IM: Y no solo eso…

AG: Cuido mucho mi alimentación, no consumo bebidas alcohólicas, no salgo de fiesta nocturnamente. No llevo tacones, excepto en ocasiones muy, muy puntuales.

IM: Toda esa disciplina, unida a su carácter extremadamente perfeccionista y responsable, le llevó al extremo.

CA: Cuando yo hablo de una responsabilidad excesiva hablamos de hasta clínicamente. Es decir, que no todo es bueno. El ser una persona excesivamente exigente es todo lo contrario, no es bueno. A veces hace que no sea feliz. Entonces eso es lo que no queremos ni ella ni los que estamos a su alrededor.

IM: Es lógico pensar que una persona con los huesos de cristal pueda necesitar ayuda psicológica para sobrellevar la enfermedad. Pero en el caso de Ana, la razón para acudir a la consulta fue su excesiva autoexigencia.

AG: Me diagnosticaron un perfeccionismo clínico, esa exigencia de la que hablaba, que me estaba jugando una mala pasada.

IM: Pero como a todo, Ana ha sabido sacarle partido.

AG: Aprendí muchísimo de esas sesiones con aquel psicólogo. Enfocadas menos en la enfermedad y más en el perfeccionismo clínico. Pero creo que es algo que siempre me va a acompañar y que siempre tengo que tener en mente para trabajar y tratar de que no me consuma.

IM: Así que la enfermedad estaba ahí, también la parte psicológica, pero nuestra protagonista no olvidaba ni por un segundo su pasión.

AG: Cuando llega el momento de decidir la universidad o que quieres estudiar, yo seguía con aquello de quiero ser profesora y bailarina. Entonces empecé a estudiar Magisterio infantil y también me preparé para las pruebas de acceso al conservatorio.

IM: Quería ser una profesional de la danza. Pero no iba a ser tan fácil.

AG: En aquel entonces tenía pocas opciones de conservatorio y en uno de ellos conocían mi enfermedad. En la prueba de acceso dijeron que tenía problemas en la espalda, que era verdad, problemas para articular la columna vertebral.

IM: Y se quedó fuera.

AG: Veía un poco que mi sueño se iba a truncar y que directamente no me iban a dar la oportunidad de intentarlo. Decidimos un poco entre todos que si nadie me preguntaba en la siguiente prueba de acceso, no íbamos a decirle lo que tenía.

IM: Era arriesgado, pero había que intentarlo.

AG: Fue cuando hice la prueba de acceso para el Conservatorio de Danza de Castilla y León en Burgos, y allí superé las pruebas de acceso y me matriculé para empezar primero de profesional.

IM: El reto de entrar en una escuela profesional de danza estaba conseguido, pero Ana era consciente de sus limitaciones.

AG: Eran seis años y lo primero que pensé cuando conseguí superar esa prueba era: «Bueno, si llego hasta tercero ya suficiente».

IM: Y no se equivocaba.

AG: Yo me acuerdo que el tercer día llamé a mi madre, yo me moría de agujetas y no dejaba de intentar dar el máximo de mí. Llamé a mi madre y le decía: «Mamá, yo no sé si voy a aguantar o voy a volver a casa», y mi madre: «¿Pero en serio me lo dices?», «De verdad mamá, que sí, que hoy lo he pasado verdaderamente mal. No puedo andar». Me costó un par de lágrimas, pero al día siguiente ahí estaba otra vez.

IM: Su enfermedad le exigía un esfuerzo extra.

AG: Yo iba siempre una hora antes a calentar y me iba una hora más tarde porque me quedaba estirando.

IM: Con el apoyo de su familia, Ana siguió adelante.

AG: Esto es deporte de élite, ¿a este nivel mi cuerpo aguantará?. Se vienen muchas preguntas.

IM: Hasta que el cansancio físico, la autoexigencia y las lesiones hicieron mella en Ana.

AG: Tenía tal nivel de exigencia que me estaba como un poco consumiendo a mí misma a todos los niveles. Entonces me planteé dejarlo en el último año.

JOSÉ ÁNGEL ESTEBAN: Por primera vez Ana se sentía sin fuerzas. La danza dejó de ser importante.

AG: Nunca había tenido esa sensación de levantarte de la cama y no tener ganas de ir al conservatorio o de ir a bailar. Realmente sentía a la vez un conflicto entre: «Estas haciendo algo que supera tus límites y que quizás te juega una mala pasada».

JAE: Y decidió apoyarse en los suyos.

AG: Sí que es verdad que me vieron un poco como nunca me habían visto. Y me acuerdo, tengo la voz grabada de mi hermana que me decía: «Ana, ¿te parece poco lo que has conseguido?, porque a mí me parece suficiente. Vente a casa».

JAE: Vuelve. Seguimos después de la pausa…

PAUSA

JOSÉ ÁNGEL ESTEBAN: A veces nuestro cuerpo lucha contra nosotros mismos. Ana estaba decidida a ser bailarina profesional, pero la vida había decidido ponerle a prueba: tiene los huesos de cristal. Sin embargo, y con mucho esfuerzo y ocultando la enfermedad había conseguido entrar en el conservatorio. Pero era tan duro y ella se exige tanto que hay un momento en el que duda si podrá conseguirlo. En la clandestinidad, se encontraba en un punto de inflexión. Una vez más su familia estuvo ahí para apoyarla.

AG: Mi hermana siempre había sido como un poco mi mano derecha.

JAE: Y se conocen muy bien. Su hermana sabía que era lo que Ana necesitaba.

SONIDO DEL VIDEO DE SU HERMANA DE FONDO

AG: Preparó un vídeo en el que aparecían como personas de diferentes ámbitos de mi vida: amigos, compañeros de baile, profesores de baile de toda la vida, mi familia, como dándome apoyo y enviándome cada uno el mensaje que sentía en ese momento que debía enviar.

JAE: Aquello fue el empujón que necesitaba.

AG: Fue como que me cargó las pilas y dije: «Si lo he intentado hasta ahora, vamos a seguir intentándolo».

JAE: Sigue contando la historia la periodista Inés Martínez.

IM: Ana estaba ya en el sexto curso del conservatorio y el nivel de acrobacias era cada vez más exigente. Era peligroso, especialmente para ella y su familia lo sabía.

CA: Encima no te puedo decir yo que soy tu madre, que te la juegas, pero pues haz lo que tengas que hacer.

IM: El temor a aquel crack que hacen sus huesos con extrema facilidad nunca abandonaba su mente… Pero estaba decidida.

AG: Si no lo hacía, no conseguía ese título y ese sueño de ser bailarina profesional y estaba tan a poco de conseguirlo.

IM: Y a todo ello se sumaba el secreto que estaba guardando y que nadie en el conservatorio sabía.

CA: Porque todos sabíamos que esa mochila le pesaba mucho. El no poder decir, el tener que ocultar.

IM: El secretismo era tal, que tenía una palabra clave para poder comunicarse con su madre.

CA: Cuando ella me decía: «Mamá, Sapacoigas», entonces me quería decir: o que había un profesor al lado, o que había alguien que no lo sabía y que no me podía hablar. «Entonces todo bien, si te duele algo luego hablamos. Vale, nada más». Así durante muchos años.

IM: Entre tanto, le tocaba enfrentarse a sus fracturas en secreto y a alguna situación médica incómoda.

CA: Llevarla al hospital a ver, y decirle el médico: «¿En tu casa están locos?, ¿por qué una persona con esta enfermedad está haciendo eso?»

AG: «No entiendo a qué vienes a quejarte, si realmente parece que estás buscando las lesiones». Y tú, con tu serenidad y toda tu paciencia, decirle: «Tiene usted toda la razón del mundo. Pero ahora que tengo la lesión, ¿me la podría tratar?».

IM: Ana fue superando cada obstáculo, enfrentándose a cada dificultad hasta llegar a la prueba final. Aquí es donde ella podía mostrarse como realmente era.

AG: Cuando se me planteó este trabajo de fin de carrera, yo empecé a pensar en toda mi historia, en toda como la realidad. Lo que ellos no conocían, pero lo que yo realmente sí que era.

SONIDO DE LA MÚSICA DE LA PRUEBA FINAL

IM: Sin duda era algo ilusionante.

AG: Durante las actuaciones, como que siempre se suele mantener un aura como muy solemne y que crea una presión bastante fuerte pero con mi coreografía como que todo el mundo se vino arriba, me acompañaron con palmas y cuando terminé… una ovación enorme de mis compañeros y alumnas de la escuela.

SONIDO OVACIÓN DE FONDO

IM: Todo aquel esfuerzo, cada una de las lesiones superadas, le habían llevado hasta este momento. Lo había conseguido.

AG: Me fui súper reconfortada y súper tranquila por el trabajo que había hecho. Llegué. Llegué al final. Ahora mismo hablo ya como graduada en Magisterio Infantil y también en danza profesional, lo que en ocasiones ha parecido un poco inalcanzable.

IM: Sin embargo, faltaba un acto final. Su enfermedad seguía siendo un secreto en el conservatorio y Ana no quería terminar esa fase de su vida con una mentira.

AG: Quiero ser honesta conmigo misma, con mis profesores y con mis compañeros. Entonces quiero contarlo.

IM: Tenía claro cómo quería contarlo, pero también muchas dudas y miedos.

AG: «Cuando nos deis las notas quiero, quiero contaros una cosa y poneros un vídeo». Los días anteriores no dormía. Lo pasaba muy mal porque podían darse dos opciones: que lo entendiesen y que me apoyasen o que no entendiesen el por qué no había contado nada y provocar un enfado.

SONIDO VIDEO CONFESIÓN

AG: Me temblaban las piernas mientras veíamos el vídeo.

IM: Enfrentarse a ese momento no fue fácil pero la reacción del equipo de profesores no pudo ser más acogedora.

AG: ¿Pero cómo no me lo has dicho antes? Y yo le decía: «¿Si yo te lo hubiese dicho hubiese cambiado algo?», «Claro que sí. No te hubiese dejado hacer la mitad de cosas, no te hubiese dejado hacer la mitad de cosas…»

IM: Estaban sobrepasados ante la noticia.

AG: Me impactó muchísimo que el profesor de acrobacias precisamente fue el que me decía: «Perdón, perdón, perdón, te lo he hecho pasar fatal».

IM: Pero todos supieron ver que las razones de Ana para guardar el secreto no eran un capricho. Obedecían a una necesidad.

AG: Como que me agradecían que lo contase, pero a la vez que lo hubiese contado en ese momento, porque si no, ellos también se hubiesen visto condicionados a darme un trato especial, tanto a favor como en contra. Pero un trato especial, ¿no? Lo vieron, no como algo para enfadarse, sino como una historia de superación que había vivido yo sola y que ellos me habían acompañado, pero de una manera bastante ingenua.

JOSÉ ÁNGEL ESTEBAN: El sufrimiento de los últimos años, con las fracturas, la incertidumbre, el diagnóstico, las decepciones, el secreto… todo le han hecho ser más feliz. Y Ana mira al futuro, como lo ha hecho siempre, con optimismo.

AG: El sentir que no sabes cuáles son tus límites ni la evolución tampoco de tu cuerpo, te hace vivir más el presente y vivirlo más intensamente.

JAE: Después de unos años tan intensos, Ana se centra ahora en ella misma y en su futuro.

AG: En verdad solamente acabo de terminar y ya tengo como muchas metas en mente.

JAE: Está en un punto crítico, como tantas veces. Conseguido el sueño, ahora debe decidir hacia dónde dirigir su vida profesional.

AG: Una cosa que ahora mismo me motiva muchísimo es tratar de conseguir ser profesora de un conservatorio de danza. Es como un poco mi nuevo reto.

CA: ¿Ella quiere ser profesora de conservatorio? Pues estoy convencida que lo conseguirá.

JAE: Pero si algo le ha enseñado este proceso es que debe aprender a lidiar con su perfeccionismo.

AG: Ha sido un proceso bastante duro que me ha cambiado mucho como persona y obviamente como profesional de la danza. Quiero tomarme también en lo personal todo un poco más con calma, menos presión, menos estrés y un poco empezar a aprender a tolerar la frustración, y que quizás todo no lo puedo conseguir.

JAE: Porque en el fondo, al final, lo importante siempre es lo mismo

CA: Sobre todo intentamos que sea feliz y creo que es algo que está consiguiendo ella y todos los que estamos a su alrededor.

AG: Por supuesto que me siento orgullosa y me siento súper feliz.

JAE: Esta ha sido una más de las historias de Fuera del Radar, el podcast narrativo que se mueve más allá de la noticia. Gracias a Ana Garrido y Cristina Aroz, por contarnos su historia, y gracias a Inés Martínez por narrarla. Soy José Ángel Esteban, gracias por escuchar.

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Jueves, 23 de noviembre 2023, 00:13

Ana siempre ha sabido que tenía que bailar. Bailar hasta las categorías más profesionales del mundo de la danza. Pero con pocos años de edad ya había sufrido más de veinte fracturas. Recibiendo un diagnóstico desolador, decide con ayuda de su familia seguir apostando por ... una profesión que, aunque potencialmente muy arriesgada, refuerza la conexión con su cuerpo y con su vitalidad.

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Créditos

  • Una historia de Inés Martínez

  • Edición Carlos G. Fernández, Luigi Gómez Cerezo, Andrea Morán

  • Producción técnica Luciano Coccio e Íñigo Martín Ciordia

  • Diseño sonoro y mezcla Rodrigo Ortiz de Zárate

  • Coordinación general Andrea Morán

  • Ilustraciones Raúl Canales

  • Dirección y producción ejecutiva José Ángel Esteban