Séptima entrega
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Séptima entrega
Andrea Morán | José Ángel Esteban
Domingo, 14 de agosto 2022, 09:52
Querida. Hay una vieja canción que atraviesa ventanas rotas y pasillos vacíos. Desde algo parecido te escribo. Me he refugiado en la galería del jardín de un merendero a las afueras de una ciudad pequeña a la que vuelvo de tanto en tanto. No puedo ... evitarlo. A veces me pregunto si, en mi cabeza, he conseguido cruzar al otro lado. Desde aquí, entre cristales con heridas, veo llover. Las últimas gotas ya.
Pero antes, al poco de sentarme al abrigo de una higuera y esperar una cena adelantada, el cielo ha empezado a lanzar sus avisos. Rumores lejanos y nubes que se aceleran. Y luego el viento como heraldo y los primeros goterones. Y, por fin, todo el espectáculo: los rayos, los truenos y, desde la imaginación y la protección de la galería, la ira de los volcanes, la potencia abrumadora de los huracanes, el océano embravecido, la densa cascada de un río que no cesa. Un peñasco enorme y yo mirando al vacío. Esa cosa sublime, en fin. Un aviso contra la nostalgia, supongo.
Insignificante, atrincherado en el pasado, le he pedido al camarero, al que conozco desde que nos peleábamos en el colegio, que se adorne y nos prepare para beber a estas horas el equivalente tormentoso que nos merecemos.
Amigo, aquí la tormenta aún no ha llegado pero los truenos que tú escuchas suenan segundos más tarde. No debemos de andar muy lejos… He sido generosa con el ron y estoy contando los minutos para que arranque a diluviar.
El otro día, mi sobrina me preguntó qué significaba «exprés». Su abuela va a hacerle una visita idem y no entendía en qué iba a consistir aquello. Lucía tiene seis años y le sorprenden las letras pero también el paso del tiempo. «Queda todo un mes para que venga», le dije a la orilla de la piscina mientras ella apuraba el Frigopie. «¿Y cuánto es un mes?». Pues uno normal es mucho, pero un mes de vacaciones -este que estamos compartiendo tú y yo- puede ser un suspiro.
Te cuento todo esto porque estoy oliendo mi última nueva palabra. Además de verse, las tormentas se adivinan por la nariz. Ese aroma a humedad tiene un nombre: petricor. Es una mezcla de aceites que desprenden las plantas y de bacterias que viven en el suelo. Todavía no está en el diccionario (eso es otra cosa que Lucía no entiende, que algunas palabras lo sean más que otras), así que de momento se ha quedado en el Observatorio de la RAE, un buen lugar donde resguardarse cuando el cielo amenaza lluvia.
Zumo de media lima, sirope de azúcar y cerveza de jengibre (no ginger ale). Mezclamos, servimos en vaso de tubo ancho y lentamente vertemos encima un ron oscuro: veremos una delicada tormenta. La patente del cóctel obliga a hacerlo con Gosling, un ron de Bermudas. Quedará entre nosotros que usted ha utilizado otro. Por Carlos G. Fernández.
Disponible en:
Narración y textos Andrea Morán, Carlos G. Fernández y José Ángel Esteban
Producción técnica Iñigo Martin Ciordia
Edición y mezcla Carlos G. Fernández
Remezcla y postproducción Rodrigo Ortiz de Zárate
Ilustración Adrià Ramírez
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A continuación en El cóctel de una noche de verano
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