Quinta entrega
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Andrea Morán | José Ángel Esteban
Miércoles, 10 de agosto 2022, 09:26
Muy querida. Cada agosto, un reto. Este año no hay grandes acontecimientos deportivos de eso que adormecen el verano. Así que, ¿qué hacer? Además de no hacer nada, por supuesto. El verano es tiempo de grandes libros (gordos) y muchas horas con la cabeza afortunadamente ... perdida en cualquier sitio. Lejos de uno mismo. Bueno, el año pasado cayó Moby Dick, que no está mal. Está muy bien, entiéndeme. Es un exceso. Lo que yo necesitaba. Un viaje que me duró todo el mes.
Podría hacerme una maratón de festivales. Eso sí que es inflación. La misma relación que existía en esta tierra entre las ardillas y los bosques es la que este año se da entre cualquier ser humano y los festivales de música: se puede atravesar la península sin dejar la melomanía. Ni la resaca, seguramente. Pero no: creo que voy a ver otra vez The Wire. El largo verano de una ciudad descalabrada, las grietas de un puerto, las generaciones malditas, las estadísticas criminales, los viejos periódicos obsesionados por encontrar historias. Una partida de ajedrez que nadie gana. Episodio por episodio. Season by season. Se lo merece, que está de aniversario. Empiezo esta noche, justo después de nuestra cita. Un desafío olímpico.
Amigo. Cada agosto, una promesa. Sé que los propósitos suelen hacerse en enero pero hace un par de años decidí organizarlos por tandas. Entre los objetivos mal formulados y los utópicos, a inicios de abril ya me había quedado sin meta alguna y para el Jueves Santo acumulo abandonos. Lo bueno es que eso no me desmotiva, porque sé que tendré una segunda oportunidad. Cuando comienzo las vacaciones, siempre hago una renovación 'a la ligera'. Votos de verano, podríamos decir.
Ya sabes que los rituales simbólicos son mi punto débil y, si coincide, suelo aprovechar la inauguración de los Juegos Olímpicos. El encendido del pebetero para mí es la versión estival de las campanadas. Entonces 2024, con París, lo tengo resuelto pero, mientras, el cóctel de hoy, esta mezcla de coñac y naranja, añadirá el color incendiario que todo comienzo necesita. Te listo sin orden de preferencia: Enviar una postal (y recibir otra). Las 1128 páginas de '2666' -me quedé en la 200-. Hacer un viaje en tren sin auriculares -los podcasts son mi perdición-. Tirarme del trampolín de 3 metros -me quedé en el segundo nivel el verano pasado-. Y volver a tener el pelo corto. Ah, ¿me pasarías tu dirección? Es para una cosa…
Simplicidad. Tres partes iguales: zumo de naranja, coñac u otro brandy y curaçao de naranja. Se mezcla en un vaso grande, con cubos de hielo, pero se sirve sin ellos en la típica copa de Martini, la que es cónica y también icónica. Dese usted una tregua olímpica con este cóctel en tan selecto pebetero. Por Carlos G. Fernández.
Disponible en:
Narración y textos Andrea Morán, Carlos G. Fernández y José Ángel Esteban
Producción técnica Iñigo Martin Ciordia
Edición y mezcla Carlos G. Fernández
Remezcla y postproducción Rodrigo Ortiz de Zárate
Ilustraciones Adrià Ramirez
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