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Andrea Morán | José Ángel Esteban
Martes, 16 de agosto 2022, 13:45
Querido, sé que este mes es tiempo de nuevos amores pero justo ayer me reencontré con uno del pasado. Instagram nos hizo ver que estos días él y yo compartimos playa y paseo. La suya fue una foto a primera hora, porque sigue con la ... rutina de salir a correr antes de que apriete el sol. La mía, al atardecer, desde el chiringuito donde esta semana he pedido nuestras recetas. Quedamos en la heladería como terreno neutral pero acabamos tres horas después en el bar del pueblo donde vimos desfilar a alemanes, a británicos y a su tía, que llegó de hacer la compra y aún estoy digiriendo la cantidad de elogios por mi nuevo corte de pelo. Me la quise llevar a casa.
Por lo demás, qué decirte… Que fue fácil. De esas veces en las que la conversación avanza sin esfuerzos, sin tener que remar a favor. Le noté unos reflejos blancos en la barba y seguro que él también vio mis primeras canas entre los rizos. Al decirnos adiós nos dimos un beso, pero ni estábamos bajo la lluvia ni sentimos que fuera el final de la peli. Fue por puro cariño y celebración. No descarto que este agosto pueda haber un romance a estrenar, pero ayer volvía a casa pensando que un buen examor también te hace sentir una chica con suerte.
Amiga. Como me lo contaron te lo cuento. Los vi esta mañana de refilón, al fondo de la plaza, en los soportales. Aparecen a mediados de agosto, en los días de la feria. Están enamorados. Como siempre. Se nota, incluso desde lejos, en el brillo de su risa por ejemplo y, si tuviéramos rayos x o herramienta científica adecuada, en la velocidad de sus neurotransmisores, desatados. Se conocieron, parece, en un baile de verbena o el equivalente, al calor de las canciones que se escuchaban esa temporada. Y cayeron. Empezó para ellos, entonces, el amor. Un amor de verano. Pero, cuando acabó, cuando llegó septiembre, se negaron a ser castigados por el olvido. Y, en un giro genial, tampoco decidieron seguir con su aventura y convertir su pasión ideal, intensa y pasajera en algo estable y permanente. No: cada cual siguió su vida. Eso dicen: once meses de cada año en otro mundo. Pero, como en un paréntesis, se encontrarían de nuevo el verano siguiente. Y el siguiente. Y otro, y otro más y todos los que tuvieran que seguir para descubrir su amor como si fuera nuevo, como si solo fuera – tanto– un amor de verano, una buena historia para esta hora en la que nos citamos a beber y a escribirnos.
Zumo de limón, sirope de azúcar y bien de ginebra. Mezclamos en coctelera con hielos y servimos en una copa de Old Fashioned, de tubo ancho, con mucho hielo picado. Servimos la mezcla y rematamos con la Crème de Mûre (licor de mora), y decoramos con la rodajita de limón de rigor junto a más moras. Por Carlos G. Fernández.
Disponible en:
Narración y textos Andrea Morán, José Ángel Esteban y Carlos G. Fernández
Producción técnica Íñigo Martín Ciordia
Edición y mezcla Carlos G. Fernández
Remezcla y postproducción Rodrigo Ortiz de Zárate
Ilustraciones Adrià Ramírez
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