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Solo hay una cosa que nos guste más que ver cómo viven los ricos: ver cómo sufren. Por eso devoramos con fruición (y con el colmillo afilado) los 'realities' de las Kardashian, de Tamara Falcó o de 'Mujeres Ricas', aquella cosa en la que Mar ... Segura, una cateta con más pretensiones que dinero, decía «El arte me persigue».
Mike White, el creador de 'The White Lotus', lo sabe, y por eso nos muestra la cara B del oropel metiendo a un grupo de gente con mucha pasta en un resort de lujo ubicado en Hawaii, sacando un afiladísimo bisturí y analizando, con precisión de entomólogo, las estrategias de dominación y sumisión, el interés constante por hacer gala de su riqueza y las relaciones que establecen entre ellos y los que están a su servicio.
A partir de este planteamiento, 'The White Lotus' se podía haber quedado en una sátira cruel sobre los ricos destinada a que los miráramos con aire de superioridad moral, a que sacáramos a flote nuestro rencor social desde nuestros sofás de Ikea y nos riéramos de sus desgracias, de sus caprichos de niños mimados, de sus vidas disfuncionales, de sus neurosis. Pero la serie va mucho más allá. Y ese es, precisamente su valor: no nos reconocemos ni en las joyas, ni en la ropa carísima, ni en las vacaciones de ensueño, pero sí en muchos más aspectos de los que nos gustaría: somos como ellos, pero sin dinero. La mirada mordaz, crítica y descarnada de White se extiende hasta abarcar a los que no somos ricos. Y eso nos provoca inquietud, y hace que la sonrisa se nos quede congelada.
Emitida en HBO Max, la primera temporada de 'The White Lotus' fue un éxito (se alzó como la gran triunfadora de los Emmy al hacerse con cinco estatuillas: mejor director y guion para Mark White, mejor miniserie para televisión y reconocimientos para Jennifer Coolidge y Murray Bartlett). Por ello, White ha retomado la idea para volver a reunir a un grupo de adinerados en otro hotel de lujo, esta vez en Sicilia, lugar donde se desarrolla la segunda temporada. Es el hotel San Domenico Palace Taormina, un convento del siglo XV con vistas a la bahía y al Etna en el que se alojaron la Duquesa de Alba y Alfonso Díez. Sin duda, ellos bien podrían haber sido personajes de 'The White Lotus'.
Aunque se pueden ver perfectamente por separado, ya que las historias que cuentan son independientes, entre la primera temporada y la segunda hay concordancia tanto en tema como en estructura: ambas comienzan en el último día de vacaciones, momento en el que aparece un cadáver (o varios, en el caso de la segunda entrega). Para saber la identidad de los muertos, del asesino y de los motivos que lo han llevado a cometer el crimen, la serie nos sitúa una semana antes, a través de un 'flashback' que comienza con la llegada al hotel de los huéspedes y que sirve de presentación de los personajes. Pero, en realidad, la búsqueda de las respuestas a la intriga no son más que la excusa para mostrarnos cómo este grupo de narcisistas se mira el ombligo.
Como nexo entre las dos temporadas reaparecen los personajes de Tanya (Jennifer Coolidge) y Greg (Jon Gries), que se conocen en Hawaii y llegan a Sicilia convertidos en pareja. Tanya, una mujer producidísima, torpe y desubicada, está interpretada por Jennifer Coolidge, eterna secundaria que empezó dando vida a una MILF en 'American Pie' (la madre de Stifler) para convertirse en la amiga locuela e inocentona de la protagonista de turno y a la que, al fin, le ha llegado el reconocimiento de la mano de White, que escribió el papel pensando en ella.
Junto a Jennifer Coolidge, un buen puñado de excelentes actores: Haley Lu Richardson, que interpreta a la asistente de Tanya; la familia formada por F. Murray Abraham, el abuelo ligón, su hijo Michael Imperioli (el Chris Moltisanti de 'Los Soprano') y su nieto Adam DiMarco, tres hombres que son tres ejemplos de la vieja y la nueva masculinidad; las dos parejas de amigos, una progre e intelectualoide a cargo de Aubrey Plaza y Will Sharpe, y la otra encarnada por Theo James y Meghann Fahy (a la que pudimos ver en la infravalorada 'The Bold Type'), un par de guapos aparentemente felices en su simplicidad.
Por otro lado, nos encontramos con el servicio del hotel, que funciona bajo el mando de una peculiar directora, interpretada por Sabrina Impacciatore, y dos lugareñas jovencísimas (Simona Tabasco y Beatrice Grano) que van a provocar más erupciones que el Etna en su empeño por aprovecharse de los clientes.
Entretanto, el Aperol Spritz, las calles y las playas de Taormina, la música italiana y el arte siciliano (atención a la referencia en el primer capítulo a la 'testa di moro') son el fondo ideal para que White vuela a analizar las dinámicas de los ricos aunque, esta vez, se cuenten en euros y se centren, más que en el privilegio y el colonialismo de la primera temporada, en las relaciones entre hombres y mujeres, la masculinidad tóxica y la política de sexos. Y este análisis convertido en serie puede durar todas las temporadas que su creador quiera: siempre habrá millonarios y hoteles de lujo. Y siempre habrá espectadores dispuestos a ver cómo se despedazan entre ellos
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