Vivimos tiempos irónicos y la última producción original de Netflix es buena prueba de ello. No es exagerado decir que la cadena de videoclubs Blockbuster desapareció en parte por culpa de esta plataforma. A inicios de los 2000 tenía 9.000 tiendas por todo el ... mundo, pero diez años más tarde entró en bancarrota. ¿La explicación? Sus directivos lo justifican por una mala gestión empresarial, pero para entonces el servicio de alquiler de Netflix ya se había consolidado. Es decir, los roles se habían invertido: la pequeña empresa que empezó con 30 empleados superaba a la omnipresente franquicia.
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De todo esto se intenta reír 'Blockbuster', una sitcom de 10 episodios ambientada en el último local de la cadena que sigue operativo. El videoclub existe y está en Bend, cerca de Portland, Oregon. Convertido en una especie de museo, en Netflix también se puede ver un documental sobre él, 'The Last Blockbuster'.
La serie, creada por Vanessa Ramos ('Brooklyn Nine-Nine'), comienza cuando los empleados reciben la noticia de que son los únicos supervivientes del cierre. Se unen como equipo para plantarle cara a la crisis del negocio y cuando están a punto de lanzar el grito de guerra, una de las compañeras interviene: «Qué paradoja que llamemos a la lucha del pequeño comercio contra las grandes corporaciones desde una franquicia de la que fue una gran empresa, llamada así por la gran industria del cine que mató a las pequeñas producciones». Paradójico es poco.
Escasean estos golpes bajos, hirientes (y también divertidos) hacia el contexto disparatado de la producción, una que prefiere hablar de 'grandes corporaciones' en referencia a la marca Blockbuster, pero que nunca se mira en el espejo. Aunque los capítulos se adornen con unos cuantos chistes sobre la frialdad del algoritmo, termina recibiendo más el pobre Steven Spielberg que la plataforma. Y no solo eso: se quiere transmitir que esta es una lucha de David contra Goliat, del videoclub de antes contra el streaming de ahora, pero en esta historia no hay ningún David… Son solo dos multinacionales peleándose por nuestra nostalgia, una que, a juzgar por los diálogos, está hecha de polietileno.
Si la cultura del formato físico pasa por tiempos difíciles, al menos en el marco mayoritario, esta serie le hace un flaco favor al relacionarla con una fórmula tan desgastada como la sitcom tradicional. Aquí todo suena a viejo, rutinario, previsible. Los personajes tampoco sorprenden: una troupe diversa, que va desde el gen Z hasta la tercera edad y que incluye, por supuesto, al aprendiz de cineasta que emula los pasos de Tarantino. Eso nunca lo habíamos visto.
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Rodeados de ejemplos recientes que tratan de reinventar la comedia de situación (el último ejemplo es 'Los ensayos'), este intento se queda en algo que ya hemos visto mil veces. Tanto es así que se echan de menos aquellos aires de 'comedia verité' de 'The Office' y 'Parks and Recreations' con los que tan bien se retrataba el ambiente laboral. En una de las escenas de 'Blockbuster', el encargado bromea diciendo que merece una taza por sus méritos. ¡Será posible! Todos sabemos que el mejor-peor jefe siempre será Michael Scott. Es lo que tiene librar una batalla en terreno conquistado.
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