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De un tiempo a esta parte, el campo semántico de la fontanería se ha instalado en nuestro habla popular para referirnos a ciertas operaciones políticas sucias pero discretas. Cloacas y fontaneros simbolizan ese trabajo que pocos quieren hacer y aún menos pueden. Cuando todavía no ... le habían hecho ningún podcast a Villarejo, en Washington sabían una barbaridad de fontanería. Las ascendentes son estupendas, pero cuando se te acaba el chollo, te toca ir por las bajantes, y por ellas no transitan cosas agradables.
El caso Watergate es paradigmático en varios campos a la vez. En política, por simbolizar el derrocamiento de Nixon (obviando muchos más factores). En espionaje, un sonado caso de mala praxis que sonrojaría a otros agentes serios. Y sobre todo en periodismo, pues es uno de los contados ejemplos en los que el cuarto poder ha logrado ser de verdad relevante. Amplificado por el clásico de Alan J. Pakula 'Todos los hombres del presidente' (1976), la gesta de Woodward y Bernstein (Robert Redford y Dustin Hoffman en la ficción) ha inspirado a generaciones de periodistas para creerse capaces de derrocar gobiernos a base de buenos reportajes. No se ha repetido mucho.
En 'Los fontaneros de la Casa Blanca' el papel de la prensa es nulo. Y es que no fueron periodistas los que pillaron infraganti a los saboteadores en el edificio Watergate, ni los que les juzgaron, hay muchos más actores implicados. Y también se puede contar esta historia desde un punto de vista diametralmente opuesto: el de los servicios secretos que intentaron dar el golpe. Y lo intentaron varias veces. Para poner los micrófonos en los despachos de la sede demócrata hubo que hacer al menos tres tentativas. En la serie es un despiporre.
Woody Harrelson (que sigue en unos años gloriosos) y Justin Theroux (de The Leftovers, aunque irreconocible) dan vida a lo más opuesto que se me ocurre a Redford y Hoffman. Profundamente idiotas, tienen una idea de patriotismo digna de preescolar y las relaciones humanas que practican son propias de sociedades primitivas. El tono de burla al que se les somete quizás sea demasiado punzante, demasiado difícil de creer. Por mucho que les cogiesen, que les echasen el muerto, que lo intentasen siete veces a cada cual más ridícula, no dejan de ser agentes secretos: la caricatura se pasa de exagerada. Además, cuando todo se tuerce, hay acontecimientos —reales— muy dramáticos que cuesta conjugar con el tono de chanza anterior. Los hechos del Watergate han sido tratados de mil maneras, pero tomarlos como sainete —en el fondo como humillación intelectual y moral hacia los republicanos— me genera sensaciones encontradas. Por un lado la desafección política merece un debate extenso, profundo y lleno de matices. Por otro, en la vida también hay que divertirse y ya tenemos 'Todos los hombres del presidente', 'El desafío, Frost contra Nixon' y ochocientos documentales para ser serios.
Varios de los allanadores eran de origen cubano, opositores al régimen castrista y por tanto, al parecer, 100% republicanos. Una de las mejores cosas de la serie es la integración con el castellano, pues muchísimas conversaciones están en nuestro idioma, intercalado con el inglés. La comunicación entre estadounidenses y cubanos es tremendamente natural a través de lo que saben de español, y saben bastante. Y sobre todo, no se llama la atención sobre este hecho, sino que simplemente pasa, como la vida misma. No me quiero imaginar el reto para los dobladores.
La cosa no acaba bien para nuestros protagonistas. Las traiciones políticas provocan una de las frases más redondas sobre los que ostentan el poder: «su causa es noble, pero su alma… está podrida». Parece que aprenden algo… pero poco. En especial el personaje de Theroux, que en la vida real fue Gordon Liddy, tiene una personalidad horrenda e impermeable que causa demasiado rechazo. Investigar lo que hay de real en la serie es un proceso muy iluminador: al parecer el flirteo con el nazismo de Liddy es muy real, no un invento de la serie. El formidable grupo de rock Steely Dan tiene una anécdota con él: arrestó al cantante Donald Fagen en la universidad por posesión de drogas, y le cortaron el pelo en la cárcel de Poughkeepsie. Del mal trago salió la canción 'My old school', donde Gordon Liddy es llamado 'Daddy Gee'. Una delicia para escuchar.
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