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Kate Mara y Aaron Paul protagonizan uno de los capítulos de la temporada 6 de 'Black Mirror'. RC
'Black Mirror' Temporada 6: Un repaso a los nuevos episodios

'Black Mirror' Temporada 6: Un repaso a los nuevos episodios

La serie de Charlie Brooker juega con la ciencia ficción, el 'true crime' y el terror en los capítulos estrenados en Netflix

BORJA CRESPO | ANDREA MORÁN | CARLOS GARCÍA FERNÁNDEZ | IKER CORTÉS | MIKEL LABASTIDA

Viernes, 16 de junio 2023, 14:08

Cuatro años después de su quinta temporada 'Black Mirror' ha regresado a Netflix con cinco capítulos independientes que pretenden alargar el universo creado por Charlie Brooker. Salma Hayek, Aaron Paul, Michael Cera, Josh Hartnett, Anjana Vasan y Kate Mara son algunos de los intérpretes de estas entregas. Los redactores de Pantallas repasan los últimos episodios estrenados y les otorgan una puntuación entre 1 y 5 puntos.

  1. Ep. 1

    Título: Joan es horrible Nota: 3 puntos

    Si tu vida fuera una serie. Por Borja Crespo

Salma Hayek en 'Joan es horrible.' RC

Ha pasado más de una década desde que nos llamara poderosamente la atención la primera temporada de 'Black Mirror'. Atendiendo al formato de episodios autoconclusivos, la alabada serie arremetía contra el mal uso de las nuevas tecnologías con desparpajo y cierta inquina necesaria por aquel entonces. Aquella acidez inicial se fue perdiendo por el camino, especialmente al caer en los brazos de Netflix, donde su popularidad se expandió perdiendo originalidad. Nos llega la esperada sexta temporada con nuevas historias que señalan los peligros del algoritmo y demás zarandajas, abriendo fuego con un capítulo, titulado «Joan es horrible», que parte de una idea muy divertida: ¿qué pasaría si un día encendemos la televisión y nos encontramos con una comedia dramática protagonizada por nosotros mismos? Aparentemente, la propuesta da un tirón de orejas a la plataforma en streaming, aquí llamada Streamberry, con la misma tipografía característica. Sin embargo, lejos de morder la mano que le da de comer, el ingenioso punto de partida se desinfla, aportando algunos buenos momentos en la travesía. La compañía de entretenimiento bajo demanda siente apenas unas cosquillas, consciente de que, a día de hoy, ponerse en la picota se traduce en una victoria en términos publicitarios. Ladran, luego cabalgamos… y ganamos suscriptores.

«Joan es horrible» se preocupa por uno de los temas espinosos del momento, las dichosas IAs, imaginando una serie, en un futuro quizás no muy lejano, donde el propio usuario de la plataforma es el protagonista gracias al CGI. Este tema ya lo trató con mayor brillantez hace una década la recomendable 'El congreso', dirigida por Ari Folman, responsable de la igualmente sugestiva 'Vals con Bashir', de obligado visionado. Basada en la novela 'Congreso de futurología', de Stanislaw Lem, presenta, mezclando animación e imagen real, a una actriz de éxito -Robin Wright- que, en su deseo de pervivir, permanecer eternamente joven y engrosar sus arcas, vende la totalidad de sus derechos de imagen. Cede su identidad a cambio del vil metal, pudiendo ser utilizada digitalmente por el cliente a su antojo. De la noche a la mañana, el rostro de 'La princesa prometida' pasa a protagonizar películas deleznables en un mundo cercano a Matrix, como le ocurre a Salma Hayek en el capítulo de 'Black Mirror' objeto de estas líneas.

Gracias al algoritmo, la infografía, los deepfakes y a una inteligencia artificial mayúscula, la actriz de 'Abierto al amanecer' encarna a la horrible Joan del título, interpretada por Annie Murphy ('Muñeca rusa') en una primera instancia. Puro metalenguaje, bajo un prisma paródico, escrito por Charlie Brooker con la intención de sacarle la lengua a Netflix. Visualmente la supuesta realidad y la serie que la reproduce, exagerando algunos pasajes, son diferentes, mostrando las posibilidades del uso del lenguaje audiovisual según las tendencias y lo que queremos contar. Se abre aquí un multiverso infinito, con el mensaje de «vive tu propia vida», subrayando el interés de la gran audiencia por las miserias ajenas. Según las estadísticas, funcionan mejor las historias dramáticas. La felicidad sin más no engancha en la ficción. A pesar del alarmismo, de indicar hacia dónde vamos como consumidores, el personal sonríe y vuelve a darle al play en el mando a distancia cumpliendo con los cálculos de la plataforma, encantada de conocerse.

«Joan es horrible», cuya crítica acaba siendo una paranoia irrisoria, luego el espectador seguirá dando al OK en internet sin leerse los términos oportunos, empieza con energía y resulta interesante formalmente, especialmente el mencionado contraste entre los diferentes planos de realidades (que podemos entender como dimensiones). La resolución acelera sin mucha enjundia, consciente de que el cierre va a ser, inevitablemente, insatisfactorio, habiendo partido de una premisa tan potente que ya hemos visto con otras intenciones, por ejemplo, en la película 'Free Guy', con los videojuegos como leitmotiv en lugar de la ficción en streaming. Por cierto, para disfrutar con una serie que trata el tema de las IAs con originalidad, no hay que perderse 'Mrs. Davis'.

  1. Ep. 2

    Título: Loch Henry Nota: 2, 5 puntos

    True crime con filtro analógico. Por Andrea Morán

Imagen del capítulo 'Loch Henry'. RC

Quién nos iba a decir que unas cintas de VHS serían las protagonistas de un episodio de 'Black Mirror', una serie que, hasta ahora, se caracterizaba por mirar hacia el futuro y que en esta nueva temporada se interesa también por explorar el pasado y la forma en la que puede influir en nuestro presente. «Loch Henry» es un capítulo entretenido, con toques de comedia y horror, que se apunta a criticar la abundancia de true crimes, un mensaje, que para una serie que creíamos visionaria, sabe a poco.

Davis y Pia, una pareja de jóvenes que estudian cine en Londres, pasan unos días en el pueblo natal de él, en Escocia. El lugar, rodeado de paisajes majestuosos, está prácticamente vacío, con calles y pubs desiertos. Todo se debe a los sucesos que ocurrieron en los años 90, cuando un vecino se suicidó y la policía encontró en su casa un cuarto de torturas. Entonces se recuperaron varios cadáveres y aquello ahuyentó a los turistas.

A Pia rápidamente le parece una historia que deben contar, sobre todo porque uno de los agentes heridos en aquella operación fue el padre de su novio, que poco después moriría al haberse contagiado de una infección en el hospital. «Él también fue una víctima», le dice la madre de Davis, la viuda, una señora que cumple a la perfección con su papel de mujer resignada: se preocupa por su hijo, cocina pastel de carne y colecciona grabaciones de su serie de detectives favorita. Esas son las cintas que, cuando Davis y Pia cojan las cámaras y decidan hacer una película sobre el caso, les van a explotar en la cara. Esta vez es la vieja tecnología la sacará la verdad a la luz.

Charlie Brooker conoce bien los ingredientes que debe tener una buena historia y en varias escenas se ríe de la fórmula que ha aupado a este tipo de documentales en los 'rankings' de lo más visto (curiosamente, en plataformas como Netflix). El furor por el formato, del que tan bien se han reído otras series como 'Asesinatos en el edificio', protagoniza unos cuantos guiños/dardos y se extiende hacia otros episodios de la temporada, plantando esos 'Easter eggs' que tanto gustan a los fans de 'Black Mirror'. En el capítulo «Joan es horrible», por ejemplo, cuando los personajes están decidiendo qué ver esa noche, la plataforma les sugiere «Loch Henry». «No, no, estoy saturado de 'true crimes'», suelta él, despachando así el subgénero y también la entrega de su propia serie.

Más allá de estas piruetas metaficcionales, lo más interesante de «Loch Henry» es su insistencia sobre el yo, que también parece atravesar toda la temporada. Charlie Brooker cuestiona esas narrativas premiadas meramente por su primera persona, por la implicación emocional, por el impacto subjetivo. Davis y Pia querían ser documentalistas y acabaron protagonizando su propia historia. Por fin 'main characters', pero a su pesar.

  1. Ep. 3

    Título: Más allá del mar. Nota: 2, 5 puntos

    Mil referencias retrofuturistas, mezcladas sin ganas. Por Carlos García Fernández

Josh Hartnett en la temporada 6 de 'Black Mirror' RC

Primero, un resumen de la trama: Aaron Paul (Jesse Pinkman en Breaking Bad) y un retornado Josh Harnett (Pearl Harbor) dan vida a dos astronautas en los años sesenta. En un gesto espléndido hacia la conciliación familiar-laboral, la agencia espacial ha invertido muchísimo dinero en generar dos robots idénticos a ellos para que vivan con sus familias en la Tierra. Su consciencia puede viajar, es decir: pueden usar el cuerpo real, arriba en la nave, o el cuerpo ficticio, abajo en su casa, que es perfecto e indistinguible. La primera pega es… ¿por qué diablos no lo hicieron al revés?

Este arreglo evita el síndrome de la cabaña —esa claustrofobia de habitar una nave enana donde te vuelves loco, que sirve también para películas de submarinos— y hace que, evidentemente, los astronautas sean más felices. Puedes jugar con tus chavales e ir al cine, pescar en el río, tener sexo salvaje con música francesa, y solo «aparecerte» en la nave cuando haya que hacer o arreglar algo.

Bueno, pues la tensión se dispara en el momento en que uno de los dos pierde traumáticamente la posibilidad de «bajar» a la tierra. El acontecimiento que lo provoca, así en confianza, luego no se explora nada —una secta 100% Charles Manson decide que es antinatural que existan ¡dos! robots en la Tierra, hacen cosas muy malas, y luego nunca se sabe más de ellos ni de este supuesto «conflicto social»—. La envidia, el estudio de personajes, el «terror psicológico», se desencadena ahí, al ver a tu colega disfrutando de la vida, «apareciendo» solo un rato a la semana, mientras tú aguantas solo en la nave más cutre de la historia. Eso es… duro. Como lo que siguen teniendo que hacer los astronautas en la vida real, por otro lado.

Todo esto, en lugar de lo interesante, es lo introductorio. Después se convierte en otra cosa: un triángulo amoroso de manual, espectacularmente melodramático, campestre y sin aventuras, un 'Días del cielo' sin hora mágica y que hemos visto mil veces. Dos hombres, una mujer (vale, y un robot de por medio). Uno responsable pero estricto, aburrido, otro apasionado, desatado y destructivo. Una mujer, interpretada por Kate Mara, con algo de personalidad y entereza pero rondada por dos tóxicos hombres de los años sesenta. Un final impactante pero algo facilón. Habría preferido ver la secuencia siguiente al final.

Todos los clásicos de la ciencia ficción vienen a la mente viendo este episodio. Tiene algo de 'Alien', 'Blade Runner', 'Solaris', 'Gravity', '2001', 'Watchmen', todas las películas de dobles siniestros, doppelgängers, o gemelos 'Inseparables'. Aparecen un par de libros de los años sesenta que son buenas pistas: 'La luna es una cruel amante', de Robert A. Heinlein, y 'El hombre ilustrado', de Ray Bradbury (colección de cuentos, uno de ellos sobre el sufrimiento de estar lejos de la familia). Pero esta mezcolanza de pegotes que hemos visto mil veces no es mejor que la suma de sus partes. Aunque esté bien hecha y bien actuada (mejor Paul que Harnett), es previsible y podría ser mucho más interesante. Incluso enfatizando las referencias a la realidad, haciéndolo requeterreferencial, habría mejorado y sido más marca de la casa Black Mirror. Charlie Brooker, te seguiremos queriendo mucho tiempo, pero este capítulo se olvidará bien pronto.

  1. Ep. 4

    Título: Mazey Day Nota: 3 puntos

    Una crítica de trazo grueso al universo paparazzi. Por Iker Cortés

Imagen del episodio 'Mazey Day'. RC

Bo (Zazie Beetz) es una fotógrafa que se gana la vida persiguiendo a los famosos y vendiendo las instantáneas a diversas publicaciones. Acaban de darle un chivatazo, Justin Camley, una estrella de la televisión venida a menos -ahora trabaja en VH1-, ha sido vista entrando en un motel de Los Ángeles con un chico. Mientras hace tiempo en el coche, una noticia por la radio deja claro el momento temporal en el que se desarrolla la acción: Tom Cruise y Katie Holmes acaban de dar la bienvenida a su hija Suri, así que esta historia tiene lugar en 2006, cuando conectarse a internet suponía hacer una llamada con el modem, los móviles aún no tenían acceso a la red y escuchábamos música en iPod mini.

Resulta refrescante el periodo elegido porque buena parte de los capítulos de 'Black Mirror' se proyectan en un futuro más o menos cercano y analizan el impacto en la sociedad de las nuevas tecnologías. Con este punto de partida, solo parece corroborar que ciertas actitudes y comportamientos ya estaban ahí antes de que internet y las redes sociales lo agudizaran todo. ¿Y cuáles son esos comportamientos? El acoso y derribo de celebridades, a menudo en su peor momento. Lo expone el capítulo en esa introducción y también cuando en una alfombra roja varios paparazzi lanzan improperios a Sydney, una suerte de Paris Hilton, para captar sus peores reacciones. Es, eso sí, una crítica de trazo grueso, sin matices. O todos los fotógrafos del corazón son arpías y desalmados o, como Bo, están pensando en dejarlo.

Pero se presenta una oferta irrechazable: le ofrecen 30.000 dólares si consigue unas fotografías de Mazey Day (Clara Rugaard), una estrella de Hollywood que, al parecer, ha dejado un rodaje a medias en la República Checa, dicen que porque la adicción a las drogas y el alcohol están afectando a su trabajo.

No desvelaremos el divertido giro de guion, no muy sorprendente, pero sí podemos decir que el cuarto capítulo de esta sexta temporada, dirigido por Uta Briesewitz, cuyo trabajo hemos podido ver en series como 'Stranger Things', 'The Wire' o 'Westworld', es entretenido, sin más, y también un poco soso. Solo algún comentario acerca de la facilidad con la que las celebridades compran los discursos de chamanes y charlatanes tiene un poco de chispa. Mientras tanto, la pueril denuncia al universo paparazzi que alcanza sus cotas más bochornosas hacia el final resta interés a un episodio que se queda muy lejos de lo que Charlie Brooker consiguió en las dos primeras temporadas y en el especial navideño.

  1. Ep. 5

    Título: Demonio 79 Nota: 2 puntos

    Cuentos asombrosos al ritmo de Boney M. Por Mikel Labastida

Anjana Vasan en 'Demonio 79'. RC

'Black Mirror' ha dejado de ser una serie que advierte sobre los peligros de la tecnología para adentrarse en otros terrenos. No hay problema con eso. El universo y potencial de la producción de Charlie Brooker es enorme y permite acoger relatos de todo tipo. No hay problema con eso. Sí 'Black Mirror' quiere ser otra cosa se lo permitimos. Incluso si lo que quiere ser es algo que ya existe, como 'The twilight zone' o 'Cuentos asombrosos', títulos de los que ya bebía. Ninguna objeción al respecto. De hecho es hasta plausible la búsqueda de nuevos enfoques y retos, aunque el coste sea que se pierda la capacidad visionaria con la que nos sorprendía este formato.

Menos perdonable es que la que fue serie estrella de Channel 4 y después pasó a Netflix se permita un episodio tan aburrido y simplón como es «Demonio 79» con el que cierra la temporada con la que ha vuelto a la plataforma después de cuatro años. El 79 se refiere al año, 1979, en que se desarrolla este capítulo en el que una mujer india que reside en Reino Unido ve trastocada su monótona vida (como dependienta en la sección de zapatería de unos grandes almacenes) cuando se encuentra un amuleto embrujado. ¿Es un amuleto de la suerte? No. 'Black Mirror', aun en sus peores planteamientos, siempre es capaz de dar una vuelta de tuerca. En este caso lo hace porque del objeto en cuestión surge una especie de demonio con aspecto del cantante de Boney que le obliga a que mate a tres personas para impedir que se desate una guerra nuclear en la Tierra.

El estrambótico planteamiento permite al capítulo navegar entre dos aguas, entre el terror gore y el humor absurdo. Y se desenvuelve ahí bien. Ayuda el aspecto de película de serie B que se le ha conferido a esta entrega. Detrás de él está Toby Haynes, que ya ha había participado en la saga con el episodio 'USS Calister' (2017), que también era bastante peculiar porque parecía emular a 'Star Trek' y por su perfil cómico. Aquí la pátina de película ochentera permite que no desentone casi nada en él, ni la apariencia discotequera del diablo, ni la forma en que la asesina puede ver lo que hay más allá de sus víctimas.

Entonces, ¿qué falla? Que se hace largo. Que 74 minutos son muchos para una premisa que se repite y al final aburre. Que es una pena que no se apostase por un metraje más ajustado para que todo discurriera a mejor ritmo y el espectador llegase hasta el final (que sí es resultón) con ganas de saber qué ocurre. Y es una lástima que esto lastre algunas buenas intenciones de la narración, como la denuncia de situaciones racistas que sucedían en la Inglaterra de finales de los 70 y se siguen produciendo ahora.

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