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Uno espera de alguien llamado Manolo Kabezabolo declaraciones altisonantes, pasotes sobre el escenario y desfases etílicos. Sin embargo, en el documental que este martes 14 de noviembre proyecta Zinebi, el Festival de Cine Documental y Cortometraje de Bilbao, tras su estreno en el Festival In- ... Edit de Barcelona, Manuel Méndez Lozano aparece charlando tranquilamente a pesar de las interrupciones de otros pacientes del psiquiátrico, colocándose con esmero la dentadura postiza y cantando las bolas de un bingo entre colegas que sienten veneración por el último punk. Agarra una guitarra y pide educadamente repetir la toma, porque no está afinada.
El título de este reportaje no es ninguna boutade. A sus 57 años, Manolo Kabezabolo sigue en la carretera y su música continúa sonando. Su 'playlist' en Spotify cuenta con más de 123.000 oyentes mensuales y su hit 'No komas keso en exzeso' acumula más de 2 millones de reproducciones. El cantautor zaragozano ha disfrutado de giras con merchandising, bolos en Estados Unidos y hasta se reeditan en vinilo discos como el mítico 'Ya era hora'.
Pero su actitud sigue siendo la misma que cuando se subió por primera vez a un escenario en solitario en 1984. Vive con su pareja, la road manager y letrista Pilar Albiac, en los escasos ocho metros cuadrados de una caravana de dos ruedas en un cámping del Pirineo leridano. Por suerte, ya no sufre los brotes psicóticos que interrumpieron una carrera cimentada a base de cintas de casete, que sus fans se grababan fotocopiando la portada. El autor de 'Viva Yo y Mi Kaballo', 'El aborto de la gallina' y 'Póngame un Dyc' ha sobrevivido a cambios de banda y de representantes, a las servidumbres de la industria musical, a las adicciones y a la esquizofrenia. «Que a Manolo se le haya considerado un loco significa que los demás lo estamos», sanciona en el filme Albert Pla.
Alberto Lacasta, director de 'Manolo Kabezabolo. Si todavía te kedan dientes es ke no estuviste ahí', fue uno de aquellos adolescentes que en los 90 seguían al ídolo underground. «Tenía 14 años cuando le vi actuar por primera vez. En Zaragoza era una figura rutilante, y también en el País Vasco, donde hizo su primera gira por gaztetxes y casas okupadas. De hecho, sus cintas entraron por Llodio, donde todavía tiene una parroquia de seguidores», rememora. Cuando le conoció, descubrió «a un tío muy lúcido, con un ser artista que lo lleva las 24 horas». «Sus letras lo demuestran, pueden ser muy crudas o con un humor socarrón muy particular. Más allá de la fiereza estética, hay una honestidad y una bonhomía aplastantes. Manolo es un tío sensible y muy buena persona, tiene una cultura literaria y cultiva su propio pensamiento».
Manuel Méndez Lozano nació en el seno de una familia acomodada de Carenas (Zaragoza), padre militar, madre ATS. El mayor de cuatro hermanos experimentó su primer proceso depresivo a los 12 años. A los 14, cantó en un bar del pueblo acompañado de una guitarra española que había comprado con las 2.000 pesetas que le regalaron por su cumpleaños. Del heavy se fue escorando al estilo de grupos como Cicatriz, La Polla Records y Kortatu.
A los 17, deja los estudios y trabaja como instalador de gas. El padre le anima/obliga a que con la mayoría de edad se aliste voluntariamente en el Ejército. Le pillan traficando en el cuartel y gracias a que su viejo es el capitán de la compañía acaba en el ala de Psiquiatría del hospital militar. Llega a cabo primero y recibe una incapacidad por la que cobra una ayuda familiar de por vida. Después cantará «militares subnormales, parásitos sociales», «yo soy mi rey, anarkía» y «mata a tu viejo».
Alberto Lacasta ha huído del sentimentalismo y el tremendismo en su retrato del músico. Manolo recorre de día los garitos cerrados de Zaragoza en los que fue un héroe y nos da pistas del horror que debían ser los psiquiátricos en aquellos años (en alguno llegó a estar tres meses con la misma ropa). A las drogas legales que le suministraban los médicos sumaba las ilegales. Salía a escena con una chaqueta que llevaba pintado en la espalda 'el rey del spiz'. «Las drogas me salvaron, por eso he hecho tanta apología de ellas», se sincera en el filme. En un vídeo impagable se le ve, puestísimo, arrebatándole el micrófono a Evaristo durante un concierto de La Polla en Zaragoza, con el público coreando «¡Manolo, Manolo!». Se sabía todas sus canciones.
Sus temas fueron importantes para los movimientos insumiso y okupa. La leyenda acompañaba al hijo de militar que vivía en un manicomio, de donde salía para dar conciertos, hasta 225 en año y medio durante El Moko Amargo Tour. Su manager Manolo Monzón se responsabilizaba de él. «Si no llego a dar conciertos me hubiera podrido en un psiquiátrico», confiesa en el documental. «En los bolos o componiendo irradia felicidad, es donde se encuentra cómodo, a pesar de que ha pasado época de hastío y miedo escénico», certifica Alberto Lacasta.
Manolo Kabezabolo se siente abrumado estos días que le piden selfis durante la promoción de su película. «Empecé en esto a los 16 años y a los 18 di mi primer concierto», cuenta a EL CORREO. «Entonces no tenía ni nombre, que llegó en 1988, ni funda para la guitarra, que llevaba colgada. Me decían que tocaba fatal, pero que las letras eran una pasada, lo que me daba ánimos para seguir. En julio próximo cumpliré 40 años actuando».
El autor de 'Nino Gramo' cree que el punk sigue teniendo sentido. «Cada uno lo entiende de la manera que quiere, los punks de corazón seguimos, aunque estemos en la retaguardia. A mí, tocar me ha salvado la vida psicológica». Manolo lamenta que mucha gente piense que sigue viviendo en un psiquiátrico. «Me preguntan si estoy vivo y si la que viene conmigo es la enfermera. 'No, es mi mujer', les contesto. El estigma de la enfermedad mental pesa, a pesar de llevar hablando de ello desde la pubertad hasta casi la jubilación».
Manolo Kabezabo siempre se ha sentido respetado por sus colegas de profesión. «Cuando he hecho algo mal se lo han guardado, eso es el respeto». En sus letras sigue presente la política, «lo que ha llevado al mundo al caos, y no la anarkia». Si hoy fuera un adolescente, reconoce, quizá estaría haciendo reguetón y trap. ¿Dónde se ve dentro de diez años? «Ni idea, solo sé que voy a llegar».
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