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Pedro Almodóvar ha tenido que esperar hasta los 75 años para rodar en EE UU su primera película en inglés, que, tras el León de Oro en Venecia y un estreno en todo el mundo de aquí a diciembre, acabará a buen seguro en los Oscar de la mano de Sony Pictures. Julianne Moore y Tilda Swinton protagonizan esta historia sobre la buena muerte, en la que una reportera de guerra enferma de un cáncer incurable pide a una vieja amiga, escritora de autoficción, que esté en la habitación de al lado en esos últimos momentos en los que decide dejar de sufrir. El filme llega este 18 de octubre a los cines españoles.
–¿Ha cambiado su manera de pensar en la muerte en estos últimos años?
–Me he habituado a tener la muerte más cerca y a compartir tiempo con su idea. Sigo en el proceso de aceptarla, porque cuando terminé de rodar la película pensaba que lo había conseguido, pero al regresar a Madrid me dieron la mala noticia de que había que sacrificar al gato con el que he convivido catorce años. No paré de mirarle, sus ojos estaban vivos. Y hablo de un animal. El día que lo sacrificaron me fui a nadar con un amigo, porque no quería estar presente.
–¿Ambienta esta historia sobre la eutanasia en Estados Unidos, donde no está regulada, por una voluntad de escandalizar?
–No es escandalizar, el debate está en todo el mundo. Nosotros somos el cuarto país europeo que ha legislado sobre la eutanasia. Es un derecho fundamental de los seres humanos: ser dueños de nuestra vida y también de nuestra muerte cuando la vida solo te ofrece miseria y dolor ininterrumpido. En un país aconfesional no debería haber problemas, pero choca con una mayoría de católicos y con la idea de Dios como creador de vida y el único que puede arrebatártela. Yo pido a esa parte que respete la voluntad de los que decidimos, en esos casos límite, terminar con nuestra vida. Deben decidir el enfermo y el médico, y desaparecer abogados, padres y todos los demás.
–Una mujer moribunda en un mundo que agoniza. El filme habla de crisis climática, neoliberalismo, auge de la ultraderecha...
–Cuando estás en Estados Unidos el neoliberalismo tiene una dimensión incluso mayor que visto desde aquí. Están a punto de decidir quién se va a hacer con el rumbo del país. Y allí compruebas de manera clara que el neoliberalismo más salvaje va de la mano de la ultraderecha. Eso me hace temer lo peor para ellos y también para nosotros, porque hay un efecto mimético. Les copiamos las modas pero también las catástrofes, como Trump. Sin Trump no hubieran existido Bolsonaro, Meloni ni Abascal. Es que hay muchos psicópatas, con perdón, que de pronto empezaron a oír un discurso y sintieron que era lo que ellos pensaban. Y Trump lo estaba diciendo desde el lugar más alto que hay, la presidencia de EE UU. Despertó mucha parte de la ultraderecha que estaba escondida por miedo o inmersa en la masa de otro partido. Trump fue el gran detonante de la ultraderecha mundial. Ursula Von der Leyen acaba de proponer la creación de centros de deportación de migrantes fuera de la Unión Europea a partir de una idea de la señora Meloni. Me quedo petrificado pensando que es un efecto de la ultraderecha, cuyo avance en Europa me estremece. Espero que nuestro presidente, que tiene las ideas muy claras, defienda a los migrantes. Mi película es exactamente lo contrario, habla de abrir las puertas, de tender la mano, de acompañar. De ser solidario con el dolor de los demás.
–Usted habla en la película a través del personaje de John Turturro, desencantado porque el arte ya no puede cambiar las cosas. Pero al mismo tiempo hace películas «como respuesta a los discursos del odio».
–No me importa reconocer que puedo ser contradictorio. John Turturro me representa porque los problemas del cambio climático y del negacionismo los estamos viviendo en todo el mundo. Estamos llegando al punto de no retorno. Pero a pesar de esa visión apocalíptica, hay que celebrar las pequeñas cosas del día a día. La vida sigue ofreciéndote momentos que hay que saber disfrutar. Almudena Grandes (se emociona) me escribió una dedicatoria en una de sus novelas: «Pedro, recuerda que la alegría es el mejor modo de resistir».
–¿La significación artística del creador es un derecho?
–Como cualquier otro derecho fundamental. Yo recuerdo cuándo sentí la polarización en España. Fue en 2004, coincidiendo con el cambio de gobierno, la matanza de Atocha y el estreno de 'La mala educación'. Por primera vez en mi vida, porque de adolescente nadie me lo había llamado, unos jóvenes en la calle O'Donnell me insultaron llamándome «rojo maricón». Me quedé estupefacto, porque pensé que esa España no existía. Bueno, existía en el PP, pero no se había dado la oportunidad de que emergiera esa grieta profunda y negra. El colectivo del cine en los Goya de aquel año, los del 'No a la guerra', nos significamos de manera tajante, como el 90% de los españoles. Después de aquella gala mítica de Animalario, que me hubiera gustado firmar, la derecha empezó a mirar el cine como la bestia negra de la sociedad española. Algunos compañeros se arrepintieron, porque decían que ellos trabajaban para todo el mundo. Mis películas también iba todo el mundo a verlas hasta un determinado momento; señoras de Serrano de derechas que se reían con 'Mujeres al borde...'. No existe la obligación de posicionarte, pero si te lo pide el cuerpo, sí. Y si eres famoso, mejor, porque se oye más. Como Elizabeth Taylor, cuando recaudó millones para el sida. ¿Por qué los futbolistas no hacen como Mbappé? El mundo vive una situación atroz. ¿Por qué no gritan los tenistas, los cantantes, el Vaticano?
–¿Su próxima película será también tan reivindicativa?
–Tengo muy avanzada mi próxima película. Será en español y ya he hablado con las actrices, aunque habrá también papeles masculinos. Trata de los límites de la autoficción, un género boyante. ¿Hasta dónde puedo llegar a la hora de hablar de mí mismo?
–¿A quién llamará para estar en la habitación de al lado cuando llegue el momento de la muerte?
–No lo he pensado. No soporto la idea de la muerte, me creo inmortal, o al menos longevo. Creo que pondría a mi hermano.
–¿Cómo combate la nostalgia?
–Echo de menos mi juventud en todos los aspectos, pero no me regodeo en la nostalgia. Cuando has vivido tiempos mejores, en todos los sentidos, tratas de que esto se parezca a una evolución. No creo que la sociedad española haya evolucionado a mejor en estos años de democracia. De pronto, volvemos atrás en derechos por los que luchamos. Es triste y decepcionante. Afortunadamente me atreví a llevar una vida en los 80 de la que disfruté. No se parece casi en nada a la que llevo ahora. La biología determina que en un momento dado tengas que elegir entre el placer o trabajar. Yo hace tiempo que elegí la falta de excitación para seguir haciendo películas. El tiempo me ha enseñado que también hay emociones en escribir y dirigir películas.
Julianne Moore es fan de El Corte Inglés, mientras Tilda Swinton es más de Chueca. Pueden parecer muy diferentes, pero las dos actrices se han hecho amigas durante el rodaje en Madrid y en Estados Unidos de 'La habitación de al lado', con el que han cumplido su sueño de trabajar con Pedro Almodovar.
«Veía sus películas desde los años 80 y pensaba que España era así, un país lleno de color y muchas emociones. Cuando llegué me di cuenta de que no era así, que eso era Pedro. En su casa, en su decoración, sí que estaban todas sus películas», reflexiona Moore, mientras Tilda Swinton recuerda que descubrió su cine de la mano del director Derek Jarman.
«En las películas de Almodóvar había una sensibilidad que me resultaba curiosamente familiar. Su sensibilidad 'queer' la aplicaba a unas historias que yo sabía que no eran España, pero quería descubrirlo», explica Swinton, que comparte una idea del filme: el sexo como manera de luchar contra la muerte. «Absolutamente. El sexo nos mantiene vivos».
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