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Consomé de tuétano de esturión; tortilla noruega, esto es, soufflé de merengue quemado con aguardiente y corazón de helado; rodaballo al horno con salsa balandra y chirlas para decorar. Son algunos de los platos que se elaboran a lo largo de las dos horas y ... cuarto que dura 'A fuego lento', ya en los cines, película que ganó la sección Culinary Zinema del último Festival de San Sebastián y el premio a la mejor dirección en Cannes, y que Francia ha elegido para los Oscar, en vez de la Palma de Oro en Cannes, 'Anatomía de una caída'.
Se sale con hambre, mucha hambre, de la proyección de este delicioso 'gastromance' ambientado en un château en la Francia de 1885 y basado en una novela de Marcel Rouff, 'La vie et la passion de Dodin-Bouffant, gourmet', publicada en los años veinte del pasado siglo y reconvertida en novela gráfica por Mathieu Burniat. Benoît Magimel es el gourmet del título y Juliette Binoche la cocinera que ha trabajado para él durante años. Ambos viven entregados a su oficio, disfrutan de la comida y se aman, aunque por diversas razones no consuman su pasión. Sirva como morbo añadido que Binoche y Magimel fueron pareja en la vida real, comparten una hija y apenas se hablaban antes del rodaje.
Tal como sucedía en otras cimas del cine gastronómico, como 'El festín de babette' y 'Como agua para chocolate', la preparación de las recetas paso a paso ocupa buena parte del metraje del filme. El director vietnamita afincado en París Tran Anh Hung, autor de 'El olor de la papaya verde', 'Cyclo' y 'Tokio Blues', dedica los primeros veinte minutos a detallar sin palabras la elaboración de un banquete. Un fascinante ballet que sigue la cámara entre calderos de cobre, fogones, paños de lino y vajillas de porcelana.
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La exigencia de precisión de Tran Anh Hung llega a tal extremo que en los títulos de crédito encontramos como director gastronómico a Pierre Gagnaire, uno de los chefs más reputados de Francia, propietario de una decena de restaurantes en el mundo, incluido uno con tres estrellas Michelin en el Hotel Balzac de París. A la complicidad gestual de los protagonistas se une la reivindicación de la cocina como disciplina creativa, el elogio de lo artesano y la generosidad del que trabaja para dar placer a los demás. Qué idea más hermosa que, para conquistarla de una vez por todas, el jefe cocine por primera vez para su empleada.
«El cine para mí es el arte de la encarnación, me gusta que no funcione solo a nivel intelectual», contaba Tran Anh Hung a EL CORREO en San Sebastián, horas después de degustar en la Parte Vieja «jamón, croquetas y pimientos rellenos de txangurro, algo sencillo y memorable». «El cine tiene que ser también una experiencia física y el espectador ha de meterse en la piel de los personajes». El cineasta francovietnamita reconoce que disfruta en la mesa de un restaurante. «Mi mujer es una gran cocinera, elabora platos de todos los países y aprende rápido. Tenemos mucha suerte en la familia de que nos alimente tan bien».
Hung nació en Vietnam en una familia humilde de trabajadores textiles. Sus recuerdos infantiles están vinculados a los sabores de la cocina de su madre. «El momento de ir al mercado era maravilloso, porque imaginabas lo que ibas a comer. Creo que mi afición por el arte proviene de la belleza de los platos de mi madre».
Para el autor de 'El olor de la papaya verde', cine y fogones tienen mucho en común. «La cocina es un arte, una expresión. El material específico con el que se trabaja en el arte permite hacer cosas infinitas. Lo mismo sucede cuando mezclas especias y das más importancia a un aroma que a otro, como hacen los grandes chefs».
El director reconoce que sentía cierto temor de trabajar con Magimel y Binoche. «No fue fácil. Su relación no ha sido buena, pero son profesionales y su talento logra crear la sensación de amor en la pantalla». 'A fuego lento' también ejemplifica la dimensión política de la comida, capaz de apaciguar y convencer a poderosos. «Napoleón lo entendió. A él no le gustaba comer, como a Bergman, pero supo valorar la importancia de la comida en el mundo diplomático. Le dio un castillo a Tayllerand y un chef, Caremé, para negociar el destino del mundo alrededor de una mesa».
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