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Hace 21 años que Alejandro González Iñárritu (Ciudad de México, 1963) dejó su país junto a su familia para lo que en principio iba a ser una estancia de un año en Estados Unidos. El director de 'Amores perros' ya había visto mucho mundo, sin ... ir más lejos, en San Sebastián recordaba su efímera carrera como bailarín gogó en la discoteca Piper's de Torremolinos el año que pasó en España, cuando vendimiaba y llegó a dormir en El Retiro: «Era tan malo que duré un día». Después vinieron '21 gramos', 'Babel', 'Biutiful', 'Birdman' y 'El renacido', que lo convirtieron en uno de los cineastas más admirados del planeta.
Su nueva película, 'Bardo. Falsa crónica de unas cuantas verdades', supone su obra más personal. Su protagonista, álter ego del director encarnado por Daniel Giménez Cacho, es un periodista y documentalista que se pasa el día criticando a Estados Unidos, el país al que debe su fama y fortuna. «Me parecía que la crisis del personaje es la crisis entre la ficción y la realidad», explica Iñárritu. «Ustedes persiguen la verdad, que hoy se nos escurre de las manos por todos los lados. ¿Qué es la verdad? Esas narrativas y quienes las construyen me parecían muy interesantes. Un periodista puede asomarse por su profesión a diferentes realidades, igual que hace un cineasta». El protagonista busca la verdad a través de un documental, de docuficción, «porque a veces araña más la ficción que la realidad», apunta el director, que a lo largo de tres horas acumula un tema tras otro: la inmigración, la falta de identidad, el regreso a la tierra de origen, la sangrienta conquista de Hernán Cortés…
El término 'bardo' evoca en algunas escuelas budistas una zona a medio camino entre la muerte y el renacimiento. Iñárritu sostiene que el mundo sufre «una polarización brutal de puntos de vista, unos racionales y otros más libres». Su película le sirve para hablar «de la crisis como persona, de la crisis de una nación y de sus narrativas». En San Sebastián se ha presentado un nuevo montaje del filme con 22 minutos menos que en Venecia, donde algunos críticos no tuvieron piedad con una cinta de casi tres horas que Netflix estrenará en unos pocos cines el 4 de noviembre antes de ofrecerla en streaming. «Terminé la película dos días antes de ir a Venecia. Yo fui el montador, estuve muy cerca de ella pero no tuve la oportunidad de verla con gente, con amigos y colaboradores», justifica su autor. «Cuando fui a Venecia ciertos efectos visuales me pusieron contra la pared. Allí la vi por primera vez con dos mil personas. Una película existe cuando la ve el público, no importa lo que yo haya querido expresar, lo importante es lo que se siente con la gente. Y me di cuenta inmediatamente de que tenía que trabajar el ritmo interno de algunas escenas».
Según Iñárritu, este 'Bardo' es el mismo que el de Venecia pero «más delgado». «La esencia es la misma. Entré a los mismos temas con una capacidad de síntesis más audaz, de hecho ahora hay una escena más. Musicalmente también hice algunas remezclas. Una película no la acabas hasta que te la quitan. Yo soy muy riguroso, es una oportunidad, porque así va a quedar para toda la vida». En el maremágnum de ideas y tramas del filme aparece una gran empresa como Amazon, que va a comprar parte de México. «Intenté meter todo el humor posible», explica el director. «Me he dado cuenta de que cosas que fueron muy dolorosas ahora las puedo ver con más ligereza, me puedo reír de ellas. Y cosas que no me parecían tan importantes hoy me emocionan. En 1846, la invasión americana nos quitó la mitad del país por 15 millones de pesos. Hoy las corporaciones se están convirtiendo en los nuevos gobiernos, están comprando al mundo. No es mentira, podrían comprar países enteros. La suya es también una invasión ideológica, imprimen una forma de ver las cosas con sus medios globales, inician la conversación sin que nos demos cuenta. Así que la invasión sigue». 'Bardo' se rodó en parte en Baja California, una zona de México, que según Iñárritu, «está comprada por Estados Unidos». «Tierras y casas son una colonia norteamericana, es impresionante».
El autor de 'Birdman' defiende que 'Bardo' ha supuesto un proceso catártico y necesario para él y su familia. Después de 21 años fuera de su país, sentía la necesidad de «abrir la bodega», de hacer balance y poner orden. «Entiendo que pueda ser irritante para otras personas», consiente. «Todo el costo de este estado mental, la sensación de desplazamiento ha llenado en los últimos años mis reflexiones y mis miedos. Quise compartirlo con el corazón, la vulnerabilidad y el riesgo, mucho riesgo. Porque no hay recetas para este película. Su sustancia es mi mirada, mi experiencia y mis incertidumbres».
-En esos 21 años fuera de México, ¿cómo ha cambiado su mirada al país?
-No hay respuesta. Es la frontera donde está situada la película, por eso se llama 'Bardo'. Aunque vuelvas, ya no puedes volver. Te encuentras en una situación donde la identidad está fracturada. Mi patria es mi familia. Como millones de españoles y de gente que viven en esta cultura híbrida, hay una sensación de desasosiego que es difícil de entender si no la has vivido. Podría hacer una película con todas las cosas que me han pasado en las fronteras de los aeropuertos. Mira, cuando metimos a mi hijo en la guardería en Los Ángeles no hablaba un carajo de inglés. Le pedimos a la asistente de la profesora, una chica guatemalteca, que, por favor, le tradujera los primeros días. Cuando recogía a mi hijo estaba meado y cagado. En quince días le cambió el carácter. La cuestión es que la chica no le traducía nada. 'Es que no quiero que me confundan con una sirvienta', me contestó. Temía que los niños identificaran el español con el personal del servicio. Es una traición en la que te tienes que desintegrar para reinventarte. Un papelito puede quitarte la identidad y decirte: no eres nada ni nadie, cabrón.
Cuando 'Bardo' se presentó en Venecia, la crítica la vinculó a '8 y 1/2' de Fellini, pero Iñárritu prefirió remitirse a la literatura de Borges y Cortázar. El mexicano asegura que nunca ha sentido la tentación de convertirse en escritor. Y lamenta que autores como Emmanuel Carrère puedan hablar de sí mismo en sus libros o los pintores autorretratarse, pero cada vez que un director cuenta sus desvelos se le compara con Fellini. «Las referencias son reducidas porque hay mucho desconocimiento de nuestra cultura, sobre todo en el mundo anglosajón. En 21 años viviendo en Los Ángeles nadie me ha hablado de Octavio Paz. No lo conocen. Me hablan del jardinero. Tenemos una cultura propia con un imaginario muy poderoso, milenario. Y la literatura, con el ejemplo más obvio que sería García Márquez, me ha influenciado. Me citan a Nino Rota: pues lo que suena son bandas de Oaxaca, así es nuestra música desde hace 300 años. Verse solo el ombligo angloeuropeo… Fellini es uno de los grandes directores pero no inventó el cine, en 'Bardo' hay más de Buñuel que de Fellini».
Iñárritu prefiere que se hable mal de 'Bardo' a que pase desapercibida. «Una película que gusta a todo el mundo es muy sospechosa, la indiferencia es el peor castigo como director. Esta película no quiere reafirmar las convenciones, sino romperlas».
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