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Me escriben desde la aerolínea Lufthansa (para mí la más nefasta y racista del mundo) afirmando que la culpa del retraso de diez horas de mi vuelo es del aeropuerto de Milán y que por tanto ellos no son responsables. Les pido que me envíen ... algún documento del aeropuerto en donde se acredite lo que afirman. Y me contestan que eso es imposible, pero que confíe en que Lufthansa ha llevado a cabo la investigación pertinente. Les pido que me enseñen algún documento que demuestre esa investigación y me dicen que eso también es imposible.
Es el triunfo de la literatura de Franz Kafka, que escribió precisamente en la lengua de Lufthansa, es decir, en alemán. Fue el pasado 4 de julio cuando esta compañía nos dejó tirados a un montón de viajeros en el aeropuerto de Múnich. Recuerdo que tuve que ir a buscar mi equipaje a un cementerio de maletas perdidas, desesperadamente. Recuerdo que me recolocaron en otro vuelo, que se volvió a retrasar más de una hora. Pero lo que me indigna es que me hagan comulgar con ruedas de molino. Ignora Lufthansa algo fundamental: soy aragonés. Seguiré con esto hasta el final de mis días. Ellos son quienes me abandonaron a mi suerte en un aeropuerto y ahora dicen que el culpable es el espíritu santo. He presentado reclamación en AESA, y AESA como si oyera llover.
Los ciudadanos estamos a merced de las grandes corporaciones. Nadie nos defiende. Cada reclamación mía es contestada con un correo de Lufthansa en donde se me dice que la culpa no es suya. Pido pruebas y me dicen que crea en su palabra. Lufthansa es teología y fe. Me pide que renuncie a la razón. Hace tiempo que no me pedían actos de fe. Aún recuerdo la cara de risa que se le puso a un empleado de Lufthansa cuando le dije que yo era español. Y lo que susurro en alemán, que por suerte me lo tradujo al inglés una persona que tenía al lado: ah, españoles, siempre pidiendo.
Las humillaciones que tuve que aguantar aquel 4 de julio fueron largas y penosas. Fue el vuelo Milán-Múnich de las 12:35. Recuerdo que le expliqué a la azafata mi situación y al ver que era español me miró como si fuese Juan Belmonte, que ya me gustaría a mí por otra parte haber sido como Juan Belmonte. Nadie de esa maldita compañía me ayudó ese 4 de julio. El desprecio más absoluto y miserable. Y ahora me dicen que crea en su palabra, es decir, que no me corresponde ninguna indemnización porque soy español y pobre de nacimiento y que a los pobres de nacimiento se les aplica la ley aeroportuaria internacional que afirma rotunda que la culpa la tiene ser pobre de nacimiento.
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