Gernika

A la última ·
Sabe Volodímir que los rusos se han propuesto matarle y quizá solo sea cuestión de tiempo

Pío García

Logroño

Sábado, 9 de abril 2022, 00:02

Volodímir se pone el chaleco antibalas y el casco. Tiene negras las ojeras y grietas en la cara. Está cansado. Lleva un mes durmiendo a salto de mata. Oye bombas a lo lejos. Acaba de llegar de Bucha. Ha visto niños despedazados, ciclistas muertos a ... tiros sobre la calzada, mujeres ensangrentadas con las vísceras al aire. Hoy tiene que hablar ante el Congreso español. Lo recogen sus escoltas, lo sacan del búnker y caminan a toda prisa por las calles de Kiev, llenas de cascotes, barricadas y sacos terreros. Lo meten a todo correr en otro agujero. Sabe Volodímir que los rusos se han propuesto matarle y quizá solo sea cuestión de tiempo. Se sienta, carraspea, empieza su discurso, se acuerda de Gernika.

Santi se levanta a las ocho. Se ducha con agua caliente, desayuna un café con leche y una tostada mientras hojea los periódicos. Luego va al baño, se recorta la barbita puntiaguda y se permite la coquetería de untársela con un poquito de espuma. Elige con cuidado la corbata y se mira al espejo. Se ve guapo, varonil. Sale a la calle. Ve señores paseando perritos, niños con uniforme, oficinistas ajetreados, muchos coches. Santi tiene que ir al Congreso. Hoy han programado una sesión especial porque habla Zelenski. Llega, saluda a los ujieres y se sienta en el escaño. Da un respingo cuando oye la palabra «Gernika».

Más tarde, en el bar del Congreso, Santi se queja de que Volodímir haya dicho «Gernika» y no «Paracuellos». El típico progre cobardica, piensa. Coincide en la barra con Enrique, un tipo que es secretario de Estado de algo. Enrique no ha aplaudido a Zelenski porque le parece un facha. Ambos se miran durante un segundo, como sorprendidos, mientras piden al mozo unos calamares.