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Durante los días en los que esta newsletter se ha tomado un descanso estival, la actualidad internacional ha ... estado dominada por catástrofes naturales. Sobre todo por dos: el terremoto que ha sacudido Marruecos y las inundaciones que han provocado el devastador derrumbe de dos presas cercanas a la ciudad libia de Derna. Como sucede en estos desastres que afectan a países en vías de desarrollo, las víctimas mortales se han contado por miles y las críticas a la respuesta de los gobiernos locales, incluidas algunas que han puesto en la diana al rey marroquí, no se han hecho esperar. Al fin y al cabo, han dejado al descubierto su gran fragilidad, ya que el desastre de Derna se pudo haber evitado, como ha denunciado la ONU, y el terremoto del país magrebí tampoco tuvo una fuerza tan relevante.
Curiosamente, Marruecos y Libia son dos de los principales focos de migración hacia Europa, tanto por los nacionales que buscan un futuro mejor en el Viejo Continente como por los subsaharianos que concluyen allí su ardua odisea africana antes de embarcar hacia España o Italia. Y es precisamente en la pequeña isla de Lampedusa donde un tsunami de inmigrantes ha abierto una nueva brecha en las políticas migratorias de una Unión Europea que vuelve a levantar fronteras para protegerse de un problema que no se va a solucionar con vallas.
Por eso, hoy ponemos el foco internacional en estos flujos migratorios.
Lampedusa, la isla invadida.
Vladímir Putin y Kim Jong-un engrasan el nuevo eje del mal.
Las desapariciones de China, ¿una nueva purga?
Miembros del ejecutivo de Giorgia Meloni utilizan ya terminología bélica para referirse a la avalancha de inmigrantes que vive Lampedusa, adonde han llegado más de 10.000 en diez días. Es una invasión en toda regla, dicen algunos tanto dentro como fuera de una isla desbordada que ha llegado a acoger más migrantes que residentes. «Un acto de guerra» lo ha llamado el ultraderechista Mateo Salvini. Desde la izquierda se pide humanidad, comprensión y más recursos. «Será Europa quien decida a quién deja entrar», sentenció la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, tras su visita a Lampedusa.
Pero lo cierto es que ninguno dice la verdad. Ni la migración es un acto de guerra, ni es siempre fruto de una huída desesperada, como quieren hacer creer multitud de ONG. En su mayoría es una decisión económica, tomada por gente -generalmente no la más pobre- que busca mejores condiciones vitales fuera de países donde apenas hay oportunidades. Para certificarlo basta fijarse en los vídeos que los propios migrantes graban a bordo de las pateras o a su llegada a destino, y que cuelgan después en redes sociales creando un involuntario efecto llamada.
Tampoco Europa es capaz de proteger sus fronteras. Ni está unida en su respuesta al fenómeno migratorio, como demuestra el cierre de los pasos en Francia, Alemania o Austria, similar al que se produce en el Puente de la Avenida de Irún. Además, se produce una conjunción de elementos que complica la situación mucho más que en países fuera de la UE: las leyes que protegen y otorgan derechos a todos los ciudadanos, motivo de orgullo para Europa, se suman al colapso de la burocracia para dificultar la expulsión de quienes llegan de forma irregular y, por lo tanto, imposibilitan el cumplimiento de las propias leyes que regulan los procesos migratorios y que sirven para evitar que se cuelen criminales.
Esta coyuntura solo beneficia a las mafias que se lucran con las travesías y a las redes que trafican con personas, que, por mucho que haya grupos que lo nieguen, se valen también de los servicios de ONG que, con la mejor de las intenciones, rescatan a los náufragos de estas operaciones y facilitan así el trabajo de las organizaciones criminales. No hay valla ni Frontex que vayan a solucionar un problema que surge de la desigualdad global. La misma que nos permite adquirir camisetas a cinco euros.
Desafortunadamente, la ayuda al desarrollo en países emisores de migrantes suele ser solo un parche destinado a la supervivencia de la población más que a su crecimiento social y económico, que es lo único que podría convertirse en solución si se compagina con un salto en la educación que recibe. La corrupción política, extendida en su grado máximo, y la prevalencia de conflictos armados que esconden intereses económicos muy variados, y a menudo alentados por potencias extranjeras rivales, son los principales escollos para que la vida en el continente africano sea lo suficientemente esperanzadora como para que su población no se vea tentada a jugarse la vida en la odisea hacia Lampedusa. Pero arreglar eso es mucho más complicado que expulsar inmigrantes. Y no a todos les interesa.
Una hilarante página web llamada 'Kim Jong-un looking at things' recopila fotografías del dictador norcoreano mirando cosas. Puede ser cualquier objeto, desde una bomba atómica hasta un pepino -vegetal-. Porque -y esto es tradición familiar-, a los Kim les gusta inspeccionar lo que se produce en su país. Y fuera también. Lo ha demostrado esta semana en Rusia el tercer Kim de la saga comunista. Allí se ha puesto las botas a mirar: aviones de guerra, buques, cohetes… Ha sido su primer viaje fuera de Corea del Norte desde la pandemia y su forma de representar el inquebrantable apoyo de Pyongyang a Rusia.
No obstante, su viaje ha reflejado lo solo y desesperado que está Vladímir Putin, empecinado en mantener la invasión de Ucrania a pesar de que no está logrando sus objetivos. Ante la velada negativa de China a ofrecerle ayuda militar, al zar le quedan pocos aliados: de cierta entidad solo son Irán, que le suministra los drones asesinos, y Corea del Norte, que no se sabe cómo le ayudará. No han trascendido acuerdos concretos entre ambos vecinos (sí, Rusia y Corea del Norte comparten un trecho de frontera), pero muchos analistas coinciden en señalar que Kim podría enviarle munición a Putin.
Esta alianza recuerda al 'eje del mal' acuñado por George W. Bush en los tiempos de la guerra global contra el terrorismo. La diferencia es que ahora ese terrorismo es de Estado y está promovido por dictadores como Putin o Kim, contra los que se puede hacer más bien poco porque están blindados por la posesión de armas nucleares y la disuasión de la mutua destrucción. Eso, junto a intereses económicos concretos, explica que Occidente intervenga de forma decisiva ante la invasión de Kuwait, por ejemplo, y que ande con pies de plomo cuando Rusia se queda con parte de Ucrania.
En Rusia, las purgas se hacen a lo bestia: un poco de polonio en la comida, una bomba en un avión o una peligrosa ventana abierta sirven para deshacerse, literalmente, de cualquier elemento incómodo para el régimen de Vladímir Putin. En China, sin embargo, el proceso es más sibilino. Esas personas, simplemente, desaparecen. Pueden ser activistas y disidentes, pero también empresarios de éxito o políticos del Partido Comunista. En cualquier caso, la principal diferencia reside en que, mientras en Rusia acaban en una caja de pino, en China reaparecen al cabo de un tiempo para confesar todo tipo de crímenes y abrir la puerta de la celda en la que pasarán una buena temporada.
Es lo que parece que puede suceder ahora con nada menos que dos ministros: el de Asuntos Exteriores, Qin Gang, que desapareció en julio aparentemente por «motivos de salud», y el de Defensa, Li Shangfu, del que no se sabe nada desde hace unos días. El primero no se ha dejado ver aún, pero el Wall Street Journal afirmó ayer que ha sido destituido por un lío de faldas: presuntamente, tuvo una amante durante su etapa como embajador en Estados Unidos y un hijo con ella. Este tipo de 'conductas depravadas' se suelen dejar de tolerar cuando quien hace gala de ellas levanta la voz contra los líderes supremos. Y ahora están investigando si en el caso de Qin pudo haber puesto en peligro la seguridad nacional de China, una razón más que suficiente para dejarle un buen tiempo a la sombra.
En el caso de Li, el delito parece ser económico. La corrupción de toda la vida. Según Reuters, otros ocho altos cargos están siendo objeto de la investigación, que seguramente acabará con el cese de todos ellos y, posiblemente, también con una condena a prisión. Sobran los precedentes que hacen pensar así.
En cualquier caso, estas dos desapariciones, tan cercanas en el tiempo y de tan alto nivel, hacen pensar en una nueva purga de la cúpula política china. Porque, aunque a menudo se ve al Partido Comunista como una entidad monolítica, lo cierto es que en su seno hay todo tipo de corrientes ideológicas que a menudo llevan a luchas intestinas por el poder. El presidente Xi Jinping hizo una limpieza a fondo cuando se sentó en el trono, y es más que notorio que muchos en el seno de su partido están en contra del poder absoluto que ha ido acumulando al frente de la segunda potencia mundial. Quizá esto sea un nuevo puñetazo en la mesa. Eso sí, habrá que esperar a la versión oficial para determinar si estas conjeturas son ciertas o no.
Es todo por hoy. Espero haberte explicado bien algo de lo que está ocurriendo ahí fuera. Si estás apuntado, recibirás esta newsletter todos los miércoles en tu correo electrónico. Y, si te gusta, será de mucha ayuda que la compartas y la recomiendes a tus amigos.
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